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Ana María Matute tiene heredera: Jenn Díaz
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Intimidad, incomunicación e infancia en ‘Es un decir’

Ana María Matute tiene heredera: Jenn Díaz

La escritora es una de las voces más prometedoras del panorama narrativo, con vínculos evidentes con la autora de 'Los Abel' y 'Olvidado rey Gurdú'

Foto: Jenn Díaz publica 'Es un decir'. (EFE)
Jenn Díaz publica 'Es un decir'. (EFE)

Era un tiempo de silencios, de soledad y marginación. Era una infancia dominada por los secretos y las puertas cerradas. Es una niña que está obligada a descubrir quiénes son sus familiares para saber quién es ella. Ellos son ella y sus enemigos. Ella es Mariela, la protagonista de Es un decir (Lumen), cuarta novela de Jenn Díaz, que todavía no ha cumplido los treinta.

Cuando a los 23 publicó Belfondo (Principal de los libros) descubrió una parte de sus intereses literarios que ahora confirma, que le interesa –hasta el momento– lo que sucede detrás de las eras, en los barrancos, junto al río, tras las tapias de los huertos y los cementerios, donde crecen las espinas de zarza y moras negras. Si Belfondo fue un ejercicio de realismo mágico, Es un decir ha perdido cualquier referencia a un universo paralelo y se ha centrado en el paso de la infancia a la adolescencia de una niña en la posguerra, en una familia en la que acaba de ser asesinado el padre.

Cuaderno de trabajo de Jenn Díaz (instagram.com/jnndiazz)Jenn Díaz cuenta a este periódico que la nueva novela nace al poco de finalizar su primera obra. Había cosas por decir y buscaba más profundidad en los personajes, quería una narración dilatada para hurgar en sus problemas. Y hurga y se detiene y se revuelve y se regodea, mientras crea la tensión constante del secreto no desvelado. Jenn Díaz es la reina del suspense rural, con el que dilata el estallido y se atreve a dejar asuntos sin cerrar.

Primer plano íntimo

Ralentiza la marcha de los acontecimientos, hace zoom sobre la intimidad de sus personajes. Reconoce que es un movimiento vinculado a su manera de mirar con una cámara fotográfica, basta pasarse por su perfil en Instagramy descubrirlo. Ese viaje al interior de la existencia es un éxito gracias a la primera persona. Ha ganado en oralidad, en inmediatez, en afecto, ha hecho al personaje hablar consigo mismo.

Uno de los cuadernos de Jenn Díaz. (instagram.com/jnndiazz)La primera persona de una niña. No hay asunto que menos haya interesado a la narrativa española, la infancia. El trono incuestionable en el reino infantil pertenece a Ana María Matute. No es el único motivo que une a ambas autoras. “Encontré una primera persona de una niña, que había leído en la Matute. Recordaba voces muy frescas, pero horribles. La crueldad a través de la mirada de un niño”, explica. Y encontró una visión nada complaciente. “Los cuentos de Matute están en el límite de lo cruel. La voz del niño se mantiene original, no peca ni de ingenuo ni de listo. Lo cuenta con naturalidad, aunque alucines con lo que cuenta”.

Ambas escritoras se presentaron en sociedad con 23 años. Matute con Los Abel, en 1948, finalista del Nadal, y Díaz con la citada Belfondo. Más allá de lo precoz y anecdótico de la coincidencia, comparten el interés por la condición humana y es inevitable trazar muchas similitudes y algunas diferencias, sobre todo, con Los niños tontos (1956). Las dos se entregan al lirismo en la forma y acaban en el realismo más cruel que asume que la vida no es tan bella; dibujan personajes en universos inquietantes y angustiosos; se interesan por la intimidad de estos y ambas terminan deformándolos al acercarse tanto; escenarios rurales, anónimos, pequeños infiernos con circunstancias familiares marcadas por las carencias afectivas; interés en el tratamiento de la soledad y el desamparo, con personajes desplazados a los que nadie les acoge; la guerra civil de fondo, como en cuentos como La ronda o Noticias del joven K; y, sobre todo, la incomunicación, la barrera que aísla, que asola y margina en el núcleo familiar.

http://instagram.com/p/VOLrEDO8Gt/¿Diferencias? Jenn ha perdido el humor, es menos efectista que la Matute. No hay frases del tipo: “La entrada al mundo que Miguel Bruno costó trescientas sesenta pesetas de honorarios al médico rural, cincuenta más por gastos especiales, tres comidas extraordinarias y la vida de la madre”. Prefiere ganar a los puntos. Matute quita la madre a sus personajes y Díaz las ha subrayado como matriarcados.

En primera persona

Ha dividido el libro en tres partes, con tres voces en primera persona para dos personajes. La novela arranca con la voz de Mariela, que cuenta la vida después de la muerte del padre y todos los misterios que la cubren; en la segunda parte aparece la voz de la abuela, que desvela algunas intimidades; cierra Mariela, con unos pocos años más y tapando algunos de los agujeros negros de esta familia. No todos.

Tanto Matute como Jenn hacen desangrar la novela por las cosas no dichas, los secretos que alimentan la incomunicación: “Todas las familias tienen algún desperfecto. Lo tomas como natural y normal. Los pueblos están llenos de secretos inconfesables”. Los silencios de esta novela son infinitos, pero no son los de una trama “negra”, sino los de una familia cualquiera. “Muchos de ellos no los desvelo, porque si quiero una novela verosímil muchas cosas en mi vida se han quedado sin resolver, en el aire”, explica la autora.

Paisaje tomado por la autora (instagram.com/jnndiazz)Es un decir, el amor. Es un decir, el cariño. Es un decir, la bondad. Todo es una manera de hablar que no está garantizada, aunque se asume como tal. ¿Natural? La armonía requiere de esfuerzo, se lee en este libro: “La familia no está disculpada porque sea tu familia. Mariela vive atrapada en esos lazos de sangre, la carga de la familia y no puede escapar”. Además, con mucha mala baba, Jenn condena a sus mujeres a repetir los mismos errores, generación tras generación.

El hombre, ausencia y amenaza

Silvia Querini, la editora de Lumen, tenía el título: “Es un decir es una manera de mirar a otro lado, cada vez que lo utiliza Mariela deja aparte todo lo demás”, cuenta Díaz. Lo curioso es que el personaje no nació con esa muletilla, aunque terminó construyéndose con esos silencios que tapa la expresión y no los combate. Entre las ausencias, la más perturbadora es la de la voz del hombre. Imposible establecer complicidad con ninguno de ellos, no existen o peor: “Todos los hombres de entonces, de mi entorno al menos, eran rudos y maleducados, y ni una de las veces que fui de visita a otras casas sentí que en la mía hubiera más vacío que en otras”, cuenta la protagonista del libro.

En este pequeño universo de resentimiento concentrado, el hombre no sale beneficiado. “Al estar contado por ellas la imagen del hombre es bastante agresiva, sobre todo, cuando Mariela dice que todos los hombres pueden ser sustituidos por la nada”, comenta la autora. Hasta la nada necesita ser narrada. En esto ha consistido el nuevo paso de la autora. Un paso categórico para una escritora muy joven. El secreto de la voz de Díaz es la dosificación de información con gotitas de poética, ella misma dice que se recrea en “imágenes que podría desarrollar en un poema”. La trama puede avanzar con belleza, pero ¿y la familia?

Era un tiempo de silencios, de soledad y marginación. Era una infancia dominada por los secretos y las puertas cerradas. Es una niña que está obligada a descubrir quiénes son sus familiares para saber quién es ella. Ellos son ella y sus enemigos. Ella es Mariela, la protagonista de Es un decir (Lumen), cuarta novela de Jenn Díaz, que todavía no ha cumplido los treinta.

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