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El artista que nunca vendió una obra
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Isidoro Valcárcel Medina en la tate de londres

El artista que nunca vendió una obra

El museo londinense reúne a los tres artistas españoles Isidoro Valcárcel Medina, Esther Ferrer y Dora García, cabezas de cartel de la performance

Foto: Isidoro Valcárcel Medina muestra sus archivos de performances en su casa de Madrid. (Bulegoa z/b)
Isidoro Valcárcel Medina muestra sus archivos de performances en su casa de Madrid. (Bulegoa z/b)

El museo Tate Modern de Londres ha sido el inesperado decorado de un enfrentamiento generacional. Sobre el escenario dos Premios Nacionales de Artes Plásticas, Isidoro Valcárcel Medina (1937) y Esther Ferrer (1937), con décadas de experiencia como performers sobre sus espaldas, además de Dora García (1965), artista con notables resonancias de ambos. Entre el público lo que parecían ser estudiantes de Bellas Artes, o de Historia del Arte, tomando apuntes y en busca de esas respuestas concretas y firmes a las que parecen estar acostumbradas las nuevas generaciones y que sin embargo, ni Valcárcel ni Ferrer les podían dar porque tanto su lenguaje como su trabajo y sus objetivos son mucho más abstractos, sutiles, o incluso sencillos.

¿Por qué no hicieron fotos de sus performances durante el franquismo? ¿Les daba miedo?”. “!Porque nadie tenía cámaras!”, exclamaba Ferrer con cierta exasperación. “Porque la gente iba a ver las acciones, no a sacar fotos!”, le seguía Valcárcel. “¿Visibilidad? A nosotros nos daba igual la visibilidad. Ni lo pensábamos!”, espetaban ambos dejando claro con su tono de voz su desprecio por la adicción a la auto-foto de red social.

Claro que lo que obviamente algunos miembros del público no sabían es que Valcárcel no concibe el arte como un objeto con el que se puede comerciar, es un firme creyente en el proceso artístico y por tanto, tomar fotos de sus propias acciones para después venderlas -como es habitual- no es parte de su credo creativo. Nunca lo ha hecho.

Las tonterías del arte

La conversación entre artistas y público se producía a raíz de la presentación de un libro titulado 18 Fotografías y 18 Historias, que tiene como protagonista precisamente a este artista inconformista, atípico, radical, que jamás ha vendido sus obras, antaño marginal y hoy reivindicado por las nuevas generaciones de performers. “Desde que me dieron el Premio Nacional en 2007 me invitan a más sitios, pero no es que yo haga mejor las cosas, es que la gente es así. Te ven en una lista y de repente eres más importante, vaya tontería ¿no?” comentaba Valcárcel en un hotel cercano al museo horas antes de la presentación.

El artista en una de sus acciones.18 Fotografías y 18 Historias también es un libro atípico. Está basado en el trabajo de Valcárcel, aunque entendido desde la perspectiva de la resistencia. Hace dos años el colectivo holandés If I Can’t Dance I don’t want to be part of your revolution, dedicado a explorar la evolución de la performance, se propuso hacer un trabajo de investigación sobre su obra y le pidió ayuda al colectivo vasco Bulegoa z/b, dedicado a la investigación y el debate alrededor del arte.

La reacción de Valcárcel a este interés fue proponer un trabajo llamado Performance in resistance. “Se trataba de tomar una foto mía repitiendo 18 acciones antiguas. Posar para la foto, fuera de contexto, en diferentes calles de mi barrio pero titularlas y fecharlas como 18 acciones reales del pasado”. Válcarcel, con un sombrero y un traje de chaqueta una talla mayor que él, que en cierto modo le hace parecer un personaje fuera del tiempo, prosigue: “Es mi forma de rizar el rizo ante lo que se hace hoy en la performance. Es una crítica irónica hacia la performance mala, que ya está institucionalizada”.

El libro recoge las acciones realizadas en diferentes encuentros, en varios puntos de Europa, tanto por conocedores de la obra de Valcárcel como Esther Ferrer y Dora García como por gente totalmente ajena al artista, creando así un extraño y sugerente híbrido donde el análisis real se mezcla con la ficción.

Contenedores y contadores

A Valcárcel, que siempre ha sido un ‘outsider’, le divierte el resultado. Y aunque desconfía por principio de las instituciones culturales, a las que considera “contendedores de objetos, demasiado interesados en contar a los visitantes y no en contarnos el arte” no le importa presentar el libro en el museo Tate. “Me gusta intervenir en las instituciones porque es ahí donde hay que hacer la crítica. Son sitios en los que si digo algo quienes quieran poner las orejas lo oyen”.

Tras el mega éxito de la performer Marina Abramovic en el Moma de Nueva York, y la proliferación de festivales de performance por todo el planeta, el género parece vivir una segunda edad dorada, aunque según Valcárcel sólo es una moda carente de autenticidad.

“La performance no se convocaba, ocurría. Eso se ha perdido. Hacíamos las cosas en la calle, corríamos riesgos. ¡Ahora se hacen dentro de un espacio y hasta te cobran entrada! Las circunstancias han variado mucho pero la gente que hace performance actúa como si no. No hay innovación. Repiten las cosas que hacíamos hace cuarenta años. Si no se aporta nada nuevo para mí el género está agotado, pero objetivamente no lo está porque mira qué florecimiento hay. La performance está en todas partes pero la gente no se ha dado cuenta de que ha pasado el tiempo. Y como se ha puesto de moda quienes no están preocupados por la creación pura se apuntan al carro. Mi proyecto Performance in resistente ironiza sobre esta situación y dice ‘señores, espabilen porque el tiempo ha pasado’”.

Arte envasado al vacío

Elegante y sutil, si se le pregunta por el boom Abramovic, que protagonizó la primera retrospectiva dedicada a una performer en un gran museo, se limita a contestar: “La performance, en realidad se llama acción, y es contra-institucional por definición, es un acto y las instituciones no quieren actos quieren productos. Si haces fotos de los actos y las vendes se convierten en productos pero se ha falsificado su naturaleza”.

Su carrera arrancó en los años sesenta tras pisar brevemente las facultades de arquitectura y bellas artes y abandonarlas “porque aquello era un latazo impresionante”. Pintaba pero pronto abandonó el pincel y comenzó a realizar acciones como Campaña (1969), cuando repartió octavillas frente a la Dirección General de Seguridad con mensajes como: “No olvide olvidarlo una vez leído”. “Tire este papel en la papelera más próxima”, y firmadas por la DGS.

El franquismo era muy torpe, no entendían lo que hacíamos” recuerda. Otra de sus acciones de aquella época fue El Cuadro (1969), que consistió en ir de puerta en puerta tratando de vender un cuadro de la misma forma que en la época se vendían enciclopedias. Desde entonces Isidoro Valcárcel siempre ha sido encasillado como ‘artista conceptual’, una definición con la que él no está del todo de acuerdo. “Bueno, dime una obra grande de la historia del arte que no sea conceptual. El arte es conceptual, lo que pasa es que luego hay una rama del arte a la que se le llama arte conceptual, porque el concepto está más desnudo pero… en el cuadro La Familia de Carlos IV (de Goya) está metido el concepto hasta las raíces”.

Escapar del dinero

En sus acciones se mezcla la radicalidad con el idealismo y con un tipo de humor esperpéntico, muy en la tradición española que, por lo general, tanto la literatura como el arte de hoy parecen haber perdido. Ahí se enmarcan acciones como Arquitectura Prematura, una serie de proyectos arquitectónicos concebidos para otra época u otra mentalidad, como La casa del paro, La casa panóptica para la televisión o La torre suicida. También otros como Ilimit, un libro de 6.000 páginas en el que la numeración de cada página está además escrita en letra en 58 lenguas escogidas aleatoriamente.

Lleva toda la vida tratando de escapar del dinero, algo que no es fácil y que no se puede hacer de forma absoluta “porque todos estamos metidos en la rueda”. Su negativa a entrar en los vaivenes del mercado del arte le ha hecho vivir “de lo que se presentaba”, como escribir discursos.

Y hoy, cuando su país se desangra en la crisis económica y financiera, y se frena en seco el acelerado tren de vida que los españoles llevaron en la primera década del siglo XXI, Valcárcel tiene su propia visión de la situación: “El dinero es un mal inconmensurable, una cosa pavorosa. Tanto el que lo tiene como el que no lo sufre y se arrastra por él. En mi ingenuidad creo que viviríamos mucho mejor sin él. Pero que nadie se engañe, no vivimos una crisis económica. Esto es una crisis de ideas”.

El museo Tate Modern de Londres ha sido el inesperado decorado de un enfrentamiento generacional. Sobre el escenario dos Premios Nacionales de Artes Plásticas, Isidoro Valcárcel Medina (1937) y Esther Ferrer (1937), con décadas de experiencia como performers sobre sus espaldas, además de Dora García (1965), artista con notables resonancias de ambos. Entre el público lo que parecían ser estudiantes de Bellas Artes, o de Historia del Arte, tomando apuntes y en busca de esas respuestas concretas y firmes a las que parecen estar acostumbradas las nuevas generaciones y que sin embargo, ni Valcárcel ni Ferrer les podían dar porque tanto su lenguaje como su trabajo y sus objetivos son mucho más abstractos, sutiles, o incluso sencillos.