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“Vivimos en la época de mayor promiscuidad de nuestra historia”
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LA VERDAD COMO MERA CONSTRUCCIÓN

“Vivimos en la época de mayor promiscuidad de nuestra historia”

Dominique Strauss-Kahn y una empleada del hotel Sofitel de Manhattan en la ciudad de Nueva York: el resto es historia. Este célebre acontecimiento marca el punto

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“Vivimos en la época de mayor promiscuidad de nuestra historia”

Dominique Strauss-Kahn y una empleada del hotel Sofitel de Manhattan en la ciudad de Nueva York: el resto es historia. Este célebre acontecimiento marca el punto de inicio del proceso de caída y hundimiento del político y economista francés, pero también de la última novela de Juan Francisco Ferré, Karnaval (Anagrama), que explota el acontecimiento desde multitud de perspectivas y registros literarios, poniendo de manifiesto que la vida moderna es un carnaval en el que los discursos de cada cual se entrecruzan sin conseguir agotar las explicaciones. La novela consiguió el mes pasado el prestigioso Premio Herralde de Novela, entregado por Anagrama, un hito que lo es aún más por tratarse de una novela compleja, propiamente literaria, y que hace gala de una distancia humorística poco frecuente en la novela moderna.

“Se trata de una novela donde el lector debe volver a aprender a reír”, cuenta el autor a El Confidencial. “Estamos contaminados por una cultura del humor donde todo parece que tiene que ser gracioso. Pero en la novela hay una hilaridad de lo serio, que me parece lo más interesante. Reírse de lo serio, y no de lo que sabemos de antemano que es cómico o debe hacer reír”. Con un discurso oral lúcido y torrencial, semejante al de su escritura, Ferré nos ayuda a desentrañar los misterios de su obra.

¿Hasta qué punto es una novela sobre Strauss-Kahn (al que se refiere como "DK" o el "dios K"), y hasta qué punto no lo es?

No es una novela sobre un personaje real, es una novela donde se toma como punto de partida un acontecimiento conocido por todos para proyectarlo en una dimensión absolutamente literaria, a partir de la cual se pueden abordar diferentes problemáticas de nuestros tiempos. Es un intento de descripción en tiempo real del mundo en que vivimos, que parte de dos puntos de actualidad para llegar a un análisis mucho más complejo de la sociedad.

El lector debe reconsiderar las categorías con las que juzga la realidadLeyendo la novela, da la impresión de que más que interesarle la figura de Strauss-Kahn (que también), muestra un especial interés por los discursos que se construyen a su alrededor.

La cuestión es qué punto de vista habría que adoptar para hablar de esto, teniendo en cuenta que estamos absolutamente mediatizados. Es muy difícil pretender, como en otra época han pretendido los novelistas, penetrar en la intimidad sin ningún tipo de mediación. Y este personaje me ofrecía dos ventajas, su posición de privilegio antes del escándalo y su caída después del mismo. Es como un juego entre el poder y el no-poder, pasar de ser lo más poderoso a lo más humillado, algo muy interesante como punto de partida para afrontar lo que tiene de fascinante este mundo.

De hecho, en el libro un personaje se refiere a la “verdad” como ese concepto tan utilizado que ya no significa nada.

Literalmente, se dice directamente que la verdad es una construcción, que cada medio, como cada novelista, construye su verdad. En mi caso, evidentemente, no he pretendido buscar la verdad del hecho, sino descartar la idea de verdad y jugar con las versiones posibles. Algo que literariamente tiene mucho interés y que también obliga al lector a reconsiderar las categorías con las que juzga la realidad.

Da la impresión de que la novela ha perdido esa capacidad de contar verdades, ya fuesen psicológicas, sociales, etc., que tuvo en un pasado. Hay una imposibilidad de acceder a la verdad a través de la palabra.

Siempre digo que no tengo nada en contra de la novela del siglo XIX, que tiene una gran virtud, que es ser hija de su tiempo. Lo que me parece una falacia es que escritores del siglo XXI reivindiquen la novela del siglo XIX sin darse cuenta que la misión de un novelista del siglo XXI es ser del siglo XXI. En ese sentido, admiro a Galdós, Clarín, Balzac o Flaubert (el gran modelo), pero hay que considerarlos en su siglo, no tiene sentido reproducir las técnicas que emplearon, pero sí su filosofía. Ellos creían que la novela era el discurso mediante el cual se podía representar la realidad de su tiempo, y eso me sigue pareciendo válido. El problema es que los procedimientos, las técnicas que hay que utilizar hoy son infinitamente más complejas que las que ellos emplearon. Por otra parte, la relevancia social del discurso literario ya no es la misma. Ellos vivían en una época en la que la literatura tenía el privilegio de ser la voz de la sociedad. Hoy hay muchas voces y entre ellas, la literatura quizá esté quedando marginada. En ese sentido, quizá es hora de que la literatura vuelva a estar a la altura de sí misma, porque en parte esa marginación quizá esté relacionada con la incapacidad de muchos novelistas para estar a la altura de lo que los tiempos piden.

Uno de los elementos más llamativos del libro es su sentido del humor, que no es la mera ironía posmoderna, sino de sirve como herramienta para conocer la realidad, a través por ejemplo del carnaval.

La idea fundamental es que cuando la realidad se ha convertido en un carnaval, ¿qué puede hacer un novelista? El carnaval tradicionalmente era una experiencia muy limitada en el tiempo, un periodo transitorio en el que las leyes se suspendían y todo se daba la vuelta. Cuando llegas a una realidad como es la del capitalismo tardío, esta posmodernidad infinita en la que todo se ha vuelto del revés y vivimos un carnaval permanente en todas las dimensiones de la vida, el novelista lo tiene más complicado. Mi idea de carnaval es conectar con lo antiguo, pero teniendo en cuenta que arranco de una realidad que es carnavalesca en sí misma. De hecho, el acontecimiento que ha hecho detonar la novela es paradigmático de una situación o locura carnavalesca.

La transgresión de DK proviene de un modo de vida propio de una burguesía que se cree por encima de las leyesEl carnaval, decía Mijaíl Bajtín, era ese período en el que el orden desaparecía pero que permitía que, una vez terminado, todo volviera a su orden. Sin embargo, ahora que todo es carnaval, parece que son los más poderosos como Strauss-Kahn los que cometen las mayores transgresiones. 

Creo que siguen existiendo las clases sociales, y creo que el carnaval es algo fundamentalmente mediático, que tiene mucho que ver con la sociedad de consumo. Las clases sociales viven de maneras distintas este carnaval. La transgresión en el caso de DK es un modo de vida que viene de cierta burguesía o aristocracia del siglo XVIII que está por encima de las leyes, que pueda hacer lo que quiera como el Marqués de Sade reflejó, algo que ha sobrevivido hasta el siglo XXI. Las clases sociales superiores siguen comportándose de un modo muy distinto a la clase media, que vive el carnaval como espectadora u ocasional protagonista en su vida privada. La gran pregunta es que cuando la transgresión es la normalidad, ¿qué hace uno como ciudadano y como artista? Es un doble problema. No hay transgresión porque la norma se ha suspendido y ya todo es transgresión.

También decía Bajtín que la risa del carnaval era patrimonio del pueblo. ¿Es la risa lo que nos queda ante las atrocidades de la vida moderna?

Esa idea está en la novela. De hecho la risa no es tanto la risa del Juan Francisco Ferré autor como una risa colectiva, que yo intento objetivar en torno al personaje principal. Toda la ironía y el humor presentes en la novela procederían de ese dispositivo colectivo que juzga el caso y se ríe de él. No es mi risa como sujeto individual, sino la que intento extraer de ahí. Por eso es tan importante en la novela la aparición de esa masa anónima que hace la revolución y que en un momento dado llega a devorar el cuerpo del protagonista. Es un reflejo de esa voz y risa colectiva que intento plasmar, reflejando la posibilidad de que la sociedad se ría de aquellos que la oprimen o la maltratan.

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¿Ha influido la aparición de movimientos como los indignados o Occupy Wall Street en la novela?

Totalmente. El detonante es esa intersección entre el escándalo sexual de DK y el estallido en España de los indignados, que ocurrieron con apenas 24 horas de diferencia y crearon un vórtice de gran fuerza. Todo el esfuerzo de la novela consiste en llevar a ese personaje que representa al poder a acercarse a los indignados, precisamente por haber caído en picado. Tiene dos vertientes. Por una parte, hay una escena muy irónica en la que DK fantasea que es el líder de los indignados en Madrid y que llega a hacer una revolución que sería una forma de metaforizar lo que lleva esperando dos siglos, desde el XIX, por el cual España por fin podría proclamar algún tipo de régimen nuevo. Y al mismo tiempo es una crítica a la incapacidad de los indignados de encarnar un auténtico cambio, no sólo mediante quejas y protestas, sino mediante una toma de acción. En la novela hay un juego permanente entre esas ideas de “estamos muy indignados”, pero al mismo tiempo, “no sabemos qué hacer”. En ese sentido, me interesa Slavoj Zizek como la encarnación del discurso crítico más revolucionario.

Esa visión de los indignados como despistados, sin una cabeza visible, implica que personajes como DK, en apariencia el contrario absoluto, puedan establecerse como sus líderes.

Efectivamente, hay que tener en cuenta que alguien que ha encarnado el sistema o ha estado metido en él, al perder todo el prestigio y poder, puede llegar a representar lo contrario. Es decir, obviamente toda la fuerza con la que antes intentaba preservar el sistema, aun con sus reservas, lo convierte en alguien cuya indignación puede tener una fuerza mucho mayor a la que puede tener un ciudadano cualquiera. Igual que cuando el Marqués de Sade tenía una fuerza mucho mayor para criticar a su propia clase social que un novelista más popular. En la novela, la idea de revolución puede pasar, curiosamente, por el cuerpo de alguien que forma parte del sistema. Es algo complicado de ver, porque es fácil ser un indignado en la calle cuando no tienes trabajo, pero formando parte del poder es cuando quizá la revolución tiene una proyección mucho mayor.

Nos dan miedo los líderes carismáticosEn un nivel general, no sé cómo valora esa ausencia de líderes en tiempos recientes. Curiosamente, es un momento especialmente sensible para la aparición de peligrosos totalitarismos, pero apenas han aparecido líderes carismáticos.

Voy a tener cuidado con lo que voy a decir. Se dice que el principal problema para los europeos y españoles es la debilitación de la clase política. Pero las democracias occidentales han generado un tipo de político tan debilitado y anodino que no puedes más que despreciarlo, porque al fin y al cabo es un tecnócrata que toma decisiones basadas en cálculos o informaciones que no tienen nada que ver con ideas o ideologías. El líder carismático, por la historia reciente, nos da tanto miedo que con tal de no tenerlo, desarticulamos la figura del líder y nos quedamos con esta clase política mediocre. Creo que en ese sentido, si hay un futuro, tendría que pasar por algún líder carismático, que espero que sea revolucionario y no reaccionario.

Es más, Strauss-Kahn era una figura relativamente carismática antes de caer en desgracia.

Aunque nunca le haya tenido mucha simpatía, creo que ha sido una gran pérdida para Francia no tener un presidente como él, a pesar de sus excesos privados. Pero en privado uno sólo tiene que dar cuentas a su conciencia, se puede ser un gran político y un desastre en la vida privada.

Esa separación entre lo público y lo privado en los políticos antes estaba más clara, pero debido a la espectacularización de todos los ámbitos de la vida, ya no es así.

Me gusta mucho la serie Boss, que cuenta la historia de un alcalde de Chicago que sufre una enfermedad degenerativa, y que retrata muy bien cómo lo privado y lo público están entremezclados. Me fascina ese momento en el que lo privado se hace público y lo público se hace privado. Vivimos en una sociedad reaccionaria, en el sentido en que nos da mucho miedo ver la vida privada de los políticos. Por ejemplo, Obama no tendría posibilidades de ser presidente si no estuviese casado. Me preocupa porque la vida social es mucho más rica de lo que pedimos a nuestros dirigentes, quizá deberíamos preguntarnos por qué somos tan pacatos a la hora de reconocer modelos de convivencia diferentes cuando a nuestro alrededor tenemos la promiscuidad mayor de la historia.  

 Por volver a Zizek, hay una parte del libro llamada El agujero y el gusano donde se presentan discursos de personajes como Houellebecq, Paglia o el propio Zizek en los que parece haber una intención de deconstrucción de los mismos.

Los discursos van relativizándose entre ellos, el verdadero carnaval está ahí, hay una polifonía de voces donde cada uno aplica sobre el caso la interpretación que corresponde a su sistema de pensamiento. Cuando vas viendo encadenadas opiniones tan diversas e incompatibles entre sí, te das cuenta que la verdad la construye uno a partir de sí mismo. La idea surge de Rabelais porque en el tercer libro de Gargantúa y Pantagruel, Panurgo decide consultar a una serie de expertos sobre si debe casarse o no. Y después de recibir sus opiniones, sigue sin saber si debe hacerlo o no. Es una forma de relativizar el saber y sus relaciones con la vida, que es lo que me interesa: cómo el saber sirve muy poco a la hora de enfrentarnos a la vida. Y por eso la novela me parece un género supremo. He querido demostrar que es superior a otros discursos a la hora de penetrar en la vida de los seres humanos. De hecho, lo que se echa de menos en muchas novelas contemporáneas, aún más en España, es esa falta de penetración en la vida interior y mental de la gente. Creo que cuando los personajes son vistos desde dentro, nos iluminan.

Hay una faceta de histriones en todos ellos, como si fuesen conscientes de lo ridículo de los personajes que han creado.

Tienen una faceta pública en la que tienen que convertirse en actores de sí mismos. Es algo que le pasa a cualquiera con un mínimo de vida pública, incluso a mí mismo haciendo esta entrevista o presentando el libro. Creo que Borges hablaba de eso cuando hablaba de “Borges y yo”. Esa diferencia entre el que somos en privado y el que somos en público es un tema muy antiguo (aparece en algún relato de Henry James), y es también el gran problema del intelectual, cuando en público tiene que adoptar unos rasgos que le permitan ser reconocible en un mercado del pensamiento –llamémoslo así– donde si eres un buen actor, las televisiones americanas te llaman y los estudiantes te consideran el más interesante. Y si eres un mal actor, a lo mejor no te llaman tanto.

Con esa voluntad de situarse por encima de todos los discursos, ¿no se corre el riesgo de convertirse en otro discurso falso más?

No, porque no hay una voluntad de ponerse por encima, sino de asumir esos discursos, alguno de los cuales también comparto. Quiero englobar todos esos discursos, incluso las versiones de lo sucedido que responden a lo que habíamos visto en los medios o la opinión que nos podíamos haber formado. Hay un capítulo, llamado Testimonio oral, en el que DK ve a su víctima en la televisión. En ese momento, hay una perversión de la realidad, porque frente a la pantalla del ordenador se produce una situación en la que DK relata su visión de lo sucedido, pero ella le habla desde la pantalla y le dice la verdad de lo que vivió, algo que DK recibe con estupor porque implica que terminará en la cárcel, pero también que ella fue algo más que una víctima. Creo que todos somos parte de una situación en la que no controlamos nuestros actos y no podemos juzgar de forma simple lo que ocurre. Como dice Lady Gaga en el libro, “¿por qué lo llaman ‘violación’ cuando yo lo llamaría ‘amor’?” ¿No son nuestras categorías y juicios demasiado simples? La novela como discurso es una forma de introducir complejidad, y en este punto, me declaro kunderiano.

Una de las características de su estilo es su desmesura, algo que le han reprochado en repetidas ocasiones.

Lo curioso es que si yo quisiera, cerraba el grifo, es lo más fácil. Y es lo que le pasa a tantos escritores contemporáneos, que escriben tan gota a gota que da un poco de pena porque el estilo es muy pobre. Lo que quiero decir es que reprochar el exceso es sorprendente cuando habría que criticar el defecto, que es lo que se ha establecido como norma de escritura y que detesto: la frase corta, simplona, una frase que podría aparecer en un telediario sin que sorprendiese a nadie. Me interesa mucho el placer pero de forma transitiva, porque gozo con la escritura pero busco que el lector, si se deja llevar, disfrute con la lectura. Es la única forma de que el discurso literario vuelva a tener importancia para la gente, que encuentre un placer que no va a encontrar en el cine ni la televisión ni el videojuego, porque no tiene que ver con la forma de representar, sino también con la forma de decir, con la forma de estar en el lenguaje. Si hay algo que me gusta de la novela es el modo en que expreso cosas que la gente piensa que alguien debería decir, tanto en cuestiones políticas como sexuales o reflexiones sobre la edad. Pero que hay que decirlas con un cierto lenguaje, no tendiendo a la banalidad, sino a lo complejo.La literatura debería ofrecer al lector un placer que no pueda encontrar en ningún otro lugar

Hay que felicitarle por la longitud del libro (más de 500 páginas), en la era de Twitter, de la serie de cincuenta minutos y el relato corto.

Estamos perdiendo las grandes narrativas, la literatura ha construido con anterioridad una forma lingüística de comprensión del ser humano que se echa en falta. Twitter está muy bien, sirve para lo que sirve, pero no tiene nada que ver con lo fundamental, que es expresar algo en las páginas que sean necesarias. Esta novela, que es una alegoría total, necesitaba una extensión que la editorial ha entendido muy bien. Ójala pudiesen hacerse alegorías en 200 páginas, pero no es tan fácil.

Después de ganar el Herralde de Novela, ¿no se siente un cuerpo extraño en un panorama complaciente?

Siempre me he sentido un cuerpo extraño en España. Intento no escribir dentro de un marco o de un panorama nacional, escribo tal y como entiendo que alguien que escribe en español debería hacerlo en su tiempo. No me importa tanto ser comprendido en mi país como hacer lo que yo creo que debo hacer. En ese sentido, el Herralde es la mejor forma de dar respaldo a mi proyecto literario, porque se da a la literatura y no al comercio, en una época donde lo único que parece que puede hacer un editor es publicar bodrios que vendan mucho. Es un momento muy hostil para todo lo que no sea rentabilidad comercial.

Dominique Strauss-Kahn y una empleada del hotel Sofitel de Manhattan en la ciudad de Nueva York: el resto es historia. Este célebre acontecimiento marca el punto de inicio del proceso de caída y hundimiento del político y economista francés, pero también de la última novela de Juan Francisco Ferré, Karnaval (Anagrama), que explota el acontecimiento desde multitud de perspectivas y registros literarios, poniendo de manifiesto que la vida moderna es un carnaval en el que los discursos de cada cual se entrecruzan sin conseguir agotar las explicaciones. La novela consiguió el mes pasado el prestigioso Premio Herralde de Novela, entregado por Anagrama, un hito que lo es aún más por tratarse de una novela compleja, propiamente literaria, y que hace gala de una distancia humorística poco frecuente en la novela moderna.