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Segismundo enmienda a don Quijote
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Segismundo enmienda a don Quijote

Ilustraba don Quijote a Sancho en el capítulo LVIII de la segunda parte acerca del que, para él, era “uno de los más preciosos dones que

Ilustraba don Quijote a Sancho en el capítulo LVIII de la segunda parte acerca del que, para él, era “uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los Cielos”. Bien sabía el bueno de don Miguel de los pesares de la privación de libertad, y su discurso nos parece justo y certero. Pero la ciencia, que para el hidalgo manchego era conocimiento admirable y necesario para la caballería andante, va a fallarle y darle la razón a Calderón, para quien la vida es “una ilusión, / una sombra, una ficción, / y el mayor bien es pequeño: / que toda la vida es sueño, / y los sueños, sueños son”. La ciencia moderna sostiene, contra don Quijote, que la vida es sueño y la libertad una falacia; en este opúsculo el profesor Francisco J. Rubia se propone “presentar aquellos argumentos que, desde un punto de vista científico, plantean precisamente la no existencia de esa facultad o, lo que es lo mismo, que probablemente el libre albedrío sea una ilusión, una más de todas las ilusiones que el cerebro genera” (p. 9).

 

Los dos primeros capítulos, en los que repasa lo que se ha dicho hasta hoy, desde la filosofía y la ciencia acerca del libre albedrío, son algo caóticos. Todo el libro tiene un aire de dictado académico, pero en éstos se acentúa con un bombardeo de nombres y conceptos difíciles de retener. Las conclusiones generales del volumen se han avanzado en la Introducción; en las páginas que siguen desgrana las hipótesis concretas y los experimentos que se han llevado a cabo para falsarlas, así como aquellas patologías cerebrales que afectan a la voluntad del individuo. Ejemplos llamativos son el del aquejado de “visión ciega”, que percibe estímulos visuales pero no es consciente de ello –aunque reaccione ante dichos estímulos-, o el de quien padece el “síndrome de la mano extraña”, que ha perdido el control consciente de uno de sus miembros, situación tragicómica que el cine y la televisión han aprovechado en más de una ocasión. Estos casos muestran que la mayor parte de los procesos mentales son inconscientes.

En 1983, Benjamin Libet realizó un experimento de resultados asombrosos: descubrió que el cerebro inicia las acciones antes de que el individuo decida llevarlas a cabo. La voluntad parece entonces, no ya el origen de la acción, sino la consciencia de que una acción va a emprenderse. También reveló uno de las muchas mentiras que nos cuenta el cerebro: que sentimos los estímulos en el mismo momento de producirse, cuando en realidad se sienten medio segundo después. Si ya sabemos que algunas propiedades del mundo exterior, como los colores, no existen más que en nuestra “mente”, la confianza que pudiéramos tener en nuestra percepción del mundo y de nosotros mismos se empieza a tambalear. Y sólo es el principio. Parece haber una conspiración cerebral para crearnos la fábula vital, pero quizá lo más sangrante es que ni siquiera es un país de Jauja, sino este triste mundo que todos conocemos.

Pero no es tan malo nuestro seso como parece; hace lo que ha aprendido a lo largo de miles de años de evolución. A riesgo de ponernos leibnizianos, habría que reconocer que el sistema es el mejor posible y que el cerebro cumple su misión: la especie humana se ha enfrentado al reto de la supervivencia con bastante éxito. Que sus tretas nos parezcan más o menos limpias es ya harina de otro costal. Si nos engaña susurrándonos que poseemos voluntad libre –pero no hay ninguna estructura cerebral donde se asiente- o que “yo” habito este cuerpo –cuando el “yo” tampoco tiene asiento en el cerebro- en este mundo que percibo, debemos perdonárselo por sus buenas intenciones, y realmente tampoco sabemos si había otras opciones mejores –o si estaba determinado a hacerlo así-. Además, estos severos científicos nos abren una puerta a la esperanza, eso sí, a su manera relativa y restringida: “la autonomía de las acciones humanas, desde el punto de vista de la neurociencia, no radica en un acto voluntario sentido subjetivamente, sino en la capacidad del cerebro en llevar a cabo acciones por su propio impulso” (p. 71).

 El fantasma de la libertad. Francisco J. Rubia. Ed. Crítica. 192 págs. 17,50 €. Comprar libro.

Ilustraba don Quijote a Sancho en el capítulo LVIII de la segunda parte acerca del que, para él, era “uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los Cielos”. Bien sabía el bueno de don Miguel de los pesares de la privación de libertad, y su discurso nos parece justo y certero. Pero la ciencia, que para el hidalgo manchego era conocimiento admirable y necesario para la caballería andante, va a fallarle y darle la razón a Calderón, para quien la vida es “una ilusión, / una sombra, una ficción, / y el mayor bien es pequeño: / que toda la vida es sueño, / y los sueños, sueños son”. La ciencia moderna sostiene, contra don Quijote, que la vida es sueño y la libertad una falacia; en este opúsculo el profesor Francisco J. Rubia se propone “presentar aquellos argumentos que, desde un punto de vista científico, plantean precisamente la no existencia de esa facultad o, lo que es lo mismo, que probablemente el libre albedrío sea una ilusión, una más de todas las ilusiones que el cerebro genera” (p. 9).