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Impactante pero manido alegato antibelicista
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Impactante pero manido alegato antibelicista

Lo que podríamos imaginar al ver el nombre de Calixto Bieito encabezando una producción teatral de mensaje antibélico, lo vamos a encontrar en Los persas: una

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Impactante pero manido alegato antibelicista

Lo que podríamos imaginar al ver el nombre de Calixto Bieito encabezando una producción teatral de mensaje antibélico, lo vamos a encontrar en Los persas: una apuesta visual poderosa, un afán polémico -que disimula la corrección política del mensaje- y una superficialidad aséptica. Esta “adaptación” de la tragedia de Esquilo -que se titule Los persas es, en realidad, una cuestión de marketing; las similitudes con el original son muy relativas- es cínica, irónica e irreverente, pero que resulta menos polémica de lo habitual en el director gallego -sólo las irreverencias a la bandera pueden molestar a alguno-. Con Réquiem por un soldado, Bieito demuestra que cuanto más contemporáneo es el discurso, mejor le va y que, cuando deja a un lado las zarandajas de enfant terrible es capaz de hacer muy buen teatro, como en Plataforma.

Para exhibir su discurso más antimilitarista que antibélico, Bieito ha optado por evocar un concierto homenaje a la muerte de una soldado, Jerjes, caída en cumplimiento del deber durante una misión de paz en Afganistán. El primer acierto de Bieito es que Jerjes sea una mujer; como dice la espléndida protagonista, Natalia Dicenta, en una entrevista, lo normal es que a la mujer se la asocie con la vida y no con la muerte, y en la guerra suelen ser víctimas y no verdugos. Pero el mayor acierto es convertir Los persas en un concierto. El antibelicismo moderno comenzó con Vietnam, y toda la estética de la obra recuerda a aquella época de finales de los sesenta y comienzos de los setenta. A parte de la reconstrucción visual, que recuerda a algunas escenas de La chaqueta metálica y Apocalypse Now -de donde se toma la escena del bombardeo-, la música es el ingrediente qua da a este espectáculo un sabor propio.

Además de seguir la estela de Woodstock, esta estructura permite tender un lazo con el teatro clásico, mucho más musicalizado que el contemporáneo. Temas de Janis Joplin o Edwin Starr son interpretados magníficamente por Dicenta y el homenaje a Jimi Hendrix se convierte en el momento angular de la representación, con una versión rockera de la Marcha de granaderos -mientras Rafa Castejón destroza una guitarra- al modo en el que el guitarrista de Seattle interpretó The Star-Spangled Banner aquel 18 de agosto de 1969. Si aquel himno distorsionado se asoció de inmediato a las posiciones más críticas con el imperialismo yanqui, Bieito espera que su Marcha real rockera sugiera algo parecido en el espectador. Pues una de las tesis de la obra es que morir por la bandera, o por la patria, no deja de ser una estupidez.

La denuncia de la cosificación del soldado es el argumento real del espectáculo. A los soldados se les inocula el veneno de la violencia, una violencia que se encuentra disimulada en nuestras pacíficas sociedades occidentales, y que se atisba en productos inicialmente inocentes, como son los videojuegos que recita el soldado interpretado por David Fernández. Esto, sin dejar de ser tópico, resulta eficaz. El contraste entre lo que los soldados imaginan que es la guerra, animados por sentencias patrióticas y llamadas al alistamiento, y lo que se encuentran en Herat, tiene su reflejo en Darío, padre de Jerjes quien no deja de temer, sentado en su trono de chatarra mientras ve perder simbólicamente al Atlético de Madrid frente al Nàstic y reza a Nuestra Señora del Carmen -más tópicos-.

El conjunto es interesante, con una apuesta visual y un lenguaje poderosos, pero se ve lastrado por los muchos tópicos a los que recurre y porque trata de manera superficial temas como las motivaciones de los soldados, a quienes parece habérseles sorbido el seso, bien los videojuegos, bien la tradición, bien las promesas del alistamiento. Esto es sólo rascar la superficie. Su defensa del individuo cosificado -el soldado como engranaje de la máquina de guerra- es encomiable, y queda claro que a Bieito no le gustan los ejércitos, aunque entiende que la guerra es eterna, que generación tras generación irá a morir al frente. Mas no busca los porqués sino que se contenta con demoler el patrioterismo sin llegar a desvelar las razones más hondas por las cuales jóvenes con una vida aparentemente cómoda y sana deciden ir a jugarse la vida a los confines del mundo.

LO MEJOR: La impactante apuesta visual, a pesar del escenario.

LO PEOR: La superficialidad de la crítica propuesta.

En cartel en Madrid:

EN TORNO A LA GAVIOTA

DEL REY ABAJO, NINGUNO

LA MUJER DE NEGRO

JESUCRISTO SUPERSTAR

¡PIRATAS, PIRATAS!

HIJOS DE SU MADRE

SEIS CLASES DE BAILE EN SEIS SEMANAS

SALIR DEL ARMARIO

DILE A MI HIJA QUE ME FUI DE VIAJE

Lo que podríamos imaginar al ver el nombre de Calixto Bieito encabezando una producción teatral de mensaje antibélico, lo vamos a encontrar en Los persas: una apuesta visual poderosa, un afán polémico -que disimula la corrección política del mensaje- y una superficialidad aséptica. Esta “adaptación” de la tragedia de Esquilo -que se titule Los persas es, en realidad, una cuestión de marketing; las similitudes con el original son muy relativas- es cínica, irónica e irreverente, pero que resulta menos polémica de lo habitual en el director gallego -sólo las irreverencias a la bandera pueden molestar a alguno-. Con Réquiem por un soldado, Bieito demuestra que cuanto más contemporáneo es el discurso, mejor le va y que, cuando deja a un lado las zarandajas de enfant terrible es capaz de hacer muy buen teatro, como en Plataforma.