Es noticia
Mucho talento
  1. Cultura

Mucho talento

Resulta interesante que Alberto Olmos aborde el asunto del talento en su ya cuarta novela. Precisamente ahora, cuando ha confirmado lo que apuntaba en A bordo

Resulta interesante que Alberto Olmos aborde el asunto del talento en su ya cuarta novela. Precisamente ahora, cuando ha confirmado lo que apuntaba en A bordo del naufragio, en Trenes hacia Tokio y, aún más, en esta espléndida El talento de los demás. La historia gira alrededor del un enigmático personaje en grado cero, Mario Sut, del que nadie sabe absolutamente nada pero que desencadena tres relatos muy distintos. Alrededor de él, varios personajes mucho más humanos, con ínfulas artísticas y creativas, que creen tener talento y reflexionan sobre ello, sobre el talento, el éxito y el fracaso. Porque el verdadero talento, el único, es el de los demás: “Ahora vivo del talento de los demás, que es el único que nunca se acaba”, le dice su profesor y amante a Mario, con un punto de vista cáustico y cínico que es el de -casi- todos los personajes: la vida es una pugna entre talentos, en la cual la gran mayoría salen fatalmente derrotados.

Pero las logradas reflexiones en torno al tema principal no es lo único que Olmos ofrece en esta novela, hay mucho más. En anteriores novelas ya había buscado estructuras no convencionales, y esa experiencia la aprovecha aquí. Así, la tercera parte, que narra Olga Tere, es un discurso en segunda persona como el que empleó en A bordo del naufragio. Y en la segunda presta la voz a varios personajes, configurando un juego de espejos brillantísimo que nos revela quién es el autor de cada una de las partes y porqué adoptó ese enfoque en particular, mientras se obliga al lector a reconstruir la narración mientras advierte que nunca podrá resolver el enigma de Mario Sut, pues sus andanzas le llegan mediante voces completamente ignorantes y, según ellos mismos, carentes de talento. Mario es el catalizador de sus éxitos y de sus trabajos, es el hilo conductor que vertebra toda la novela pues, como un agujero negro, su completa vacuidad atrae las energías de los geniecillos frustrados, arrastrándoles hacia la inactividad, como a Carlos, o hacia la creación, como a Alberto.

Eso sí, en ningún momento se nos dice si terminan por triunfar en esa competición inclemente que es la vida, porque eso debe decidirlo el lector con el libro que tiene en las manos. Olmos no parece muy convencido de que los pretendidos genios vayan a conseguirlo porque, según parece, el concurso está amañado. Aun así, la decisión final pertenece al lector y, si he de opinar, los narradores que ha creado Olmos tienen verdadero talento. Algo menos Olga Tere, pues la tercera parte llega a hacerse tediosa por repetitiva, aunque está narrada con intensidad. El texto está lleno de aciertos expresivos: “El triciclo era el Napoleón de plástico de esa infantería veloz” (p. 65), imaginación desbordante, hallazgos reflexivos -“seguramente el mejor director de cine de todos los tiempos no vio en su vida una película”- y un incontestable oficio que hacen de Olmos, ya sin duda, uno de los grandes talentos confirmados de nuestra narrativa.

Resulta interesante que Alberto Olmos aborde el asunto del talento en su ya cuarta novela. Precisamente ahora, cuando ha confirmado lo que apuntaba en A bordo del naufragio, en Trenes hacia Tokio y, aún más, en esta espléndida El talento de los demás. La historia gira alrededor del un enigmático personaje en grado cero, Mario Sut, del que nadie sabe absolutamente nada pero que desencadena tres relatos muy distintos. Alrededor de él, varios personajes mucho más humanos, con ínfulas artísticas y creativas, que creen tener talento y reflexionan sobre ello, sobre el talento, el éxito y el fracaso. Porque el verdadero talento, el único, es el de los demás: “Ahora vivo del talento de los demás, que es el único que nunca se acaba”, le dice su profesor y amante a Mario, con un punto de vista cáustico y cínico que es el de -casi- todos los personajes: la vida es una pugna entre talentos, en la cual la gran mayoría salen fatalmente derrotados.