Es noticia
Narices de hoy y siempre
  1. Cultura

Narices de hoy y siempre

El apéndice nasal es el atributo más conocido de Cyrano de Bergerac, aunque tanto o más afilada era su lengua, sin desmerecer la espada. Y, en

Foto: Narices de hoy y siempre
Narices de hoy y siempre

El apéndice nasal es el atributo más conocido de Cyrano de Bergerac, aunque tanto o más afilada era su lengua, sin desmerecer la espada. Y, en esta enésima representación de la inmortal tragicomedia de Edmond Rostand, que se presenta como desprovista de tópicos, el del espléndido cartabón se mantiene. En la forja del carácter pendenciero y orgulloso del personaje, su prominencia es clave -a lo que José Pedro Carrión añade su escueta talla física- para crear la inseguridad esencial que le define. Claro que no es el único tópico que se conserva -es imposible privar de tópicos a un producto del siglo XIX-. Muchos se mantienen, otros se exageran -la torpeza expresiva de Christian hasta convertirlo en un majadero- y en todo caso no es un Cyrano novedoso o rompedor, sino bastante clásico y, al mismo tiempo, divertido, ágil y muy bien hecho, con todos los detalles cuidados y resueltos brillantemente y unas interpretaciones sólidas y amables en los protagonistas.

El principal responsable de que todo esté correcto es el experimentado director John Strasberg, que desde su colaboración con el Centro Dramático Nacional en 1980 trabaja asiduamente en nuestro país, y conoce sus usos y costumbres teatrales tan bien como su oficio. De casta le viene al galgo la dirección de actores, aunque en esta ocasión lo tiene fácil con un elenco de talento al que debe sumarse la presencia de José Pedro Carrión, auténtico alma del montaje. Carrión y Strasberg se conocen bien, y de hecho la idea de llevar a las tablas conjuntamente el Cyrano surgió hace diez años, cuando Carrión interpretaba a Ricardo III bajo la dirección del norteamericano. Desde entonces el pucelano se ha preparado este personaje que fue concebido sólo para los grandes: Constant Coquelin, Fernando Díaz de Mendoza, José Ferrer, Manuel Dicenta o Plácido Domingo, entre otros. Y es que Cyrano es un personaje que, tanto por su riqueza y complejidad, como por su estatus de mito, impone y marca al intérprete que ose acometerlo.

Se trata de un personaje difícil, pero agradecido por su ingenio y talla moral -al contrario que el Cyrano real, en muchos aspectos bastante más interesante-, y Carrión lo somete desde los primeros compases. La magnífica escena inicial -tanto en el texto como en esta versión-, con el orondo Montfleury sobre las tablas y Cyrano retándole la aprovecha Carrión para enganchar al público y llevarlo a su terreno. Ya no lo soltará, con una interpretación perfectamente modulada y viva, aunque en los momentos postreros quizá gesticule un poco de más. A destacar también una espléndida Lucía Quintana, que humaniza a un personaje algo fatuo como es Rosana; Ricardo Moya, que borda a De Guiche; y Miguel Esteve, que tiene buenos momentos como el repostero poeta Ragueneau. Poco puede hacer Cristobal Suárez con el Christian de esta versión, que le incapacita para demostrar su talento -este es uno de los pocos defectos del trabajo de John Sanderson, aparte de algunos versos facilones y manidos que quizá se deban a la traducción-.

Música y vestuario -Mariano Díaz, María Luisa Engel- cumplen con nota, así como los apartados técnicos. Muy interesante es la escenografía de Daniel Bianco. Comienza de una forma muy clásica y, escena a escena, se va despojando y deconstruyendo hasta culminar en la escena del balcón, un grisáceo y frío sitio de Arrás -en el cual se percibe muy bien la dureza de la guerra barroca de asedios y trincheras- y un cobrizo y otoñal convento donde se despide la obra. El público va a disfrutar de este nuevo montaje que, si bien es cierto que no aporta nada nuevo, ofrece detalles muy interesantes y, sobre todo, sabe llegar, divertir y emocionar tanto al público más exigente como al más interesado en disfrutar de una amena velada teatral sin más.

En cartel en Madrid:

UN HOMBRE QUE SE AHOGA

EL PERRO DEL HORTELANO

LA MUJER DE NEGRO

JESUCRISTO SUPERSTAR

PLAY STRINDBERG

HIJOS DE SU MADRE

LAS AMARGAS LÁGRIMAS DE PETRA VON KANT

BARROCO

SALIR DEL ARMARIO

MADRUGADA DE COBARDES

El apéndice nasal es el atributo más conocido de Cyrano de Bergerac, aunque tanto o más afilada era su lengua, sin desmerecer la espada. Y, en esta enésima representación de la inmortal tragicomedia de Edmond Rostand, que se presenta como desprovista de tópicos, el del espléndido cartabón se mantiene. En la forja del carácter pendenciero y orgulloso del personaje, su prominencia es clave -a lo que José Pedro Carrión añade su escueta talla física- para crear la inseguridad esencial que le define. Claro que no es el único tópico que se conserva -es imposible privar de tópicos a un producto del siglo XIX-. Muchos se mantienen, otros se exageran -la torpeza expresiva de Christian hasta convertirlo en un majadero- y en todo caso no es un Cyrano novedoso o rompedor, sino bastante clásico y, al mismo tiempo, divertido, ágil y muy bien hecho, con todos los detalles cuidados y resueltos brillantemente y unas interpretaciones sólidas y amables en los protagonistas.