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Un maestro de la crueldad
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Un maestro de la crueldad

Aunque hoy suena más el nombre de su hijo Martin, Kingsley Amis fue uno de los grandes narradores británicos de la segunda mitad del siglo XX.

Aunque hoy suena más el nombre de su hijo Martin, Kingsley Amis fue uno de los grandes narradores británicos de la segunda mitad del siglo XX. Fue un maestro de la ironía y la sátira, un autor brillante con tanto talento como mala leche. Los cascarrabias suelen molestar mucho en vida, pero esto se olvida -le ha pasado a Nabokov, a Bolaño-, cuando ya no pueden lanzar más dardos envenenados. Y Amis padre los lanzaba bien dirigidos, como pudo comprobar Amis hijo, a quien se refería como “el mierdecilla”, entre otras cosas, por su escaso patriotismo literario -ahora bien, esta difícil relación paternofilial les sirvió a ambos como trampolín mediático-. Esta novela está recorrida por una crueldad inmisericorde, una crueldad que aplasta tanto a sus personajes como a las realidades que representan. Dichos personajes están perfectamente delineados, pero con tanta crueldad que se tornan cómicos.

En sus manos, cualquier gesto, indumentaria o actitud es degradada sin compasión. El escritor se comporta como un Dios caprichoso que prueba a sus personajes -puede que para ver si son dignos de Él-, antes de concederles la absolución; el regocijo con el que les destruye, o les hace pasar por esas terribles pruebas, se hace evidente en el capítulo 6, donde describe la resaca de Jim en casa de los Welch -cuando su futuro académico depende de la impresión que les cause-. Tras quedarse dormido, completamente borracho, descubrirá que ha quemado con su cigarrillo las sábanas, la alfombra y la mesilla. El bueno de Jim, haga lo que haga, resulta humillado aunque tampoco sea un dechado de virtudes morales. Es un mediocre completo -nadie le considera lo bastante importante como para aprenderse su nombre, ni siquiera el portero-, pero que en seguida resulta simpático; sus razones son peregrinas, pero muy humanas y, en todo caso, el resto de personajes son mucho peores -a excepción de secundarios como Atkinson-.

A través de este personaje Kingsley Amis introduce al lector en el mundo cerrado y asfixiante de una universidad provinciana, anclada en el pasado, en el desinterés y el fraude académico. Y aunque la novela destaca por la reproducción satírica de la sociedad de posguerra, la vida universitaria está fielmente reproducida -no hay sátira, es que realmente es ridícula-. Aquí se mezclan dos ámbitos que se caracterizan por su aislamiento, la pequeña ciudad y la universidad. Es la mejor conjunción de escenarios que podía encontrar Amis para explayar su visión cruel de la sociedad. Así, Jim está en manos de un profesor caprichoso y ridículo, esnob y kitsch; un jefe que no le contratará por sus cualidades docentes, sino por su encaje en sus ‘veladas artísticas de provincias’. Cada uno de los miembros de la familia Welch es un arquetipo de aquello que más desagrada de Inglaterra al autor, y con todos ellos se ensañarán tanto el narrador como el autor.

Amis se mueve como pez en el agua en el terreno de la sátira, dado que era una persona absolutamente cruel -el movimiento al que pertenecía en la época en que escribió esta novela se denominaba, precisamente, Young Angry Men-. Consigue, además, una novela magníficamente estructurada, con un manejo espléndido de la tensión creciente, que resulta muy divertida y amena, con varios planos de profundidad y un considerable tratamiento psicológico. De hecho, entre lo mejor de la novela está que Jim verbaliza con detalle los procesos subterráneos de las relaciones cotidianas, convenientemente reprimidos por la educación tanto reglada como ambiental. De esta manera consigue dejar desnudos a los personajes, independientemente de que luego, en su infinita misericordia, decida redimirlos.

Aunque hoy suena más el nombre de su hijo Martin, Kingsley Amis fue uno de los grandes narradores británicos de la segunda mitad del siglo XX. Fue un maestro de la ironía y la sátira, un autor brillante con tanto talento como mala leche. Los cascarrabias suelen molestar mucho en vida, pero esto se olvida -le ha pasado a Nabokov, a Bolaño-, cuando ya no pueden lanzar más dardos envenenados. Y Amis padre los lanzaba bien dirigidos, como pudo comprobar Amis hijo, a quien se refería como “el mierdecilla”, entre otras cosas, por su escaso patriotismo literario -ahora bien, esta difícil relación paternofilial les sirvió a ambos como trampolín mediático-. Esta novela está recorrida por una crueldad inmisericorde, una crueldad que aplasta tanto a sus personajes como a las realidades que representan. Dichos personajes están perfectamente delineados, pero con tanta crueldad que se tornan cómicos.