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¿qué harías tú?

El dilema del prisionero y su importancia en nuestra vida diaria

Tu mejor amigo y tú cometéis un atraco. Os pillan, pero no tienen pruebas suficientes para condenaros. Vuestra forma de actuar dice mucho de nuestra condición humana y social

Fuente: iStock

Imaginemos la premisa: tu mejor amigo y tú, tras una insolación, tenéis la fantástica idea de robar, por ejemplo, un banco, a plena luz del día. Os pillan, como es lógico, pero no tienen motivos suficientes para condenaros. Si uno confiesa y el otro no, el que no lo hace será condenado a la pena total (diez años) y, el primero, liberado. Si, por el contrario, ambos confesáis, seréis condenados a seis años. Si lo negáis (recuerda que no tienen suficientes pruebas) solo os podrán encerrar durante un año por un cargo menor.

Pensarás que, ya que tu mejor amigo y tú habéis vivido tantas cosas juntos, optaréis ambos por negarlo. ¿Verdad? ¡¿Verdad?!

Desgraciadamente, no es así. Esto es lo que se llama el dilema del prisionero.

Se trata de un problema mental de la teoría de juegos que fue desarrollado originariamente por Merrill M. Flood y Melvin Dresher en 1950, aunque cobró mayor importancia con la publicación del libro 'El Gen Egoísta' de Richard Dawkins, sobre evolución y comportamiento. Es una especie de metáfora para comprender gran parte de la vida social.

Si ambos callan, la condena se reduce para ambos, por lo que ese sería el resultado más óptimo. Sin embargo, la clave está en que no sabemos lo que dirá nuestro cómplice

Confesar es una estrategia dominante para ambos jugadores. Sea cual sea la elección del otro jugador, puede reducir su propia estancia en la cárcel traicionando a tu cómplice. La cuestión es que si ambos callan, la condena se reduce para ambos, por lo que ese sería el resultado más óptimo. Sin embargo, la clave está en que no sabemos lo que dirá nuestro cómplice (por mucho mejor amigo nuestro que sea). Si ambos siguen sus propios intereses egoístas y no trabajan por el grupo, tendrán una condena más dura. Lo cierto es que casi todos los días nos enfrentamos a situaciones en las que tenemos la opción de ayudar (o no) a otra persona.

Casi todos los días, nos enfrentamos a situaciones en las que tenemos la opción de ayudar a otra persona, a costa de nosotros mismos, o no ayudar y, por lo tanto, promover nuestro propio interés. Se ha utilizado frecuentemente para explorar todo tipo de facetas del comportamiento humano. Dawkins, por ejemplo, llegó a la conclusión de que depende de las veces que juguemos. En situaciones en las que la decisión es esencialmente única (por ejemplo, tienes prisa en una tienda y a una persona que va delante se le cae una bolsa con manzanas) las personas tienden a actuar en función de sus propios intereses egoístas. Si no van a volver a ver a esa persona, entonces deciden salvar el pellejo a expensas del otro.

En situaciones en las que la decisión es esencialmente única las personas tienden a actuar en función de sus propios intereses egoístas

Sin embargo, si esperas interactuar con esta misma otra persona en el futuro, es posible que desees pensarlo dos veces. Por ejemplo: si tu mejor amigo y tú vais a ir a la cárcel y luego vas a tener que verle en la boda de tu prima, cuando salgáis de prisión. Es poco probable que olvide una traición así. Y si lo llevamos todo a un juego (es una teoría de juegos, al fin y al cabo) es probable que la próxima vez que juguéis juntos no caiga, lo que provocaría resultados adversos a largo plazo para ti. En definitiva, las personas tienden a comportarse de manera diferente si están jugando una ronda única o es una situación particular, o si están jugando muchas veces: un contexto reiterativo del dilema del prisionero tiende a generar bondad, mientras que un contexto único tiende a generar maldad.

El dilema del prisionero, como decíamos al principio, sirve para explicar multitud de cosas y entender incluso la concentración bancaria: mantener la cooperación es difícil, aunque sea beneficiosa, porque somos seres imperfectos y desconfiados. Eso sí, como se mencionó anteriormente, parece que tendemos a ser más amables con los demás cuando jugamos al Dilema del Prisionero iterativo en comparación con jugar una ronda única.

Mantener la cooperación es difícil, aunque sea beneficiosa, porque somos seres imperfectos y desconfiados

Según el psicólogo Glenn Geher en 'Psychology Today', interactuar con extraños puede considerarse como un juego único del dilema del prisionero. "En las condiciones modernas, nos encontramos constantemente en situaciones que, por lo tanto, tienden a generar egoísmo de manera inherente. ¿Quieres entender por qué hay tanta maldad en el mundo de hoy? Quizás el problema radica en el hecho de que muchas interacciones sociales humanas se dan entre extraños que no tienen expectativas de volver a interactuar entre sí".

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