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  1. Alma, Corazón, Vida

POR ÉL, NOS HUBIÉRAMOS RETIRADO

Sebastián Eslava, némesis de Blas de Lezo: un virrey navarro de ego insaciable

Con una necesidad de reconocimiento permanente, no era hombre de equipo en el sentido literal de la palabra, por mucho que dirigiera ejércitos. Blas de Lezo pagó las consecuencias

Retrato de Sebastián de Eslava realizado por Joaquín Gutiérrez.

"Me pregunto cómo es posible que persistamos en mantener tal abuso: en habilitar al tiempo como depositario de nuestra esperanza cuando es él quien se encarga de defraudarla".

Juan Benet

Probablemente, una de las batallas más grandes librada por España en toda su historia militar haya sido la de Cartagena de Indias, y el almirante Blas de Lezo, su héroe indiscutible. Pero más allá de que este conflicto tan determinante para los intereses de España sea estudiado en las escuelas militares de Frunze, West Point, Saint Cyr o Toledo como el impecable modelo de defensa que fue, lo cierto es que al margen de la durísima humillación que supuso para la marina y el ejército de Inglaterra, tenía más hebras en sus entresijos que las que aparecen a simple vista en los libros de historia.

Sebastián Eslava no era manco como su colega de armas y a la par “antagón” -como se verá más adelante- Blas de Lezo, con el cual compartía responsabilidades en la estratégica plaza, yugular por donde fluía un altísimo porcentaje de la mercadería del virreinato de Nueva Granada. Para este efecto, Fernando VI lo había designado para llevar los asuntos mayores pues en su currículum, impecable por otra parte, había pasaportado a los señores del turbante en Orán, Alcazarquivir y Ceuta prácticamente sin despeinarse durante campañas ejecutadas con elementales y practicas estrategias con recursos limitados. Por ello, era el candidato idóneo para llevar la dirección de tan comprometida plaza. Pero había un problema con este brillante militar.

La admiración que causaba Blas de Lezo entre sus subordinados por su humana naturalidad, estaba reñida con el respeto por miedo que infundía Eslava

De ego insaciable, con una necesidad de reconocimiento permanente, no era hombre de equipo en el sentido literal de la palabra, por mucho que dirigiera ejércitos. No era amigo de consultar a los oficiales, sus palabras hacia ellos cuando no obraban a su antojo eran abrasivas, tomaba decisiones bajo impulso, era un campo minado en las relaciones con sus pares y, con demasiada frecuencia se encolerizaba cuando algún subordinado le ponía las peras al cuarto. Esta actitud que le podía dar réditos depende y donde, a la vez le llevaría a una situación límite con el honorable y venerado Blas de Lezo, personaje diametralmente opuesto en sus perfiles al estirado virrey. La naturaleza humana tiene eso, es capaz de lo mejor y de lo peor, contradictoria por si misma, puede albergar grandeza y mezquindad; ese era Sebastián Eslava. Probablemente, la admiración que causaba Blas de Lezo entre sus subordinados por su humana naturalidad, estaba reñida con el respeto por miedo que infundía Eslava, y ello a su vez, pudiera haber sido el desencadenante de esa envidia taimada y feroz del virrey hacia el marino. Entonces llegó el año 1739.

Un austero marino emerge

Gran Bretaña tenía por aquel entonces a Walpole, un primer ministro mesurado, bastante ecuánime y poco partidario de fomentar las agarradas. Este hombre, encanecido y arrugado, encorvado y de análisis agudo se tuvo que enfrentar a la oposición y a una buena parte de su propio partido a raíz de la trifulca organizada y alentada por un doctorado infractor de los tratados internacionales, un tal Robert Jenkins, que tras organizar un sarao relacionado con el contrabando en las lejanas latitudes de Florida, había caído en manos del capitán español Fandiño, al mando de una rapidísima goleta, La Isabela, que le aplicó una fórmula de reflexión muy expeditiva cortándole la oreja sin más preámbulos.

Entonces, contra las cuerdas, el primer ministro británico tomó la decisión que tanto había evitado.

Retrato de Sebastián de Eslava de autor desconocido.

El 22 de septiembre del año 1739, Portobelo, en lo que corresponde geográficamente a la actual Panamá, había caído en una durísima operación en la que los isleños tras un carísimo operativo no encontraron nada de interés; pues los españoles habían evacuado todos los valores que había en la ciudad. Lamentablemente, en su posterior pataleo y decepción, demolieron concienzudamente la antigua ciudad, privando al futuro de una de las más bellas obras de la arquitectura colonial de la época.

Pero el gran sol que da la vida a los árboles y a las montañas, el hilo que todo lo teje, estaba del lado español.

Como un árbol que crece en busca de la luz, un austero marino con docenas de años de oficio en La Armada y con el cuerpo muy recortado por las acciones de guerra y notables mutilaciones, emergió ante la durísima amenaza que acechaba a poca distancia.

Entre los caídos en combate y la peste, las bajas fueron durísimas. Las dos terceras partes de la infantería pasaron a mejor vida

Probablemente una de las expediciones militares de mayor calado organizada por Gran Bretaña en toda su historia hasta el desembarco de Normandía; con cerca de 200 naves entre las cuales se incluían 21 navíos de línea, 9.000 hombres de infantería y otros muchos miles entre marinos y situación de apoyo logístico, se acercaba alegremente como confiado depredador hacia su sentenciada víctima. El Almirante Vernon era un hombre feliz, quizás por el exceso de delirio, sus aficiones etílicas y el subidón que le impregnaba al verse tan bien acompañado de tanto cañón y vistosas casacas rojas; vamos, rien va plus.

Eslava y Lezo, a pesar de sus diferencias, pronto se dieron cuenta de que estaban con el huracán pisándoles los talones. Habían reforzado los abastecimientos de Cartagena al margen de la negligente conducta demostrada sobre este particular por el virrey, y dejado grandes zonas diáfanas en torno a la ciudad para poder controlar con tiro rasante las aproximaciones. También se había reforzado las ya de por si inexpugnables defensas y finalmente, se habían encomendado al del ojo en el triángulo con toda la liturgia que tenían a mano.

Una victoria nada pírrica

El 19 de abril, Eslava duda y recomienda a Lezo, al mando de la plaza, evacuar a todo el personal civil y preparar un plan B de retirada. Lezo, obviando la inquina acumulada por el virrey, le dice que no hay nada que evacuar porque se va a ganar y que la propia población civil suma psicológicamente como elemento de defensa para refuerzo de los combatientes. El virrey se hace valer mientras el navarro se pone farruco y le recuerda que es a él a quien toca la responsabilidad de la defensa de Cartagena. En medio de la trifulca con los ingleses estas diferencias tienen sabor amargo y Sebastián Eslava se la envaina para dar más tarde rienda suelta a la frustración de una envidia mal resuelta.

A la postre, Gran Bretaña sale tremendamente humillada de aquella intentona, y entre los caídos en combate y una peste sobrevenida, las bajas son durísimas; se calcula que las dos terceras partes de la infantería pasarían a mejor vida. Las bajas españolas por el contrario “solo” ascienden a un millar de soldados sumando parte del destacamento francés por aquel entonces refugiado en la ciudad. La independencia de los pueblos americanos se retrasa en mor de esta victoria contra Gran Bretaña, casi cien años más.

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Aproximadamente una semana después de finiquitada la batalla, el avieso virrey escribiría a Madrid al secretario de Indias, Don José de la Quintana en términos harto descalificadores sobre Blas de Lezo, vertiendo todo tipo de calumnias sin fundamento o por decirlo de forma suave, de medias verdades cargadas con un claro sesgo tendencioso.

El día siete de septiembre del año de 1740, previamente desposeído de todos sus honores, Blas de Lezo seria enterrado en fosa común en lo que hoy es un cine de barrio donde la gente toma palomitas viendo a los “superhéroes” Batman o Superman. Pero el héroe de carne y hueso, el de verdad, yace bajo los sótanos del edificio sin que jamás, ningún gobierno de España haya movido un dedo por buscar sus restos.

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