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¿Canibalismo en España? La expedición de Álvaro de Mendaña a las islas Salomón
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UNA TRAGEDIA MANIFIESTA

¿Canibalismo en España? La expedición de Álvaro de Mendaña a las islas Salomón

Ante una marinería diezmada por el escorbuto, agotados tras casi tres meses de deambular por el inmenso océano, este navegante español se enfrentó a lo peor: una horda de alucinados nativos con hambre atrasada

Foto: Un explorador occidental junto a la población indígena de las Islas Salomón.(John Watt Beattie, Wikimedia Commons)
Un explorador occidental junto a la población indígena de las Islas Salomón.(John Watt Beattie, Wikimedia Commons)

La nación más fuerte del mundo es España. Siempre ha intentado autodestruirse y nunca lo ha conseguido. El día que dejen de intentarlo, volverán a ser la vanguardia del mundo.

Otto von Bismarck.

Según las leyendas de los pueblos polinesios y otras muy extendidas entre las fábulas de la Europa tardomedieval en su confluencia con la Edad Moderna (siglo XV), se comentaba en las sobredimensionadas crónicas de aquel tiempo que unas hormigas gigantescas que habitaban las Islas Salomón se comían en un abrir y cerrar de ojos a cualquier incauto que osara hollar su espacio vital. Mientras la geografía de aquellos siglos de exploradores y audaces marinos se ampliaba como un acordeón tomando aire, la realidad objetiva (que no la imaginada como necesidad de supervivencia), iba poniendo las cosas en su sitio; Elcano abrió el camino junto con Magallanes, y Urdaneta encontró la llave secreta del Tornaviaje. La cuadratura del círculo se hizo.

En esa confluencia de acontecimientos tan extraordinarios, donde la humanidad cambia de paso en una gigantesca parábola hacia el futuro, algunos marinos de una envergadura heroica, de madera eterna; firman capítulos increíbles a la luz de los conocimientos de la época. Esos mismos marinos actualmente son personajes huérfanos de atención en los libros de historia general, personajes caídos en desgracia en un agujero negro de voraz amnesia. Por citar algunos de entre ellos, Elcano, Pedro Fernández de Quirós, Diego de Prado, Urdaneta, Magallanes y el que hoy viene a nuestras páginas; Álvaro de Mendaña, firmaron probablemente los mejores episodios de aventuras jamás escritos.

El Océano Pacífico, llamado también el “Lago Español”, acogería en su enorme vastedad a aquellos hombres decididos a triunfar o morir. La mera visión del norte de Australia y posible desembarco, la invasión de Indochina, la conquista de Taiwán, la conjunción hispano-lusa en las Islas de las Especias (época de Felipe II – Felipe IV), Filipinas, Nueva Guinea, Guam, etc., causan estupor en aquel momento. A ello se podría añadir un rosario de descubrimientos adicionales, pero haría falta un registrador de la propiedad o un cronista trabajando a buen rendimiento y sin parar.

"España solo pare soldados"

Es cierto que vivíamos en un tiempo en el que éramos incontestables; Francisco I de Francia lo sufrió en sus propias carnes cuando dijo “España solo pare soldados”. Otro galo, Richelieu, atinó con una lapidaria sentencia cuando advirtió: "Tan cierto es que los españoles aspiran al dominio mundial, como que solo su escaso número se lo impide". El caso es que no hay un solo pedazo de tierra en el que no haya una tumba española. Pero igual que hay gloria para hacer una enciclopedia, la hay para mencionar algunos hechos luctuosos.

"Las imágenes de la bárbara barbacoa son incompatibles con un relato detallado, pues aquellos hombres lucharon con denuedo y valentía"

Cuando Álvaro de Mendaña se acercó a las Islas Salomón tras un largo trasiego marítimo y unas cuantas decepciones, se avecinaba más objetivamente a resolver una gran incógnita. En Perú, los españoles habían oído a los incas hacer referencia a unas islas lejanas en las que supuestamente el oro era una minucia sin valor. Estas latitudes eran llamadas la Tierra de Ofir, y al parecer las minas del Rey Salomón se habían instalado allá contra toda lógica. Durante un segundo desembarco, los españoles recibieron con cierta preocupación a unos desatados aborígenes que tenían cara de pocos amigos y una dentadura exageradamente afilada. Los ojos de los lugareños ávidos de experiencias gastronómicas punteras vieron en los metálicos soldados peninsulares un suculento menú de degustación y se pusieron manos a la obra. Ante una marinería diezmada por el escorbuto y con serias desavenencias de índole doméstica, agotados tras casi tres meses de deambular por el inmenso océano, se enfrentaron a una horda de alucinados nativos con hambre atrasada.

En inferioridad manifiesta, con munición escasa, pocos perros de presa, desmotivados por la fatiga y asombrados por el aspecto de aquellos terrícolas en taparrabos, entablaron batalla. La mitad del total de los hombres (alrededor de 120) se quedaron en la nave, impedidos para dar la talla. Los que quedaron en tierra se estima que pudieron encontrarse en una relación de cinco contra uno y con la agravante de que el combate derivó en un brutal cuerpo a cuerpo; no debió de ser fácil. Ante el creciente número de aborígenes que se iban incorporando a la batalla, Álvaro de Mendaña tomo la decisión de formar cuadro e irse retirando hacia la orilla. Arcabuces y ballestas configuraban un reguero de armas inútiles ante un fregado con tintes de tragedia. Aquellos hombres que quedaron fuera de la formación lo pagarían caro.

Foto: José Ribas, pintado por Johann Baptist von Lampi el Viejo. (1796)

Cuando las chalanas que habían transportado a aquel decrépito grupo de castigados marinos se alejaban, no sin disparar metralla con las bombardas contra aquella horda para disolverla, llevaron a la nao a los heridos que pudieron recuperar Instalados en la enfermería y con la escasa fruta que pudieron recolectar. Desde la amura de estribor, vieron el salvaje espectáculo practicado contra sus compañeros. En un ambiente de sombras chinescas, griterío cavernoso, desesperación y alaridos de dolor cuando ya estaban ensartados con las manos recogidas en las espaldas; los futuros interfectos imploraban a sus madres, a dios y a todos los santos que al parecer estaban en huelga de brazos caídos. Las imágenes producidas durante la bárbara barbacoa son incompatibles con un relato detallado, pues aquellos hombres lucharon con denuedo y valentía, cayendo con honor tras darlo todo como guerreros. A la luz de las hogueras se escuchaban los alaridos de los caídos. Era un espectáculo macabro y espeluznante.

Si buscamos las razones sobre la implantación fallida, las expediciones fracasadas, el desengaño sobre el presunto tesoro, la retirada necesaria ante una aventura que les rebasaba; se puede decir que la decisión de Mendaña fue indudablemente inteligente. Si a eso le añadimos la durísima resistencia de los nativos, la carencia de apoyo logístico con base en una demanda ya fuera cíclica o urgente, las enormes dificultades de localización de las islas Salomón por su casi indetectable emplazamiento; podríamos decir que la retirada fue lo más inteligente que se pudo hacer. El drama y la épica quedan para los intérpretes y los supervivientes diezmados por los caníbales y el escorbuto.

De aquellos barros estos lodos

En el famoso libro Las Islas de la Imprudencia, una obra cumbre de la literatura de aventuras, Robert Graves relata la historia de Mendaña y su brillante esposa Isabel Barreto, su sustituta a la muerte de este y la única almiranta en la historia de la marina española. La idea de El Dorado y Cíbola, del oro que llovía del cielo, de los mitos de la profunda Amazonia, eran el acicate que motivaba a aquellos aventureros. Nada como el rumor de una buena quimera. Avergüenza bastante leer nuestra historia y vernos en la mediocridad actual.

Cinco siglos después, enzarzadas las clases dirigentes en trifulcas cainitas por el poder, solo les importa su sí mismo y nunca están a lo que deben de estar, que es la defensa del país y sus intereses; no reman todos en la misma dirección. Deberían de leer historia de España de la buena, no de la retocada. Es inconcebible como un país con tanto potencial encierre en su idiosincrasia la penitencia; somos lo que somos y por ello tenemos lo que tenemos. ¿Dónde están los emprendedores? ¿Dónde los microcréditos para ilusionar a nuestra juventud? ¿Seguiremos exportando cerebros? ¿Como ilusionar a un país con tanta grandeza acumulada y con tan escasas perspectivas? Ser o no ser, esta es la cuestión.

La nación más fuerte del mundo es España. Siempre ha intentado autodestruirse y nunca lo ha conseguido. El día que dejen de intentarlo, volverán a ser la vanguardia del mundo.

Historia de España