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Las juglaras en la España Medieval: María Pérez "La Balteira" y Beatriz de Día
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Las juglaras en la España Medieval: María Pérez "La Balteira" y Beatriz de Día

Estas avanzadas mujeres del medievo demostraron contra viento y marea que solo la cultura nos hace libres pues, en sus enseñanzas, se esconde la clave de la libertad

Foto: ¿Danza de Salomé? Ms. Amiens 78D40, fol 108r. 1323. Petrus de Raimbaucourt. (Teatro en Galicia, Julio Montanes)
¿Danza de Salomé? Ms. Amiens 78D40, fol 108r. 1323. Petrus de Raimbaucourt. (Teatro en Galicia, Julio Montanes)

Mientras la censura no llegue al arte, habrá algún vestigio de democracia.

Zenk.

Decía el ilustre Dostoievski que la libertad es algo que se conquista, no algo que se recibe. María Pérez era una mujer gallega integral, hecha de olor de mar, de un porte que impactaba, a la que llamaban “La Balteira”, y por derecho propio, habida cuenta su increíble magnetismo, fue probablemente la juglaresa más famosa de la increíble corte de un rey infrecuente llamado Alfonso X El Sabio; un monarca inhabitual que sumaba tanto que hubo que reformular las matemáticas.

María Pérez no dejó más legado que su fama, que no fue poca, pero con todo y con ello, a pesar de la amnesia de la historia, su reputación y nombre han trascendido por las grietas de lo ignorado como el agua que se filtra discretamente entre la roca. Era una famosa juglaresa que tenía posibles y domó la escena con un poder de seducción indiscutible como pocos, sus clausuras de espectáculo se cerraban con ovaciones cerradas y el propio rey la sostuvo discretamente, porque en justicia, la calidad de su quehacer rozaba lo formidable.

El monarca se ve impelido a intervenir drásticamente en favor de ella, una bailarina representando formas novedosas de danza no vista en aquel tiempo

El machismo imperante, con su carga de enfermizos atavismos por meras cuestiones de envidia y competencia “desleal”, se cebó con esta hermosa criatura sin que las invectivas de sus detractores hicieran mella en ella. Su impresionante porte y su inapelable atractivo generaron tanto rencor entre las tribus de trovadores y juglares que el rey intervino para darle toda la protección posible a la par que avisó a navegantes.

Foto: Carro de madera abandonado (Fuente: iStock)

No obstante, y a pesar de la protección real, el flagelo de las Cantigas del Escarnio, una derivada satírica muy en boga en ese momento bajo medieval que viene a concluir en el tiempo de la caída de Constantinopla y el descubrimiento de América, hace finalmente estragos en la tolerancia de esta mujer hasta el punto en que comunica a Alfonso X el Sabio, quizás empujándole a una toma de conciencia o como forma de presión indirecta sobre el acoso de una chusma camuflada de artistas inadaptados, a una razonable competencia entre iguales y más que necesaria en la melancólica corte y sus rancias festicholas de repetitivo ciclo continuo; el monarca se ve impelido a intervenir drásticamente en favor de ella, una bailarina representando formas novedosas de danza no vista en aquel tiempo, sin influencia de escuela alguna y con una portentosa creatividad.

Titiriteros, saltimbanquis, trovadores, juglares, bailarinas...

Las Juglaras, Danzaderas o Cantadeiras eran unas artistas multifacéticas de que cantaban historias y que, gracias a ellas y la tradición oral, la literatura ha obtenido un registro de su memoria y trazabilidad en el tiempo. La Iglesia, siempre velando por la moralidad del rebaño a través de las veladas herramientas de su omnímodo poder, entendía que estas mujeres instigaban la lujuria en los hombres con sensuales movimientos y vestimenta inadecuada mientras los tonsurados violaban la ética sin pudor alguno.

La juglara gallega recogió el guante generado por esas críticas con intencionalidad evidentemente descalificadora

Al amparo del serventesio de origen occitano, una forma trovadoresca propia de sur francés, esta increíble mujer fue agredida sin contemplaciones por trovadores y juglares de medio pelo que veían mermar sus ingresos y protagonismo sin pensar en que mejorar su oferta podía ser el camino apropiado; la ley de la competencia estaba basada según criterio de estos sujetos en la mera descalificación y punto. En la praxis del momento y el derecho consuetudinario, en el marco propuesto por la sátira y más en particular por el citado serventesio, se permitía, sin hacer alusiones directas, explayarse en criticas veladas o abiertas sobre cualquier competidor con independencia de su sexo. Es obvio que lo cortés quedaba para la simulación de los de más arriba o lo que es lo mismo, para los caballeros de postín.

Este género satírico de la lírica tardomedieval tuvo gran arraigo en Portugal y por afinidad lingüística con Galicia, aunque sus primeros balbuceos y difusión se dieron en la Provenza del sureste francés que colinda con el Mediterráneo, los Alpes e Italia. Fue tan enorme la implantación en las cortes feudales galas que se reclamaban artistas de Aragón y de Navarra con objeto de atender la demanda. Titiriteros, saltimbanquis, trovadores, juglares, bailarinas... colmaban las expectativas del respetable y prestigiaban a los señores feudales cuya reputación se enriquecía con ello.

Una viva reencarnación del espectáculo

Además, el sirventés provenzal (serventesio castellano), salvando las monocordes notas en la escala pentatónica, tenía un componente de crítica feroz en sus contenidos con lo que generaba un gran atractivo en las gentes ávidas de amarillismo, ya que se trataba en definitiva de descifrar toda la mordacidad y sarcasmo generados por el autor. La juglara gallega recogió el guante generado por esas críticas con intencionalidad evidentemente descalificadora y punitiva en sus formas y decidida a contestar a aquellas burlas con otras cantigas, dio la vuelta al calcetín generando un debate bastante escandaloso entre las partes y que llegó a ser de dominio público para mayor algarabía de las mujeres que se resistían a quedarse en casa cuando aparecía esta mujer en escena, pues ella, era la viva encarnación del espectáculo.

Mientras Beatriz de Día era un torbellino de corte fantástico, “La Balteira “se expresaba con su cuerpo y de forma incontestable

Como hemos dicho, la más destacada de las juglaresas cristianas peninsulares (los musulmanes del sur jugaban en otra liga), “La Balteira”, una hacendada propietaria nacida en Betanzos, con la bendición de los monjes del monasterio de Sobreiro se embarcó a Jerusalén en un viaje más de corte místico y experiencial que religioso. Fue la Prima Donna en la época de Fernando III y Alfonso X El Sabio, padre e hijo. Con el segundo hubo algo más que roces de lo que se infiere del recitado de unos versos picantones y flamígeros que recorrieron la corte en un “desliz“ aparentemente interesado y un tanto discutible sobre una relación íntima que se veía venir. En cualquier caso, estaba en boca de todos y todas. Alfonso X el Sabio, está comprobado en las crónicas de la época, era muy proclive a explorar la indumentaria femenina y más allá.

Pero el tema no solo incluye a María Pérez “La Balteira “, sino a una larga lista de mujeres indomables que provenientes de una cierta cultura, eran avanzadillas del feminismo de entonces. Beatriz de Día, era condesa por herencia paterna y una mujer en la que su padre había puesto un esmero particular para su autogestión e independencia de los hombres más allá de la impronta del amor y sus zarandajas. Otra bien distinta por carácter y educación era la Juglaresa de Hita. Mientras Beatriz de Día era un torbellino de corte fantástico y ficcionaba la vida de los que estaban a su alrededor con fantasías a raudales, “La Balteira" se expresaba con su cuerpo y de forma incontestable, la juglara de Hita marcaba la corrección y formalismo de la incipiente gramática castellana de aquel entonces. Esta ocupación que narraba historias musicadas que eran el vivo reflejo la problemática cotidiana, expresaban abierta o veladamente la problemática de su entorno.

Era muy difícil que aparecieran las autorías de los artistas, pues la obra se la arrogaba siempre el rey que tenía la potestad definitiva de la aprobación

Las juglaras (ioculeiras en galaico) igual que tocaban cuerda, viento o percusión (Balalaikas, Citaras, arpas, mandolinas, gaitas, ocarinas, zampoñas, panderetas, carracas, castañuelas) también jugaban malabares para entretener a su público. La existencia de las juglaras ya estaba presente en el feudalismo altomedieval. El Canto de Leodegundia, en la corte de los Sanchos de Pamplona ya surge a mediados del siglo IX. Este canto dedicado a Leodegundia, una de las hijas de Ordoño I de Asturias (850-866), casada con un príncipe del reino tapón de la Navarra carolingia en la Pamplona de esa época, expresa una admiración excepcional por parte de un hombre totalmente enamorado; los versos expresados en este canto son asombrosos y dignos de lectura más allá de la visión del concepto de amor de nuestra época.

La juglara era una soldadera - que etimológicamente es un latinajo tardío derivado del significa ‘sólido’, antigua moneda de oro romana que sustituyó al salario (pago en sal a los legionarios)-, que por una soldada realizaba su arte más allá de que en el Libro de Apolonio se las confundiera con meretrices por expresar su herético comportamiento al margen de la formalidad imperante y alienante de la ignorancia propia de aquel tiempo.

Foto: Isla de Samal, Davao, Mindanao, Filipinas.
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Y ya, por último, de cara a la propiedad intelectual, era muy difícil que aparecieran las autorías de los artistas, arquitectos de obra eclesial o ingenieros civiles, pues la obra se la arrogaba siempre el rey que tenía la potestad definitiva de la aprobación o eliminación del arte manifestado por los artistas. Sin embargo, el Cartulario de San Martín de Albelda cita al primer juglar que apareció en los antiguos reinos de España en la Edad Media. Se llamaba Cardillo y su fama como hombre orquesta y malabarista era notoria. Los juglares comenzaban a estar en la cresta de la ola.

Cabe pensar que en las otras cortes medievales esta farándula de artistas trashumantes estuviese en el ajo de todas las fiestas que se preciaran. En un documento del 1062, un cartulario oscense, durante el reinado de Sancho Ramírez, un tal Elka ioculares, tenía plaza y puesto. O lo que es lo mismo, los artistas ambulantes representados por toda esta pléyade de especialistas estaban aquí y allá. Una reflexión somera nos lleva a la conclusión de que solo la cultura nos hace libres pues, en sus enseñanzas se esconde la clave de la libertad. Aquellas avanzadas mujeres del medievo demostraron contra viento y marea que esto era cierto.

Mientras la censura no llegue al arte, habrá algún vestigio de democracia.

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