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La primera globalización fue castellana: origen e historia de la Mesta
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La primera globalización fue castellana: origen e historia de la Mesta

Sus fundamentos no eran solo mercantiles y expansivos, sino que fueron propiciados por los favorables lances bélicos que enfrentaron a Castilla con otras potencias marítimas

Foto: Carro de madera abandonado (Fuente: iStock)
Carro de madera abandonado (Fuente: iStock)

La historia no solo se modifica, ha dejado de existir.

Julian Assange.

En el año 1273, Alfonso X el Sabio, el enorme rey castellano que tan gran legado dejó a la historia, creó, con la idea de dirimir diferencias entre los ganaderos trashumantes y la sedentaria gente del campo, una enorme organización con proyección internacional. Los conflictos entre los agricultores y los ganaderos eran más que frecuentes y en ocasiones acababan de forma abrupta, básicamente, por los temas relacionados con las cañadas reales, tema este que tuvo cierto grado de imposición, en esencia, por condicionantes orográficos y operativos difícilmente negociables.

Este monarca de fértil creatividad y de talla política probada, tras consultas, arbitró las diferencias entre ambos colectivos y tomó una decisión salomónica; diseñó un marco en el que los agravios al campesinado fueran los mínimos posibles, incluso concediendo indemnizaciones para los colonos. De paso, favoreció el que probablemente fuera el primer grupo de presión europeo, de tal manera que, con el tiempo, este llegaría a manejar sus actividades en Calais (una vez desalojada la piratería inglesa por Tovar, Pero Niño y Bocanegra), Países Bajos, Amberes, Brujas y hasta en el mismísimo balcón Báltico, promoviendo a través de la Liga Hanseática la difusión de la famosa lana merina entre otros productos de exportación. Se calcula con bastante aproximación que en 1521 ya había una cabaña de 21.000.000 de ovejas entre las cuatro razas principales.

Foto: Emilio Aguinaldo (Fuente: Wikimedia)

El llamado Honrado Concejo de la Mesta se creó tras una entente cordial entre todos los pastores de Castilla y de León, desembocando en una afortunada asociación formal de dimensiones nunca vistas. La comprometida protección de la Corona y la exención del servicio de armas le dieron cierto atractivo a una durísima profesión en la que, durante seis meses de trashumancia, se vivía sin paréntesis y con intensidad la conducción, el trasquilado y castrado, junto a la cobertura de docenas de mayorales, pastores, zagales y mastines.

Basta decir que las diferentes cabañas de ganado ya fuera grandes masas de trashumancia o pequeños rebaños o reatas, tenían paso franco siempre y cuando se acatara el tiempo de la siembra y el de la cosecha, algo que no siempre se respetaba, pues en estos paréntesis no siempre imperaba el sentido común. Los que atentasen contra los pastores podían ser apercibidos en primera instancia, pero si eran repetidores, al calabozo por una temporada. Asimismo, se les dispensaba de pagar montazgos (derechos de paso por territorios protegidos por el rey).

La Mesta se puede decir que surgió al principio con el objetivo de crear cañadas y dehesas en su fase temprana, para luego consolidarse por aquello de que las costumbres se hacen leyes. Históricamente, siempre se ha valorado la formidable apuesta marítima promovida por el reino de Aragón generando el mercadeo intensivo en su predio mediterráneo a un nivel mucho más avanzado y próspero que la República de Venecia y la de Génova, pero en esta valoración, hay cierto sesgo por omisión. Al otro lado de las fronteras y zonas de influencia pactadas en función de la llamada Reconquista, Castilla, reino europeo de dimensiones mayores que Inglaterra o Francia, en aquel tiempo, no estaba de brazos cruzados.

placeholder Obras de jardinería en la época medieval (Fuente: iStock)
Obras de jardinería en la época medieval (Fuente: iStock)

Los fundamentos de La Mesta no eran solo mercantiles y expansivos, sino que fueron propiciados por los favorables lances bélicos que enfrentaron a Castilla con otras potencias marítimas. Las hazañas olvidadas de La Rochelle (1372) con más de 5.000 bajas inglesas infligidas por Ambrosio Bocanegra a la sazón almirante de la flota castellana, y la durísima derrota posterior provocada por Tovar incendiando el puerto de Gravesend (1380) en las cercanías de Londres, permitieron al Reino de Castilla empezar a pensar a lo grande. La Mesta, tras cien años de existencia, dio un salto cualitativo, potenciada enormemente tras estas derrotas producidas a los ingleses, pues los mercados flamencos sufrían muy mucho las acometidas de la piratería anglosajona. Tarde, los anglos entenderían que era mejor fortificar sus ciudades que llevar vida de salteadores.

Se hace necesario recordar que los castellanos no solo acometieron empresas “comerciales” tales como las “visitas" permanentes a las costas inglesas (incendio del puerto de Londres con pingues beneficios, la conexión hanseática a través de los puertos vascos y cántabros y su particular doctorado, el Descubrimiento de América, que proporcionó una realidad nueva a la humanidad dando un giro de 180º a la historia universal.

"En aquellos momentos del medievo, la acuñación de moneda escaseaba o, no daba abasto, por lo que el trueque era casi imperativo; la oveja era el eje de las transacciones, aunque no la única opción."

La excelente conexión con el Señorío de Vizcaya proporcionó al Reino de Castilla a los mejores pilotos de aguas bravas, sin demérito por supuesto de los marinos de otros enclaves. El soporte logístico lo aportaría la Hermandad de la Marina de Castilla a través de una infraestructura de astilleros y puertos tales como Pasajes, Guetaria y Fuenterrabía en el actual País Vasco y Laredo y Santander en la actual Cantabria. En lo que afecta a los mercados de Flandes, sus avanzados y famosos telares no podrían haber producido sin la necesaria materia prima proporcionada por la Mesta. Aunque siempre fue la merina la oveja de referencia en las exportaciones, es bastante acertado incluir en las remesas al exterior, un porcentaje alrededor del 33% entre sus pares de churras, manchegas y latxas vasco- navarras, estas últimas de lana más burda pero también más resistente.

Un tema para destacar y que ha pasado bastante desapercibido, es que en aquellos momentos del medievo la acuñación de moneda escaseaba o, no daba abasto, por lo que el trueque era casi imperativo; la oveja era el eje de las transacciones, aunque no la única opción. Este patrón de cambio tuvo un increíble arraigo y aceptación con la consiguiente repercusión en la economía castellana. La incuestionable calidad de la lana disparó la demanda de forma exponencial hacia el norte de Europa, traduciéndose en un saneamiento de las arcas del reino.

Lo cierto es que nada se le puede hurtar a la erosión del tiempo ni a las extrañas ecuaciones que produce la incertidumbre de la vida. Durante el siglo XVIII, la Mesta sufriría duros ataques, por parte de dos de los ministros del buen gestor y mejor rey, Carlos III. Campomanes y Jovellanos y su peculiar racionalismo ilustrado, actuaron en consecuencia ante el imparable crecimiento de tierras de cultivo, parejo al surgimiento urbano y la demanda de productos agrícolas que conllevaba. La exportación de lana se debilitaba a pasos agigantados por la venta de centenares de estas ovejas a Alemania y Francia en donde se traduciría en competencia. En Dresde, los telares de lana sajona causaban furor. En este punto, es importante destacar que existía un pacto desde los orígenes de la Mesta que prohibía la venta de las cuatro razas de ovinos más allá de los Pirineos.

placeholder Fuente: iStock
Fuente: iStock

Francia, a partir de 1786, ejerció una intensa presión para obtener cerca de 6000 carneros y ovejas y tras un tira y afloja ante el débil Carlos IV, se ejecutó la venta por un importe descomunal; pero la puñalada trapera de Napoleón, un ensalzado canalla admirado injustamente y sobrevalorado por la historia, más allá de los horrores que trajo con su guerra gratuita a nuestro suelo patrio, se incautó de una cantidad de miles de ovejas imposible de registrar en una calculadora, acabando definitivamente con el monopolio español sobre la lana merina.

Pero como a todo monopolio, se le acaba viendo el plumero. La enorme corrupción ejercida por la figura todopoderosa del Alcalde Entregador (una especie de omnipotente gestor) rebosó los límites de lo aceptable. Era el año de 1764, cuando Vicente Payno, un diputado extremeño levantisco y peleón, en un informe a las Cortes, hizo una brillante exposición sobre la miseria que afectaba a las gentes de Extremadura por los abusos de la Mesta. Ahí, se juntaron el hambre con las ganas de comer. A la oratoria impecable de este pacense había que sumar los acontecimientos derivados de una mala planificación en la exportación. A esto hay que añadir que, en el siglo XVIII, el crecimiento demográfico era galopante y, en consecuencia, la demanda estaba disparada; pero a estas alturas, los extremeños, ya habían soportado más que mucho. El fallo del rey fue lúcido y justo, se acabaron los privilegios seculares de esta institución que se había doctorado en el abuso de sus atribuciones.

Foto: La rendición de Granada, por Francisco Pradilla y Ortiz

Al mismo tiempo, la venta de algunos ganaderos que no operaban con las reglas del juego inundó toda Europa con centenares de ovejas merinas y carneros que producían lana merina en un régimen acorde con la revolución Industrial y su maquinaria de confección de tejidos. España perdía fuelle en los mercados. La verdad es que poco se podía hacer ante un hecho consumado. La estocada definitiva la daría el advenimiento del liberalismo con la Real Orden impulsada en 1836 por la que se desnudaba a esta vieja institución despojándola de ciertos derechos hasta condenarla a vestir santos como mera asociación.

Objetivamente, La Mesta, cayó en desgracia no por un simple trámite jurídico, sino por la competencia de los Países Bajos e Inglaterra. En el caso de los primeros, la desalinización progresiva por evaporación de grandes extensiones robadas al mar a través de la construcción de Pólder tuvo como consecuencia el crecimiento de los pastos y consiguiente asentamiento de cabañas extensivas de ovinos. El caso inglés es algo diferente. Las dos revoluciones inglesas, primero la agrícola y luego la industrial, afectaron a las ya de por sí endebles exportaciones de lana merina.

La arena del tiempo ejecutó implacable su labor de erosión. Lo demás es historia.

La historia no solo se modifica, ha dejado de existir.

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