¿Era Aristóteles un sexista? Así es como veía la reproducción humana
El pensador griego elaboró su propia explicación a partir de la teoría de los opuestos y las causalidades. Y el sexo femenino, como era de esperar, salía perjudicado en cuanto a importancia
En la Antigua Grecia, obviamente, no había sistemas de ecografía ni microscopios u otras herramientas para asomarse a lo minúsculo, a lo que sucede en el vientre materno cuando el embrión empieza a formarse. Por ello, los sabios de ese periodo intentaron explicar algo tan complejo como la reproducción humana según las normas que para ellos regían la naturaleza. Para Aristóteles resultó fácil, ya que pensaba que todo fenómeno tenía una causa, un antecedente. Si algo cambiaba, era por acción de otro elemento ajeno a él: una piedra empuja a otra piedra, un concepto aprendido emerge de otros que ya hemos retenido en la memoria y, en el caso de la reproducción, un ser humano empuja a otro (el hombre a la mujer, en este caso) para generar otro ser humano.
Había, por tanto, una causa formal, la cual correspondía a la esencia del objeto o del ser, lo que hace algo ser lo que es y, en último término, lo que determina a la materia. Esta ejercería un papel activo en ese movimiento. Por otro lado, estaba la causa material, sobre la que actuaba la formal, el sustrato indeterminado del que nace algo. Es decir, en una mesa, la causa material es la madera, mientras que la formal es la idea de trabajar la materia para que cumpla la función de una mesa o se asemeje a ella. Esta distinción le diferenciaba de Platón, con una línea mucho más idealista. Para Aristóteles, la causa formal prevalecía sobre la material, o al menos asumía más importancia, ya que, por mucha madera de la que dispongamos, si no existe la idea de mesa, no cumpliría esa función concreta dentro de nuestro mundo, y, por lo tanto, mesa no existiría.
El semen "eficiente"
El estagirita concluyó que, en la reproducción humana, el hombre representaba a la causa formal y la mujer la causa material, lo que concedía al género masculino un rol mucho mayor; aunque no tan rápido, pues se necesita una "causa eficiente" para llegar a la "causa final" (el bebé). Esa causa eficiente era, para el pensador, el "residuo" que se desprende del hombre y que afecta a la materia para crear algo nuevo: nada más y nada menos que el semen. Aristóteles observó que, mientras que de las mujeres salía sangre cada cierto tiempo de su cuerpo (la menstruación), de los hombres emergía una sustancia blanquecina.
Para Aristóteles, los "cuerpos femeninos no fabrican semen, sino que pierden restos de sangre, una explicación para la menstruación"
Un líquido "residual" que surge gracias a la cantidad de nutrientes adquiridos por un organismo. "Por ejemplo, los machos sanos producen más semen, porque los enfermos consumen más nutrientes", explica Emily Thomas, profesora asociada de Filosofía en la Universidad de Durham, Reino Unido, quien ha escrito un artículo muy interesante sobre Aristóteles y la reproducción sexual en la revista Aeon. "Los niños no lo producen porque todavía están creciendo, agotando su alimento sin sobras". Entonces, ¿qué ocurría con las mujeres? ¿Por qué no son capaces de producir su propio semen?
"Para Aristóteles, la sangre es el nutriente más importante, pues viaja por todo el cuerpo transportando vida y crecimiento", razona la profesora. "Él cree que el semen es un residuo de la sangre, a pesar de que sea 'espeso y blanco'. ¿Por qué el semen no se parece a ella? La respuesta es que los machos inventan residuos de la sangre, espesándolos y purificándolos, convirtiéndolos en semen. Los cuerpos femeninos no fabrican semen, por lo que regularmente pierden restos de sangre, una ingeniosa explicación para la menstruación. ¿Por qué solo los machos elaboran semen? Porque la mezcla requiere calor".
Lo caliente y lo fresco
Y es en la categoría de calor (la verdadera causa eficiente para crear el semen) cuando llega esa concepción un tanto sexista de Aristóteles sobre la reproducción humana. No por ello debemos juzgar que este pensador clásico fuera un machista o cancelarle, puesto que al fin y al cabo era un producto de su tiempo, pero sí que resulta curioso descubrir cómo se pensaba que funcionaba la procreación cuando la ciencia no estaba lo suficientemente avanzada para explicar sus verdaderas causas físicas.
Aristóteles asumió que el mundo estaba dividido entre principios dualistas contrapuestos. Estos valores, heredados de los poetas y filósofos pitagóricos, le sirvieron para entender la naturaleza y aspirar al conocimiento. Así como había una izquierda, también había una derecha; un hombre y su opuesto, la mujer; luz y oscuridad; caliente y frío... Y, de alguna forma, el primer concepto siempre se anteponía jerárquicamente al segundo, pues, en el caso de "lo cálido" y "lo fresco", lo caliente representaba lo vivo y lo mutable, y, a la par, lo frío se asociaba con lo muerto y lo estático. "Estas antiguas teorías relacionaban la vida con la humedad y el calor, una asociación que se remonta a los poetas Homero y Hesíodo", asevera Thomas. "Una razón para relacionar la vida con el calor es que los griegos adoraban a Apolo, el dios Sol. Otra es la observación de que los animales vivos son cálidos, mientras que los cadáveres son fríos". Y, extrapolando esto a lo formulado anteriormente, "Aristóteles conecta machos-calor, y hembras-frío".
Aristóteles pensaba que "un embrión se vuelve masculino cuando se desarrolla perfectamente en el útero" y, si no, sale un cuerpo femenino
Pero, entonces, ¿por qué los machos no pueden reproducirse solos por sí mismos, ya que son en sí mismos la causa formal y llevan consigo la causa eficiente? En su libro, Generación de los animales, escrito en el siglo IV a. C., Aristóteles realiza una exhaustiva taxonomía de las especies animales y analiza cómo se reproducen, recurriendo al término semilla. Y, comparando la procreación de los animales y los humanos, observa que algunos machos no insertan ninguna parte de sí mismos en las hembras, sino más bien al contrario. En estos casos, "el macho no proporciona nada, solo calor y energía, y esto es suficiente para la concepción", como razona la filósofa. "Así como el carpintero es distinto de la madera que moldea, el semen es distinto de la sangre menstrual en la que interviene, dándole movimiento". De ahí que considerara que, durante el periodo de crecimiento del embrión, también se necesitaba semen para que este se desarrollara en el vientre materno.
¿Es Aristóteles realmente sexista?
Aristóteles daba más importancia a la causa formal que a la eficiente. Al fin y al cabo, es más importante el carpintero que la mesa, ya que, si no hubiera carpintero que actuara sobre la materia formal (la madera), nunca habría mesas. Por ello, podríamos decir que esta teoría de la reproducción sí que es sexista. Incluso, el estagirita pensaba que la distinción entre sexos se daba como fruto de un error en el desarrollo. "Un embrión se vuelve masculino cuando su cuerpo se desarrolla perfectamente en el útero", explica Thomas. "Si un útero está demasiado frío y el embrión está mal alimentado, no llega a su 'forma adecuada'. Entonces, se convierte en hembra".
"Tanto los animales machos como las animales hembras tienen su lugar en el mundo aristotélico: ambos sexos son necesarios para crear nuevos animales", concluye la filósofa. "Sin embargo, una hembra es aquella que no ha logrado convertirse en macho. Aristóteles nos dice que debemos considerar a la mujer como 'una especie de deficiencia natural': la mujer es, por así decirlo, 'un hombre mutilado".
En cierto sentido, esta visión del filósofo resuena un poco a las conclusiones de Sigmund Freud sobre la sexualidad humana, en concreto con lo relativo a la "envidia de pene", de lo que hablamos en otro artículo. Más delito tiene lo de este último, ya que, al final, el sexismo de Aristóteles es fruto de su tiempo. En cualquier caso, estas posturas resultaron ser muy influyentes para los filósofos posteriores (de lo contrario no se estudiaría al estagirita con tanta fruición en las escuelas y academias), lo que también nos puede ofrecer pistas sobre cómo se fue cultivando el machismo que ha evolucionado hasta nuestros días. Y que en este caso parte de algo tan maravilloso y misterioso como la reproducción humana en una época en la que no existían los conocimientos biológicos y médicos para abordarla con propiedad.
En la Antigua Grecia, obviamente, no había sistemas de ecografía ni microscopios u otras herramientas para asomarse a lo minúsculo, a lo que sucede en el vientre materno cuando el embrión empieza a formarse. Por ello, los sabios de ese periodo intentaron explicar algo tan complejo como la reproducción humana según las normas que para ellos regían la naturaleza. Para Aristóteles resultó fácil, ya que pensaba que todo fenómeno tenía una causa, un antecedente. Si algo cambiaba, era por acción de otro elemento ajeno a él: una piedra empuja a otra piedra, un concepto aprendido emerge de otros que ya hemos retenido en la memoria y, en el caso de la reproducción, un ser humano empuja a otro (el hombre a la mujer, en este caso) para generar otro ser humano.