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Por qué hasta las personas racionales creen en teorías de la conspiración
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Por qué hasta las personas racionales creen en teorías de la conspiración

Todos tenemos sesgos cognitivos y nos fiamos más del pensamiento intuitivo que de aquello basado en la evidencia, pero es innegable que los conspiranoicos han proliferado en los últimos tiempos

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Con la llegada de la pandemia también apareció algo que, aunque siempre había estado acechando al ser humano, proliferó de manera exponencial debido a los turbulentos tiempos: las teorías de la conspiración. En un momento de grave crisis con poca información sobre un virus potencialmente peligroso, comenzaron a surgir muchas teorías sobre cómo se había ocasionado (el 5G, por poner un ejemplo), cómo se curaba (Trump llegó a hablar de lejía) o incluso cómo se contagiaba (durante un tiempo se habló hasta de que podía llevarse en los zapatos). Y, por supuesto, surgieron los negacionistas de dicho virus.

Antes ya había conspiranoicos, pero tras los extraños tiempos pandémicos parece que hay gente dispuesta a encontrar una conspiración detrás de cualquier cosa, incluida la Filomena o el volcán de la Palma. Las teorías de la conspiración son muchas y muy variadas: terraplanistas, creyentes de Qanon, el Nuevo Orden Mundial o los chemtrails. Elija la que más le guste. Y, lo más curioso, es que probablemente conocerá a una o varias personas que creen que alguna de ellas es verdad. Quizá incluso usted cree en alguna.

Aquellos que creen en ellas son más propensos a creer que nada sucede por accidente, sino que todo está conectado y no hay coincidencias

Está más que demostrado que, pese a que la imagen persistente del conspiranoico es la de un señor con pocos estudios y un sombrero de aluminio, en realidad muchas personas racionales también creen en esta clase de teorías. Michael Shermer, autor de varios éxitos de ventas y columnista en varias revistas, se propuso estudiar hace tiempo por qué "la gente cree cosas raras". Llegó así a la conclusión, según relata un artículo publicado en 'Psychology Today', de que las conspiraciones (dos o más personas o un grupo conspirando para obtener una ventaja) ocurren con bastante frecuencia en los sistemas democráticos. Simplemente, aquellos que creen en ellas son más propensos a creer que nada sucede por accidente, sino que todo está conectado y no hay coincidencias. Para ellos, los conspiradores son malvados y tienen planes elaboradamente grandiosos.

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Shermer llega a varias conclusiones interesantes. Una de ellas es que, en algunas ocasiones, la aceptación de las teorías de la conspiración puede estar más motivada por la necesidad de señalar la lealtad de uno a la tribu que por la creencia verdadera en la conspiración particular (lo que podría explicar cómo varios políticos republicanos americanos aparentemente inteligentes y cuerdos podrían haber respaldado una teoría de conspiración tan extraña como la de QAnon). También señala que, en algunas ocasiones, el conspiracionismo es una respuesta racional a un mundo peligroso.

La aceptación de las teorías de la conspiración puede estar más motivada por la necesidad de señalar la lealtad de uno a la tribu que por la creencia verdadera en la conspiración particular

Por supuesto, los sesgos que todos sufrimos por nuestra condición humana también tienen mucho que ver en todo esto. Hasta las personas más racionales sufren sesgos de confirmación, simplifican de manera excesiva temas complejos o tienen disonancias cognitivas. A pesar de todo ello, los estudios demuestran que ciertas personalidades son más proclives a creer en estas cosas: baja confianza, menor mentalidad científica, creencias en un mundo peligroso, excentricidad ideológica... todo influye. Y, por supuesto, también lo hace el intuicionismo: una fuerte tendencia a utilizar el pensamiento intuitivo sobre el pensamiento basado en evidencia.

Hay dos variables que también son fundamentales: las redes sociales, pues no hay duda de que han hecho que su aceptación sea más generalizada y fuerte, y el estrés social. Como decíamos al principio, en tiempos de inestabilidad política, inseguridad económica, pandemias y guerras, parece mucho más fácil creer en teorías enrevesadas. Shermer concluye algo un poco duro: a veces las teorías de la conspiración nos dan seguridad, pues nos pareciera que comprendemos el mundo incluso si hay un plan maligno llevado a cabo por enemigos despiadados. Entender la complejidad del mundo es más difícil.

Con la llegada de la pandemia también apareció algo que, aunque siempre había estado acechando al ser humano, proliferó de manera exponencial debido a los turbulentos tiempos: las teorías de la conspiración. En un momento de grave crisis con poca información sobre un virus potencialmente peligroso, comenzaron a surgir muchas teorías sobre cómo se había ocasionado (el 5G, por poner un ejemplo), cómo se curaba (Trump llegó a hablar de lejía) o incluso cómo se contagiaba (durante un tiempo se habló hasta de que podía llevarse en los zapatos). Y, por supuesto, surgieron los negacionistas de dicho virus.

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