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Cómo concienciar a nuestros hijos de los riesgos para que sepan identificar el peligro
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Cómo concienciar a nuestros hijos de los riesgos para que sepan identificar el peligro

Los niños, por norma general, suelen aprender más de las caídas que de los aciertos. Y este debe ser el papel de sus figuras de autoridad para enseñarles cómo ver venir las posibles amenazas

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No hay mejor maestro que el fracaso. Desde que un niño aprende a andar, desarrolla las habilidades básicas para moverse adecuadamente tras muchas caídas. La fórmula de la prueba-error es la más efectiva de cara a aprender algo nuevo. Una vez nos caemos, hay que saber levantarse, y en cada fallo, existe un progreso: podemos identificar mejor las señales de peligro, sabemos mejor lo que podemos controlar y lo que no. Aunque también es cierto que hay tortas que es mejor evitar.

Dentro de los peligros que asolan a la vida de un niño, el más obvio y que le pone en circulación con el resto de la sociedad, es el poder moverse por una ciudad sin resultar herido. Esto podría resumirse en saber cuándo debe cruzar la acera: ¿no es el semáforo una de las primeras lecciones que aprendemos cuando empezamos a tener uso de razón?

El adolescente tiende a contradecir más las reglas, pero eso no le convierte en un inconsciente, ya que sabe detectar mejor las amenazas que los niños

Conforme va acumulando años, el niño también gana confianza. Y, para cuando crezca y se haga mayor, vendrán riesgos más grandes, como por ejemplo saber responder a las provocaciones de los demás o a su propio temperamento (tener control de la violencia). Cuando son más mayores, deberán desarrollar la conciencia suficiente como para no acabar adictos a algún tipo de sustancia o de comportamiento como el juego o las redes sociales (algo especialmente difícil en la era de los teléfonos inteligentes o de las videoconsolas de última generación).

La intuición del peligro

Es ley de vida. Cuando somos niños, por mucha ayuda y protección que podamos tener encima, acabamos descubriendo el mundo por nosotros mismos a raíz de las situaciones en las que nos vemos envueltos. Y de forma automática y casi accidental, vamos conociendo cuáles son nuestras debilidades y fortalezas, el peligro ambiental que nos rodea en determinados momentos, y la intuición de que algo puede ir mal hace acto de presencia para advertirnos de las posibles contingencias negativas de nuestros actos.

No aprendemos a integrar completamente nuestros sentidos hasta que tenemos diez años, de ahí que ser niño también sea sinónimo de torpeza

En cualquier caso, la figura de autoridad de un padre o una madre resulta primordial para aconsejar y enseñar qué está bien y qué está mal, cómo detectar las situaciones de peligro y qué hacer al respecto. ¿Cómo hacer que poco a poco vayan dándose cuenta de las situaciones que no les conviene? Los mejores orientadores de niños y adolescentes enseñan a que los padres ayuden a desarrollar habilidades para que sepan en todo momento a qué se enfrenta y cuáles son los riesgos potenciales que le amenazan. Algunos, como Chris Askey, de la Universidad de Surrey, en Reino Unido, tienen la certeza de que de forma innata el niño puede reconocer el peligro que subyace a una situación a partir de las expresiones faciales y el lenguaje corporal que emiten los demás.

El investigador decidió demostrarlo mostrando a niños de ocho años fotografías de tres marsupiales australianos que les resultaban nuevos, es decir, de especies raras. Uno de ellos mostraba caras de susto o alarma, mientras que otro salía relajado y el último mantenía una cara inexpresiva. Cuando les preguntaron por cuál de los tres les gustaba más, evidentemente todos escogieron el que estaba sonriendo. El primero, obviamente, les daba cierto miedo. Sin embargo, esto no es óbice para pensar que ya solo por el hecho de identificar expresiones amenazantes desde muy pronta edad, el infante estará a salvo y sabrá detectar la amenaza que está por venir.

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De hecho, no aprendemos a integrar completamente nuestros sentidos hasta que tenemos diez años, como demostró otro estudio, lo que quiere decir que somos vulnerables a los riesgos al no poder contar con toda la información que nos llega del entorno de manera estructurada. De ahí que seamos tan torpes cuando somos pequeños. Y otra cosa importante: somos mucho más dispersos, es decir, nos distraemos con muchísima más facilidad, lo que hace que no veamos venir el peligro. Conforme nos vamos haciendo mayores, perfeccionamos nuestra capacidad de atención.

Diferencias entre niños y adolescentes

Ahora bien, ¿es más precavido un niño que un adolescente? Por extraño que parezca, el adolescente tiende a contradecir más las reglas, pero eso no le convierte en un inconsciente, ya que sabe detectar mejor las amenazas que los niños. Así lo refleja un estudio de Ivy Defoe, profesora de educación infantil en la Universidad de Amsterdam, quien corrobora que los de la edad del pavo "eligen la opción que se presenta más segura con más frecuencia que los niños". Tampoco cree que les guste rebelarse sin ninguna razón objetiva, solo que "al ganar independencia lejos de los ojos vigilantes de sus padres, hay muchas más oportunidades para que actúen de forma precipitada", como comenta en un artículo de la BBC sobre el tema. "El acceso a situaciones de riesgo aumenta dramáticamente durante la adolescencia y la juventud", asegura.

Se puede inculcar la precaución en los actos con preguntas clave para que se proyecten hacia el futuro a la hora de tomar una decisión

¿Cómo conseguir guiar de manera correcta a los niños y adolescentes sobre los riesgos que se van presentando en su vida? El mejor enfoque no consiste en prohibir e imponer reglas estrictas, aunque a corto plazo sí que se debe hacer. En lugar de ello, resulta mucho más útil conseguir que perfeccione sus habilidades de pensamiento y toma de decisiones. En este sentido, hay que fomentar el autocontrol y la regulación emocional para que no se dejen llevar por la impulsividad. ¿Cómo? Desde el diario británico aconsejan ejercicios de atención y metacognición que les lleve a imaginar las consecuencias de sus acciones. Aunque esto es difícil, se puede inculcar con preguntas clave para que se proyecten hacia el futuro a la hora de tomar una decisión.

También es importante que desarrollen pensamiento crítico para no dejarse llevar por ideas que realmente no piensan o que no han sometido a sus propios juicios. Esto es lo más difícil, sobre todo para los adolescentes, pues una tendencia en ellos es pensar que están en lo correcto a ultranza, o directamente dejarse llevar por lo que otros piensan para sentirse aceptados. En cualquier caso, no hay una receta única que te garantice éxito a la hora de educarles para que sepan esquivar los peligros. Como decíamos al inicio, la mejor fórmula de aprendizaje es el error, y ahí debe estar la figura de autoridad para cuando se equivoquen: ayudarles a levantarse y a que analicen la situación que han pasado para no volverla a repetir.

No hay mejor maestro que el fracaso. Desde que un niño aprende a andar, desarrolla las habilidades básicas para moverse adecuadamente tras muchas caídas. La fórmula de la prueba-error es la más efectiva de cara a aprender algo nuevo. Una vez nos caemos, hay que saber levantarse, y en cada fallo, existe un progreso: podemos identificar mejor las señales de peligro, sabemos mejor lo que podemos controlar y lo que no. Aunque también es cierto que hay tortas que es mejor evitar.

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