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Misión: enseñar a leer y escribir al medio millón de analfabetos en España
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Hay 521.700 personas analfabetas en España

Misión: enseñar a leer y escribir al medio millón de analfabetos en España

El perfil mayoritario, mujer que dejó sus estudios por ponerse a trabajar cuando apenas era una niña, deja paso al de los migrantes, quienes también deben aprender el idioma

Foto: Verónica, de 72 años, está aprendiendo a leer y escribir. (G. M.)
Verónica, de 72 años, está aprendiendo a leer y escribir. (G. M.)

"Hoy me han cobrado 7,20 euros en la frutería y se los he dado exactos". Así es como Verónica Suárez, de 72 años, describe con cierto orgullo su cotidianeidad, en la que se desenvuelve sin saber escribir ni leer. De pequeña vivió en una barriada de Cáceres y dejó de ir a la escuela a los 14 años, al igual que sus dos hermanas y dos hermanos: el salario de su padre, minero, no daba para alimentar siete bocas. Ahora vive en un barrio degradado de Alcalá de Henares, en Madrid, de esos en los que los muros son grises, los edificios no tienen ascensor, los árboles se talaron hace décadas, las deposiciones de los perros se endurecen día tras día en las corralas y las banderas en los balcones no son otras que la ropa tendida en las ventanas.

Ella es una de las 521.700 personas analfabetas que aún hay en España, según datos del INE de 2021, que no contabilizan la población migrante en situación administrativa irregular. La UNESCO apunta que en el mundo hay 750 millones de personas que no saben leer ni escribir, a las que se les veta cualquier posibilidad de desarrollo personal y social, pues según la propia organización internacional, "la alfabetización impulsa el desarrollo sostenible, permite una mayor participación en el mercado laboral, mejora la salud y la nutrición de los niños y las familias, reduce la pobreza y amplía las oportunidades en la vida".

placeholder Verónica en el salón de su casa, donde hace las tareas que le mandan en la escuela. (G. M.)
Verónica en el salón de su casa, donde hace las tareas que le mandan en la escuela. (G. M.)

En concreto, Suárez engrosa la lista de las 325.000 mujeres, frente a los 195.800 hombres, que se encuentran en esta situación. "Cuando mi hijo estuvo hospitalizado en el Niño Jesús de Madrid, preguntaba a todo el mundo para saber cómo ir. Siempre iba en autobús porque así podía ver los lugares, nunca en el metro", explicita. Siempre trabajó sirviendo, primero a una familia de abogados en Cáceres y después en otra casa de Alcalá de Henares. Sus aspiraciones son mínimas, pero justas: "Me da mucha rabia no poder leer un libro o un periódico, o las cartas que me llegan. Encima tengo muy mal la vista y todo me cuesta mucho más". Por suerte, firma con su nombre de forma legible, así que nunca ha tenido que pasar por el mal trago de rubricar un documento con una X o la huella dactilar.

Aprender después del sufrimiento

Sin embargo, Suárez no ceja en su ilusión de aprender. Por eso, lleva más de una década en el primer nivel de alfabetización de la Escuela Municipal de Adultos de Alcalá de Henares, como tantas otras compañeras que le acompañan año tras año. Sócrates Quintanar conoce bien esta realidad. Él es jefe de estudio en el Centro de Educación Pública de Adultos Entrevías, en el distrito de Vallecas, en la capital. "Las personas analfabetas han sufrido mucho, han vivido horizontes bastante oscuros, han tenido que sacar a sus familias adelante y normalmente han luchado solas", agrega.

placeholder Sus ejercicios consisten en repetir las letras que ve en un cuaderno. (G. M.)
Sus ejercicios consisten en repetir las letras que ve en un cuaderno. (G. M.)

Este docente es consciente de la zona en la que se ubica su escuela de adultos: "Aquí la droga en los 80, incluso los 70, apretó mucho, mató a mucha gente. Hablamos de familias totalmente desestructuradas, rotas, de abuelos que no reconocen a sus nietos, de madres jóvenes que han tenido que sacar su vida adelante trabajando, literalmente, de lo que podían". Quintanar enseña a un alumnado que quiere ir más lejos para, algún día, conseguir mejoras salariales o un ascenso con el preciado título de educación secundaria que tantas puertas abre a la hora de ser contratado por la Administración pública.

En Entrevías se vive de otra forma, dice el jefe de estudios. Aunque quizá haya mucha población analfabeta, "aquí puedes conocer mucho más al vecindario, se preocupan de ser simpáticos y ayudarte en todo lo que pueden". Una vez más, el nivel educativo no está reñido con la solidaridad.

Un lugar seguro para relacionarse

Paqui Rodríguez, directora del Centro de Educación Permanente América, en Sevilla, apunta que el perfil del alumnado que llena las aulas de alfabetización ha cambiado en las dos últimas décadas. "Antes había muchas mujeres, sobre todo, que se habían tenido que poner a trabajar desde muy jovencitas, que ni siquiera tenían el graduado escolar. Ahora quedan algunas, pero muy pocas", concretiza. Más allá de ese perfil, en el que en el centro educativo América son un 98% mujeres, se encuentra la propia idiosincrasia personal de las alumnas: "Muchas son viudas ya, con hijos mayores, y que vienen a la escuela más para socializar que para titular. Salen de casa y evitan la soledad, además de conocer gente en su misma situación", explica esta docente andaluza.

placeholder Verónica muestra orgullosa uno de sus ejercicios. (G. M.)
Verónica muestra orgullosa uno de sus ejercicios. (G. M.)

El otro perfil que copa las clases en las que se enseña a leer y escribir está formado por los migrantes que, aunque muchos con un nivel educativo y pedagógico bastante alto en sus países de origen, otros tantos apenas tienen un mínimo nivel de lectoescritura, así que la enseñanza del idioma va pareja a la alfabetización, parafraseando a Rodríguez.

Pese a lo que en un primer momento se pudiera pensar, el más de medio millón de personas que no saben leer ni escribir en España siguen su día a día sin mayores estragos. "Han aprendido por ensayo-error. A lo mejor no saben escribir la palabra aguacate, pero saben lo que son y lo que cuestan. Es gente a la que no van a engañar al hacer la compra", añade la directora del América. Diferente sucede con los trámites respecto a la administración pública. Pueden y saben pedir una cita al médico, pero no entenderán los informes que les dan por escrito.

De analfabetos a neolectores

En la Escuela de Personas Adultas de Carcaixent, en Valencia, sucede algo parecido. Marien Javaloyes, su directora, apunta que cada vez quedan menos personas analfabetas por la propia evolución del sistema educativo. "Aun así, cuando detectamos que había una demanda de este nivel y sacamos el curso, tuvo una acogida increíble, hasta con lista de espera", remarca. Se refiere al nivel de neolectores, con problemas para leer y escribir pero no analfabetos. "Y vienen con una autoestima muy baja, pero las alumnas siempre crean un grupo muy cohesionado, son muy activas", añade.

placeholder Ejercicios que Verónica ha hecho durante el curso pasado. (G. M.)
Ejercicios que Verónica ha hecho durante el curso pasado. (G. M.)

Esa socialización de la que hablaba Rodríguez se patentó con lo sucedido en la escuela de Carcaixent. Según relata su directora, "cuando se ofertó el curso por primera vez, algunas alumnas nos dijeron que una de sus compañeras era la primera mujer musulmana que había llegado desde Marruecos a la localidad, y hasta ese momento no se había relacionado con nadie". Ven, por tanto, un espacio seguro en esas aulas en las que aprenden los primeros pasos para poderse desarrollar con mayor normalidad en su vida.

Aunque las competencias en educación están transferidas a las comunidades autónomas, el Ministerio afirma que "el problema del analfabetismo en España es residual". Así, según la Encuesta de Población Activa del INE, en 2021 las personas que no sabían leer ni escribir suponía un 1,3% del total, mientras que en 2016 constituían el 1,7%. "Los porcentajes más altos se dan entre las personas mayores de 65 años. La tendencia es que se reduzca este porcentaje con el paso del tiempo, como ha sucedido hasta ahora", enfatizan.

placeholder Verónica, en el salón de su casa, relatando por qué tuvo que dejar de ir a la escuela. (G. M.)
Verónica, en el salón de su casa, relatando por qué tuvo que dejar de ir a la escuela. (G. M.)

Enseñar a quienes no tienen derecho a la educación

En esas cifras no están contabilizadas los cientos de personas que se encuentran en situación administrativa irregular, una realidad muchas veces concentrada en barrios específicos de las ciudades. Ana de la Llave es cofundadora de Hola vecinas, un colectivo en el madrileño barrio de Lavapiés surgido en 2020 a partir de la pandemia. "La idea fue montar clases de español para extranjeros enfocadas a migrantes, sobre todo senegaleses y bangladesís. Ahí es cuando vimos que no es que no supieran español, es que no estaban alfabetizados, aunque tuvieran papeles", explica esta matemática de profesión.

placeholder El cuaderno de Verónica. (G. M.)
El cuaderno de Verónica. (G. M.)

Así pues, los y las voluntarias de Hola vecinas se pudieron manos a la obra: "Tenemos las clases de alfabetización colapsadas. Ahora hay tres grupos de diez personas y no podemos ofrecer más porque no tenemos tiempo suficiente", añade De la Llave, voluntaria en el colectivo como todas sus compañeras. Esta acuciante necesidad de aprendizaje ha traspasado las fronteras del barrio, llegando a otros como Usera y Carabanchel. "Es una situación muy invisibilizada, y es que ni siquiera se pueden inscribir en una escuela porque no entienden los formularios", concluye esta profesora improvisada que atiende casos derivados desde el departamento de Asuntos Sociales del Ayuntamiento de Madrid.

"Hoy me han cobrado 7,20 euros en la frutería y se los he dado exactos". Así es como Verónica Suárez, de 72 años, describe con cierto orgullo su cotidianeidad, en la que se desenvuelve sin saber escribir ni leer. De pequeña vivió en una barriada de Cáceres y dejó de ir a la escuela a los 14 años, al igual que sus dos hermanas y dos hermanos: el salario de su padre, minero, no daba para alimentar siete bocas. Ahora vive en un barrio degradado de Alcalá de Henares, en Madrid, de esos en los que los muros son grises, los edificios no tienen ascensor, los árboles se talaron hace décadas, las deposiciones de los perros se endurecen día tras día en las corralas y las banderas en los balcones no son otras que la ropa tendida en las ventanas.

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