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¿Españoles abducidos por los mayas? La leyenda de los enigmáticos cenotes
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¿Españoles abducidos por los mayas? La leyenda de los enigmáticos cenotes

Francisco de Montejo era un enorme militar rodado en la experiencia. Uno de los episodios más truculentos que le tocó vivir fue el de las desapariciones misteriosas de miembros de su destacamento

Foto: Fuente: iStock
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“Hay grandes hombres que hacen a todos los demás sentirse pequeños. Pero la verdadera grandeza consiste en hacer que todos se sientan grandes.”

Charles Dickens.

La civilización maya en ningún momento enfrentó directamente a los españoles durante su existencia, pero, de alguna forma, sí tuvo consecuencias que afectaron a nuestros antepasados en aquel tiempo. Aún hoy no se sabe qué produjo el colapso de esta extraordinaria civilización, que, tras siglos de prosperidad, se extinguió en esas lagunas del tiempo inventado por los humanos. Era el año aproximado del 850 d.C cuando lentamente declinaba su presencia en este extraño lugar, una de las grandes referencias de la humanidad, extinción inmersa todavía en un mar de incógnitas para los investigadores.

Alrededor de dos siglos después, a partir de la fecha oficial de la extinción ante la historia, todavía esta enigmática civilización tardaría en desaparecer desestructurada en la niebla del tiempo, más no así su legado. Tras aquel colapso producido probablemente por una gran sequía (se cree que en combinación con una guerra civil impelida por la obtención de los recursos y obviamente por el poder), los llamados Mayas tardíos fueron centrifugados y dispersos por la península de Yucatán, encontrándose en los albores del siglo XVI con un cambio de tercio sobrevenido accidentalmente, cuando una España, unida por mor de un concierto entre dos grandes reyes con visión más allá del alcance natural de mentes corrientes, descubre América (o se tropieza con lo que ya era) en su búsqueda de Catay y Cipango.

Foto: Nicolás de Ovando (Fuente: iStock)

Aunque no es el tema de este artículo, si afecta de manera tangencial al mismo, pues, en su ámbito de actuación, los mayas tenían un secreto muy bien guardado que en algunos momentos jugó malas pasadas a los conquistadores o colonos que, derivados de la península, aterrizaron en aquellos pagos.

En la zona correspondiente a la geografía de la península de Yucatán y áreas aledañas (lo que hoy correspondería a Guatemala, Belice, El Salvador, Honduras y los estados sureños de México) la España matrimoniada entre Castilla y Aragón inició en 1527 una sostenida ofensiva que se completó hacia 1546, con un dominio esencialmente militar, que no cultural, en su interacción con este colectivo de indígenas.

Todavía, la agonía o los últimos estertores de aquella grandiosa civilización acabarían por extinguirse en los rescoldos de la pobreza cuando se culmina la conquista de Petén (Guatemala) y estas gentes pasan a formar un número más entre los infinitos parias del mundo. No obstante, elementos residuales seguirían contestando al poder español, y posteriormente al mexicano. El canto del cisne de esta civilización desgarrada por los avatares de la historia culminaría con la Guerra de Castas, pero esto es ya otra historia.

De susto en susto

Francisco de Montejo era un militar rodado en la experiencia que no de carrera. Fue un diplomático esencialmente que, en vez de tirar de palo, lo hacía de zanahoria. Daba gusto tratar con él. Culto, educado, con buenos modales, sabía mandar dando a cada integrante de su tropa aliento para seguir en medio de las enormes dificultades de planificación ante lo imprevisto, y, en adición más que en las escaramuzas con los nativos, tenía que lidiar con las enfermedades que surgían en sus subordinados, entre los cuales la disentería hacía de las suyas. De igual manera, en su relación con los indígenas siempre hubo un buen fair play. Vamos, sin ánimo de ofender, pero así si daba gusto ser invadido.

"El sujeto que abordaba la resolución de sus necesidades no volvía a la fila. Aquello era demasiado intrigante"

Uno de los episodios más truculentos que le tocó vivir a este enorme militar y a su hueste fue el de las desapariciones misteriosas de miembros de su destacamento; esto es, que, por razones perentorias, ya fuera para aligerar la zona colorrectal o bien para hacer alguna necesidad alternativa, el sujeto que abordaba la resolución de sus necesidades no volvía a la fila. Aquello era demasiado intrigante.

Si no eran indígenas cabreados, ni descomunales reptiles, ni caimanes con hambre atrasada o impensables deserciones en un ambiente extremadamente hostil en el que el apoyo del grupo era fundamental ¿Qué ocurría entonces?

Una pista la dio la desaparición de uno de los capitanes. Aquello no tenía ningún viso de ser una deserción y había que investigarlo seriamente. La cuestión era más sencilla de lo que la alambicada mente humana pudiera imaginar…

placeholder 'Monumento a los Montejo' (padre e hijo), ubicado en el inicio del Paseo homónimo de Mérida, en Yucatán
'Monumento a los Montejo' (padre e hijo), ubicado en el inicio del Paseo homónimo de Mérida, en Yucatán

¿Qué son los Cenotes?

Los cenotes son enormes cavidades o pozos de agua de muy difícil detección visual en la espesura de la jungla (en aquel momento estaban cubiertos por la frondosa espesura. Hoy, más a la vista para su explotación turística) y, por lo general, instalados a gran profundidad. Se alimentan de las potentes filtraciones ocasionadas por las enormes cortinas de lluvia estacional, o también por la corriente de los ríos subterráneos que circulan por las capas freáticas próximas en forma de acuíferos cautivos o libres.

Hay cenotes del tamaño de una bañera (los menos) y otros que dan pavor. El cenote más profundo se encuentra en las cercanías de Zacatecas, curiosamente una ciudad instalada a más de 2.000 metros de altura. Se llama “El Zacatón”, el abismo que se abre ante los ojos de los investigadores o los turistas es espectacular, por inquietante, pues llega a tener hasta donde es mensurable del orden de 440 metros de profundidad.

Foto: El navío español Pelayo acudiendo en auxilio del navío de cuatro puentes Santísima Trinidad durante la batalla del Cabo de San Vicente, que se libró el 14 de febrero de 1797

Eric S. Thompson, un reputado arqueólogo británico con dedicación exclusiva a la fascinante cultura Maya, comprobó, entre otras cosas, que estos tenían cierta afición a dar, en ocasiones, un empujoncillo a sus víctimas en ceremonias rituales de sacrificios humanos. En sus investigaciones se encontraron esqueletos tanto de indígenas con restos de atuendos de la época precolombina y también como no, a dos docenas de españoles despistados y repartidos en un área de unos cuatro mil kilómetros cuadrados, que al ir a evacuar caían en estas ocultas trampas mortales. Es probable que algunos de los hombres de la expedición de Francisco de Montejo no hubieran sido muy afortunados en la elección del lugar donde hacer aguas menores o deposiciones.

La cultura maya proponía un espacio físico bajo la tierra en el que se albergaba el más allá. Los Cenotes eran la puerta de acceso a través de los cuales las almas pasaban al siguiente ciclo vital, otra cosa bien distinta sería si los interfectos habían sacado entradas voluntariamente. Tanto los humanos como caballos de los españoles en la zona, así como tapires y en una ocasión un mamut del Pleistoceno (el Gonfoterio, pariente primero de los elefantes), cayeron en estas trampas naturales.

El famoso arqueólogo mexicano, Dr. Luis Alberto Martos, es probablemente la mayor autoridad en todo lo relacionado con los cenotes y aconseja a los turistas tomar precauciones serias y no salirse de las rutas balizadas. Por eso, según dice el libro sagrado de los mayas, el Popol Vuh, los malvados Señores de Xilaba, amos del inframundo, en ocasiones se cobran su tributo de humanos. A pesar de los consejos de las autoridades, todos los años la jungla devora inmisericorde a aquellos que no hacen una lectura correcta de la naturaleza.

“Hay grandes hombres que hacen a todos los demás sentirse pequeños. Pero la verdadera grandeza consiste en hacer que todos se sientan grandes.”

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