De Mesopotamia a la actualidad: una breve historia del apretón de manos
Un trámite, eso parece este gesto tan habitual como desconocido en cuanto a sus orígenes, pero no en todos los trámites se comparten gérmenes tan directamente con la otra persona
Desde la reverencia en la cultura japonesa hasta el namaste habitual en la India, los saludos no verbales son toda una retahíla identitaria de gran variedad en todo el mundo. Apenas hay que moverse mucho en el mapa para encontrar formas distintas de acercarse a alguien y dar comienzo a una conversación: Los monjes tibetanos sacan la lengua para dar la bienvenida a la gente. Los hombres etíopes se tocan los hombros… En Omán, también los hombres, a menudo, se saludan juntando la nariz y en Europa la gente se da la mano. Este último, repetido una y otra vez, puede ser uno de los gestos más antiguos de la humanidad, y también el saludo más equitativo: una señal más que conjunta, identitaria, diferenciadora y, en parte, reconciliadora. Todo en uno, eso es el saludo.
En España, y por lo general en gran parte de Europa, el componente distintivo entre hombres y mujeres se perfiló con el beso al aire y en la mejilla para ellas mientras ellos se apretaban las manos. No obstante, es este último el más reivindicado. ¿Por qué la boca? Las manos, las manos. Menos invasivo, menos pecaminoso, juntar las palmas y entrelazar los dedos resuena menos y, no por ello, es menos significativo. De hecho, con el tiempo se ha vuelto tan universal, como un instinto, que quizás nunca te hayas preguntado por qué la gente se da la mano.
Empezando por el principio de su historia, su historia no parece tener un principio tan claro. En su uso artístico registrado más antiguo, el apretón de manos significaba el otorgamiento de poder de un dios a un ser terrenal. Es esta característica del apretón de manos la que Miguel Ángel retrató en el techo de la Capilla Sixtina, pero existen otras muchas esculturas griegas antiguas y pinturas cerámicas que muestran a dos personas dándose la mano derecha, pero según explica Mary Beard, académica y divulgadora inglesa especializada en estudios clásicos, "no hay ninguna señal de que se tratara de un saludo en nuestro sentido de la palabra. Parece más un símbolo de cercanía, cariño o confianza".
En la narrativa de la Antigüedad
Curiosamente, el gesto solía aparecer principalmente en elementos funerarios, y así siguió siendo durante la Roma antigua (donde ahora se conoce como "dextrarum iunctio", o "la unión de las manos derechas") tirando de latín moderno inventado, "nunca usado por los propios romanos hasta donde yo sé", especifica Beard al respecto.
Sin embargo, puede entenderse como prólogo de una narrativa que, en realidad, sigue marcada en nuestros días por los patrones sociales que en aquel momento se establecieron. En un hilo de significados, aquellos que hacían nuestros antepasados clásicos es una pista en la adivinanza que supone el recorrido de este gesto por el resto de la Historia.
Lo más revelador en aquellos comienzos hallados es que el asunto tenía un toque de divinidad. Ya en la antigua Babilonia se habría dado. En aquel momento y en aquella civilización, se requería que un nuevo rey tomara las manos de una estatua de Marduk, la deidad principal de la civilización, una práctica que parece haber comenzado durante el período casita (1595-1155 a. C.). El acto, realizado anualmente durante la fiesta de Año Nuevo, sirvió para asignar autoridad al rey por un año adicional. "El rito prevaleció tanto que cuando los asirios derrotaron y ocuparon Babilonia, los reyes asirios posteriores se sintieron obligados a adoptar el ritual por temor a ofender a una deidad divina importante".
¿Una forma de paz?
Dexiosis, así lo denominó la sociedad griega, lo que significa algo así como "tomar la mano derecha", y puede encontrarse referencias a ello en las epopeyas de Homero: La Ilíada y La Odisea, que datan del siglo VIII a.C. En estas obras, el gesto sirve como símbolo de buena fe al hacer un juramento o una promesa. Según explican desde 'National Geographic', también parece haber representado una forma de paz: "Demostraba que no se sostenía un arma y al mover las manos arriba y abajo se aseguraba uno de que el otro no llevaba nada escondido en la manga".
No obstante, no es hasta el siglo XIX cuando se populariza en sentido moderno. Fue en Estados Unidos, escenario donde empezó a ser un modo de saludarse impulsado por miembros de la llamada Sociedad Religiosa de los Amigos o Iglesia de los Amigos, una comunidad religiosa fundada en Inglaterra en el siglo XVII a quienes apodaron cuáqueros. Este grupo religioso protestante que arrebató la tierra a las comunidades nativas americanas con las que se toparon, pensaba que darse la mano era una forma de saludo más "democrática" que hacer una reverencia o descubrirse la cabeza. Era una manera de eliminar las jerarquías.
Poco a poco, a lo largo de todo el desarrollo protocolario que se estableció en el siglo XIX, este gesto se fue entendiendo como una etiqueta esencial y, a menudo, se incluía en los manuales. "El amigo que toma nuestra mano con un apretón cordial y nos mira directamente a los ojos en el mismo momento produce la sensación de que el dueño de la mano tiene un corazón cálido", señalaba en uno de sus artículos 'The Delineator', una revista femenina estadounidense impresa entre finales del siglo XIX y principios del XX.
Un gesto diferenciador
Con el largo historial de reglas en base al estatus, y la voluntad férrea en aquel momento, el apretón de manos llegó a considerarse más propio del territorio rural, aquel vilipendiado y maltratado en pro de la fe por el futuro maquinario. Mientras en el campo se utilizaba para marcar el cierre de un trato, en los círculos burgueses preferían saludarse con movimientos de cabeza, reverencias o quitándose el sombrero.
Sin embargo, su carácter estrecho acabó rompiendo aquellas creencias. En su libro 'Don't look, don't touch', la científica del comportamiento Val Curtis de la London School of Hygiene and Tropical Medicine, sostiene que una posible razón para el éxito del apretón de manos (y también del beso) tiene que ver precisamente con el acercamiento de las personas. Al final, entre todos los mensajes que pueden indicar, hay uno evidente: que la otra persona es lo suficientemente confiable como para compartir gérmenes con ella.
Por su parte, para la historiadora del arte Glenys Davies, "el apretón de manos sigue siendo una imagen popular hoy en día porque también lo vemos como un motivo complejo y ambiguo", según escribe en un análisis de su uso en el arte clásico.
Desde la reverencia en la cultura japonesa hasta el namaste habitual en la India, los saludos no verbales son toda una retahíla identitaria de gran variedad en todo el mundo. Apenas hay que moverse mucho en el mapa para encontrar formas distintas de acercarse a alguien y dar comienzo a una conversación: Los monjes tibetanos sacan la lengua para dar la bienvenida a la gente. Los hombres etíopes se tocan los hombros… En Omán, también los hombres, a menudo, se saludan juntando la nariz y en Europa la gente se da la mano. Este último, repetido una y otra vez, puede ser uno de los gestos más antiguos de la humanidad, y también el saludo más equitativo: una señal más que conjunta, identitaria, diferenciadora y, en parte, reconciliadora. Todo en uno, eso es el saludo.