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De vacas y música clásica: así suena Chaikovski en los establos de Dinamarca
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La armonía perfecta

De vacas y música clásica: así suena Chaikovski en los establos de Dinamarca

No hay telón, no hay butacas, no hay la abundancia que cualquiera espera ver en un edificio construido para ello (una ópera, un teatro, un auditorio…). Sin embargo, hay vacas en estos establos convertidos ahora también en escenarios

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Esta historia podría empezar con aquello de que había una vez un lugar donde la música llegó para quedarse, pero no hay lugar donde no lo haga. Tal vez, aquel lugar no era sin embargo un lugar cualquiera, o mejor dicho, un lugar humano. En aquel lugar hay humanos, pero sobre todo hay animales, pero sobre todo hay oídos, y qué más da su condición.

Situada a menos de 800 metros del mar, una antigua granja en Stevn, en Dinamarca, se ha convertido recientemente en un escenario de la música clásica más. No hay telón, no hay butacas, no hay la abundancia que cualquiera espera ver en un edificio construido para ello (una ópera, un teatro, un auditorio…). Sin embargo, hay vacas.

Foto: La inesperada reacción de un ciervo salvaje al escuchar música de Bach (Pixabay)

Escuchar, por ejemplo, una pieza de Chaikovski resulta un ejercicio de armonía, pero también de atención, esa actitud que parecen adoptar solo unos pocos, y no por tener el oído fino, sino porque lo vienen afinando generación tras generación. Es decir, que la música clásica a veces suena a privilegio, a intelectualidad, a burguesía, a todo eso que se ha construido lejos de entornos rurales. Nada más lejos de la realidad, en realidad, como están demostrando los alumnos y alumnas de la Escuela Escandinava de Violonchelo y su público, las vacas con las que prácticamente conviven en las granjas de la región donde ésta se sitúa (hablando de armonía…).

El placer de las vacas

En su concepto original, señala Lisa Abend en 'The New York Times', dicha Escuela era una organización itinerante, "más parecida a un campamento de entrenamiento ambulante que a una academia", pero en 2018, sus creadores, la pareja de músicos Jacob Shaw y Karen Johanne Pedersen, compraron una granja en Stevns, como en uno de esos giros que parecen imposibles tras un telón cerrado en un abrir y cerrar de ojos.

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Shaw y Pedersen convirtieron aquel lugar en su hogar, y también en una sede permanente para la escuela. "Hasta hace unos años, Shaw, de 32 años y nacido en el Reino Unido, había recorrido el mundo como violonchelista solista, incluso tocó en recintos consagrados como el Carnegie Hall y la Ópera de Cantón. Cuando se mudó a Stevns (el municipio más grande al que pertenece Lund) y abrió la Escuela Escandinava de Violonchelo, pronto descubrió que sus vecinos, los Haugaard, que crían vacas Hereford, también eran amantes de la música clásica. De hecho, Mogens Haugaard, antiguo alcalde de la localidad, forma parte del consejo de la Orquesta Filarmónica de Copenhague", explica Abend.

La conexión se consumó rápidamente entre vecinos (entre todos los vecinos) y no tardó en ponerse en marcha la tarea, la que cada uno sabía, pero en compañía, una tarea compartida suena distinta. Desde noviembre de 2020, varios músicos se sitúan en el interior del establo de los Haugaard para tocar una serenata diaria a todo el que se quiera acercar, y allí están, en primera fila, las rumiantes. "Aproximadamente una vez a la semana, Shaw y los estudiantes de la residencia acuden para una presentación en vivo".

Una experiencia única

Los alumnos y alumnas de este curioso centro provienen de todo el mundo y tienen en su mayoría entre 17 y 25 años. Suelen quedarse en residencias de corta duración para perfeccionar sus habilidades tanto musicales como profesionales, pero también para acercarse de una manera sincera y generosa a la naturaleza: la escuela también ofrece a los músicos visitantes la oportunidad de colaborar en un huerto, buscar comida en el bosque cercano, pescar para cenar o simplemente relajarse en una zona alejada de la ciudad.

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"Las dos especies que acudieron al concierto parecían disfrutarlo. Antes del evento, las vacas estaban dispersas por el campo, comiendo hierba bajo el sol brillante y amamantando a sus terneros recién nacidos, pero cuando los músicos, vestidos de etiqueta, tomaron asiento en el escenario repleto de heno y empezaron a tocar los primeros compases de 'Jalousie (Tango tzigane)', del compositor danés Jacob Gade, las vacas se amontonaron en la valla que las separaba del público humano y se disputaban los lugares", apuntaba Abend recordando uno de estos conciertos.

Esta historia podría empezar con aquello de que había una vez un lugar donde la música llegó para quedarse, pero no hay lugar donde no lo haga. Tal vez, aquel lugar no era sin embargo un lugar cualquiera, o mejor dicho, un lugar humano. En aquel lugar hay humanos, pero sobre todo hay animales, pero sobre todo hay oídos, y qué más da su condición.

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