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Manuel José de Frutos Huerta: el explorador segoviano y su ingente prole
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Un picaflor de manual

Manuel José de Frutos Huerta: el explorador segoviano y su ingente prole

Era "un pieza". Un día se fue a por tabaco y apareció en una isla ignota llamada hoy Nueva Zelanda, en aquel entonces poblada de maoríes tatuados hasta las cejas

Foto: Ilustración de Nueva Zelanda en el Siglo XIX (Fuente: iStock)
Ilustración de Nueva Zelanda en el Siglo XIX (Fuente: iStock)

“Si eres neutral en situaciones de injusticia, has elegido el lado del opresor”.

Desmond Tutú.

Manuel José era “un pieza”. Un día se fue a por tabaco y apareció en una isla ignota llamada hoy Nueva Zelanda, en aquel entonces poblada de maoríes tatuados hasta las cejas. Estos avanzados aborígenes (andaban en taparrabos) pertenecientes a la tribu de los Paniora, estaban muy preocupados, pues el índice de natalidad local se había disparado alarmantemente. Y la chiquillería estaba alzada en armas. Algo sospechoso ocurría.

Hacía más de 200 años que un español, un picaflor de vaina extendida, un espécimen de calado había decidido poner tierra de por medio, y ya puestos se había ido ni más ni menos que a las antípodas. En un santiamén, el osado seductor se había hecho en los primeros instantes con una docena de féminas de buena factura a las que atendía con esmero y con una iniciativa digna de encomio.

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Manuel José, el elemento en cuestión, finalmente se casó de una tacada con cinco fornidas mujeres de armas tomar. Él era constreñido, tirando a enjuto y algo escuchimizado, pero con unos ojos que parecían imanes. Algún 'secretillo' de alcoba debía manejar aquel hombrecillo que tenía a sus pares masculinos intrigados. En su choza de caña con techo de floresta y lecho de hojas de palmera se producían 'churumbeles' a una velocidad hipersónica. El Kama Gita, el Kama Sutra y todo lo que rimaba con cama eran sus libros de cabecera. Era 'un máquina'. Nueve hijos reconocidos y algunos experimentos fuera de catre daban fe de la cincuentena de nietos de aquella fertilizante y asombrosa saga patria en esos confines de Dios. España seguía haciendo imperio...

Un espíritu poderoso con el tiempo fue ampliando su linaje, de manera que aquella invasión silenciosa llegó a formar el estratosférico número de 15.000 miembros (que se dice pronto) en una enorme familia llamada los Paniora.

Manuel José de Frutos Huerta, en una de sus aventuras oceánicas, llegaría hacia 1835 a un extraño lugar de la costa noreste de Nueva Zelanda siendo abducido por un frondoso bosque en el que convivían por un extraño azar o decantación genética más del triple de mujeres que de hombres. Era el paraíso. El Altísimo había estado más que inspirado y las lacras o penalizaciones inherentes al pecado original brillaban por su ausencia.

"Es sabido que igual que te hacían una “Haka” te hacían un descosido y si no que se lo digan a los ingleses"

Para hacernos una composición de lugar sobre esta mezcolanza sanguínea tan singular como accidental entre un hispano y aquellos rudos marinos, hay que señalar que los maoríes son gentes de una extraña y misteriosa procedencia. Se cree que allá por el siglo IX arribaron provenientes de Samoa, Vanuatu, Tonga, islas aledañas a Nueva Zelanda y otras más alejadas como las Marquesas, Hawái o Tahití, llegando a nuestras antípodas en colosales piraguas con patines estabilizadores. La fácil conducción con vela triangular de orientación discrecional y la voluntad de unos remeros de buen porte condujeron a estos expertos navegantes en andas de una proeza histórica no valorada suficientemente a una especie de Terra Incógnita que hoy sabemos se llama Nueva Zelanda.

Pero estos exploradores que tan amablemente recibieron a Juan Manuel de Frutos Huerta en su momento, tenían también su aquel. Es sabido que igual que te hacían una “Haka” te hacían un descosido, y si no que se lo digan a los ingleses. Estos musculosos tatuados con intrincadas figuras esotéricas de vez en cuando se daban un soberano atracón de proteínas humanas. Un espléndido verano boreal a principios del siglo XIX asomó por allá un bergantín lleno de rubicundos británicos que ofendieron a las hijas del jefe del poblado, abofetearon al heredero de la tribu delante de su orondo progenitor y se quisieron llevar muchas de las exóticas existencias de este pueblo amante de la naturaleza pero no de sus conspicuos transgresores.

Total, que en una antológica e improvisada merienda de andar por casa se ventilaron a más de sesenta marineros de un bergantín instalado taimadamente en la rada y del cual nunca se supo nada más. Años más tarde, Manuel José de Frutos Huerta, natural de Valverde del Mojano y segoviano de pro, aterrizó en aquella playa donde se había producido el dantesco tentempié y le pareció escuchar una suave melodía que emanaba de los huesos calcinados por el sol inclemente. Al parecer, era una versión apócrifa del último grito del God Save the Queen.

placeholder Pueblo fortificado en Pah, Nueva Zelanda (Fuente: iStock)
Pueblo fortificado en Pah, Nueva Zelanda (Fuente: iStock)

Tras deslomarse y enriquecerse en un ballenero en una época en la que el aceite de este cetáceo era fundamental como combustible de las farolas de Nueva York, Paris, Londres, Berlín, etc. en 1834 llegaría a Port Awanui. De dotes innatas como relaciones públicas, en seguida se hizo con la amistad de los aborígenes, integrándose en la alegre comunidad de Ngati Porouen en la que centenares de niños correteaban impelidos por una extraña energía. Las mujeres tenían los ojos del mar y los 'hombretones' aquellos una generosidad desconocida con la salvedad del multitudinario episodio caníbal de la merienda de ingleses. Una semilla de olivo germinó en aquellos pagos y así con este gesto fundó este explorador su nuevo y distante hogar.

Su prolífica prole siguió, erre que erre, multiplicándose como posesos, dándole un buen empujón a la natalidad autóctona y, como no, generando PIB con sus proverbiales habilidades culinarias y exóticas acogidas a los foráneos dando a luz a una de las tribus más asombrosas que se pueda imaginar: la tribu de los Paniora, una extraña declinación de la palabra “espaniola” a su vez proveniente de otra voz derivada de la “española” que con el tiempo acabaría deformándose pues los maoríes solo transmitían su herencia cultural oralmente.

Este segoviano universal de Valverde de Majano plantó una pica en las antípodas y, desde entonces, el eje de rotación de la tierra ya no es el mismo. Una ingente muchachada descendiente de aquel Casanova así lo atestigua.

Actualmente, Manuel José descansa en un lugar inigualable en la conjunción del rio Waiapu y el océano Pacífico, en un lugar de peregrinaje donde flores aromáticas, unas vistas espectaculares y la veneración de un pueblo amable le acompañan en su nuevo camino.

“Si eres neutral en situaciones de injusticia, has elegido el lado del opresor”.

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