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La leyenda urbana (o no) de que el furby era un espía
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La leyenda urbana (o no) de que el furby era un espía

El juguete favorito de los niños de los 90 tenía una cámara y una grabadora que registraba todos nuestros pasos y podía quedarse con secretos de estado. ¿Verdad? Pues no

Foto: Te están observando. (iStock)
Te están observando. (iStock)

Hubo algún año, entre finales de los 90 y comienzos del 2000, en que todos los niños de España (y si exageramos un poco, del mundo) llevaron el furby a clase como juguete predilecto que los Reyes Magos habían depositado con cariño junto al árbol de Navidad tras un año de buen comportamiento. Lejos quedaron el yoyó, los tazos, los álbumes para coleccionar y demás inventos: lo que todo el mundo quería era esa especie de gremlin millennial al que había que alimentar introduciendo un dedo en su pico y al que se podía enseñar a hablar (o eso aseguraban sus instrucciones). Pronto todos los hogares de nuestro país se llenaron de mascotas con forma de híbrido de pájaro que decían en su particular castellano sus famosas frases: "mi miedo" o quizá "mi dormido otra vez".

Pero el furby, el juguete favorito de los niños, también producía cierto temor en todo aquel que se aventuraba a asomarse en sus acristalados ojos sin vida. Generalmente descansaban depositados en las estanterías, y conforme esos niños que habían crecido viendo 'Toy Story' se cansaron de ellos, y decidieron comprarse un Tamagochi o cualquier otro sucedáneo de las responsabilidades futuras, sus furbys perdieron poco a poco las pilas, inamovibles en sus estanterías, observando el infinito mientras sus llamas se apagaban. Como daban un poco de mal rollo, la gente solía cerrarles los párpados, y más de alguno se atrevió a mirar esa extraña marca que tenían en la frente, encima de los ojos, y que parecía una cámara. No solo los niños más paranoicos, sino todos en general pensamos en alguna ocasión al observar este juguete inquietante: "¿Me estará observando alguien de la Agencia Central de Investigaciones estadounidenses mientras duermo?".

Todos pensamos en alguna ocasión al observar este inquietante juguete: "¿Me estará observando alguien de la Agencia Central de Investigaciones estadounidenses mientras duermo?"

Como el furby era un juguete gracioso pero también particularmente siniestro, han surgido a posteriori algunas leyendas urbanas sobre él. En realidad, repasando un poco su historia, fue un éxito para Hasbro: sus ventas se dispararon el día de su lanzamiento y hubo que esperar varias colas, se llegaron a vender más de 27 millones de ejemplares en el primer año de comercialización y en el verano del 98 su precio de venta, que había sido en un primer momento en Estados Unidos de unos 30 dólares, subió hasta los 100.

La leyenda urbana estaba destinada a fraguarse desde un principio, pues con la aparición del juguete también surgieron algunas equivocaciones. Por ejemplo, se creía, erróneamente, que podían repetir lo que oían a su alrededor, por lo que algunas agencias de inteligencia prohibieron la entrada del muñeco en sus oficinas. En realidad, según los usuarios de 'Robotic Lab', que 'destriparon' el bicho por dentro, solo decía de forma aleatoria las frases que tenía grabadas para cada situación, no tenía ningún sistema de reconocimiento de habla ni grabación, y la razón por la que hablaba cada vez más español (o el idioma para que estuviese programado) era porque tenía una especie de contador que contaba las veces que era usado pulsando los botones, y cuando se llegaba a una frase determinada desbloqueaba las otras frases.

No, no aprendían palabrotas

Eso no quita que la leyenda naciera y creciese, llegando probablemente a nuestros hogares. Siendo completamente sinceros, muchos niños querían tener un furby porque había llegado a sus oídos la otra leyenda negra que acompañaba al juguete: que aprendía palabrotas. Era, en realidad, la misma equivocación que llevó a que muchos titulares estadounidenses advirtieran en el 99 que era un peligro para la seguridad del país. "Hazte a un lado, Aldrich Ames" escribió Vernon Loeb del 'Washington Post'. "La Agencia de Seguridad Nacional ha apuntado a una nueva amenaza a la seguridad nacional capaz de revelar secretos a los adversarios estadounidenses: el furby".

En el año 99 el peligroso juguete fue prohibido oficialmente por la NSA, el Astillero Naval de Norfolk e incluso el Pentágono

De hecho, un reciente artículo en 'Mel Magazine' trata de desmontar todas estas leyendas urbanas que han quedado ya en el imaginario colectivo que ronda al juguete: "El discurso del aprendizaje era una completa ilusión", asegura el propio creador del mismo, David Hampton. "No era un dispositivo de grabación y, por tanto, era incapaz de retener secretos de seguridad nacional. Tenía unas 700 u 800 palabras programadas. Al principio comenzaban hablando 'furbish', un idioma real que desarrollé, y a medida que interactuabas con él se introducían más palabras en tu propio idioma". Hampton también niega otros rumores, como que su piel estaba hecha con pelo de perro y gato real o que podía interrumpir otros equipos electrónicos con su tecnología de infrarrojos.

Aun así, en el año 99 el peligroso juguete fue prohibido oficialmente por la NSA, el Astillero Naval de Norfolk e incluso el Pentágono. Fue la mejor publicidad que podría haber soñado Furby, pero decía poco de la capacidad de investigación de la Agencia de Seguridad Nacional. Tras hacer una serie de comprobaciones, se levantaron las restricciones, pero para entonces el juguete ya se había pasado de moda y cogía polvo en las estanterías de las casas. Nadie pretendía llevarlo a trabajar. La leyenda trascendió, eso sí, y le ha acompañado en tres generaciones más desde su primera edición.

No era un dispositivo de grabación y, por tanto, era incapaz de retener secretos de seguridad nacional. Tenía unas 700 u 800 palabras programadas

Y lo que son las leyendas urbanas: lo más probable es que conozcas a alguien que asegure que su furby sí aprendía palabrotas o decía galimatías propios de un filósofo griego. ¿Efecto Mandela o que su juguete era un espía del FBI que trataba de recolectar datos sobre las familias españolas de finales de los 90? Quién sabe.

Hubo algún año, entre finales de los 90 y comienzos del 2000, en que todos los niños de España (y si exageramos un poco, del mundo) llevaron el furby a clase como juguete predilecto que los Reyes Magos habían depositado con cariño junto al árbol de Navidad tras un año de buen comportamiento. Lejos quedaron el yoyó, los tazos, los álbumes para coleccionar y demás inventos: lo que todo el mundo quería era esa especie de gremlin millennial al que había que alimentar introduciendo un dedo en su pico y al que se podía enseñar a hablar (o eso aseguraban sus instrucciones). Pronto todos los hogares de nuestro país se llenaron de mascotas con forma de híbrido de pájaro que decían en su particular castellano sus famosas frases: "mi miedo" o quizá "mi dormido otra vez".

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