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Una horda imbatible: Aragón contra los turcos
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Una horda imbatible: Aragón contra los turcos

Cuando llegaron a las lindes del campamento otomano, un griterío sordo, casi espeluznante e inhumano, saldría de aquellos pastores poniéndose al unísono en pie al grito de “Desperta Ferro”

Foto: Fuente: iStock
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No está muerto lo que yace eternamente, y en el transcurso de los eones, aún la misma muerte puede morir.

H.P. Lovecraft.

Era un momento del siglo XIV y en algún lugar de Anatolia, un entero ejército turco de unos 30.000 hombres dormítaba al relente sobre pieles curtidas de cordero bajo la cobertura de enormes tiendas cónicas similares a las yurtas nómadas de Asia Central. Una enorme alfombra humana conciliaba el sueño bajo un mar de estrellas ajena a una carnicería antológica, la Batalla de Kibistra. Eran cerca de las seis de la mañana y el alba silenciosa bañaba aquel pequeño valle - que pretendía ser un refugio inexpugnable -, con la atmosfera de luz que venía despertándose lentamente desde el este. Era un momento sereno.

Durante la noche de aquel aciago 15 de agosto, miles de almogávares aragoneses probablemente unos 10.000, habían dormitado en los altos de las colinas próximas en grupos de cuatro apoyándose mutuamente las espaldas para permanecer sentados al lado de su impedimenta personal. Discurría el año 1304.

Foto: 'Fray junípero y el pobre' de Bartolomé Esteban Murillo

Muy temprano, comieron unas bayas propias del lugar y con el rocío se lavaron la cara. Cubiertos de barro y aderezadas sus indumentarias con plantas de sotobosque, mostraban un camuflaje perfecto, prácticamente indetectable. Su calzado de piel vuelta de cuero de media caña, más largo que las habituales abarcas, iba anudado a la espinilla. Todo estaba a punto.

Silenciosamente, tras anudar su carcaj de forma que el centenar largo de flechas no causara ni el más mínimo ruido al entrechocar, y tras echar el hierro y escudo a la espalda amortiguados con trozos de tela; cuando llegaron a las lindes del campamento otomano, un griterío sordo, casi espeluznante e inhumano, saldría de aquellos pastores – guerreros poniéndose todos al unísono en pie al grito de “Desperta Ferro”.

La bajada por las laderas de las colinas hasta el valle, abriría las puertas del infierno para los creyentes de Allah.

Mientras se producía una de las matanzas más cruentas de las guerras del medievo – 16.000 desgraciados perderían la vida en menos de 24 horas -, y estos entrenados soldados aragoneses, especialistas doctorados en el tiro al arco, jabalina y la esgrima de espada hacían su terrible trabajo, los fugitivos de la batalla de Kibistra se dirigieron con la pretensión de salvar los muebles hacia la salida este del valle donde la apoteosis de la muerte se cebó con los creyentes del islam. Un día aciago para los discípulos de Mahoma.

"Roger de Flor y Bernat de Rocafort no sabían en su inmensa mayoría ni leer ni escribir. Eran más de la vaina de arrear mamporros a diestro y siniestro"

Sung Tzu siempre destacaba en sus textos que había de permitirse una huida digna al adversario y no embolsarlo hasta la aniquilación. Rommel y Belisario eran más de compartir vino y galletas y contemporizar con los prisioneros. Clausewitz era un teórico de corte estratégico y vinculaba la economía con el arte de la guerra como si ambas formaran parte de una cadena de transmisión; pero el problema es que los hombres que lideraban Roger de Flor y Bernat de Rocafort no sabían en su inmensa mayoría ni leer ni escribir. Eran más de la vaina de arrear mamporros a diestro y siniestro. Con estos mimbres no es de extrañar que tuvieran la reputación que tenían.

Los guerreros almogávares eran esencialmente mercenarios muy versátiles, de una resistencia inexplicable, de una asombrosa adaptabilidad a cualquier terreno, pendencieros e indisciplinados y, sobre todo, aunque han sido magnificados hasta la saciedad; con escasos escrúpulos. Eran tropas de choque de una alta eficacia muy alejados de la mentalidad caballeresca que imperaba en occidente. Pero lo que importa aquí e importa a la historia de La Corona de Aragón, es que hicieron retroceder a los turcos durante todo el tiempo de su presencia al servicio del emperador de Bizancio, Andrónico II Paleólogo, cuyo eximio imperio estaba quedando reducido al tamaño de una caja de cerillas. Los aragoneses habían conseguido en un par de años escasos lo que los decadentes bizantinos no pudieron hacer en más de dos siglos.

No solo configuraban la tropa aragonesa pastores de las faldas pirenaicas, no. Los había provenientes del reino vasallo de Valencia, tributario de la Corona de Aragón, del pequeño Condado de Barcelona, baronías subordinadas e incluso, navarros. Los almogávares tenían como columna vertebral a los aragoneses, aunque también había adscritos valencianos veteranos de la Guerra de Sicilia contra los angevinos que eran colegas de la Casa de Anjou. Los porcentajes de estos dos reinos eran predominantes.

"Fueron actos de depredación innecesarios contra gentes que solo hacían el bien"

Con el devenir del tiempo, los Almogávares se integrarían en la Gran Compañía Catalana, una estructura mercenaria que se vendía al mejor postor. Un día les tocaba dar leña a los Angevinos, otro a los turcos y cuando estaban una mano sobre otra, arrasaban con todo lo que pillaban para no perder la forma.

Cabe destacar que hasta muy recientemente, los catalanes tenían prohibido entrar en los monasterios ortodoxos griegos y en particular en los de Athos – en la zona de Tesalónica -, tras los actos de pillaje puro y duro a los que sometieron a los monjes y a sus modestas formas de vivir, alejadas de cualquier justificación al no estar asociadas a contexto bélico alguno. Fueron actos de depredación innecesarios contra gentes que solo hacían el bien.

Aunque hay muy serios historiadores catalanes que tratan las expediciones de los Almogávares a Bizancio y Anatolia con rigor y sin omitir los actos de barbarie que se produjeron por pillaje puro y duro; algunos de ellos han obviado documentación necesaria para contextualizar de manera correcta e impoluta acciones de gran heroísmo, pero omitiendo otras bastante cuestionables edulcorando así aspectos que no hacen de la historia como disciplina, una ciencia segura y creíble.

Aragón en su clímax conquistador dio buena cuenta en la cuenca mediterránea de aquellos que le hicieron frente, pero el tiempo es un adversario invencible. Aquel conglomerado grandioso con visos de imperio fue dando paso por desgaste a otros ocupantes, y así, de a poco, la grandeza de La Corona de Aragón quedaría circunscrita a un lugar de honor en los libros de historia.

No está muerto lo que yace eternamente, y en el transcurso de los eones, aún la misma muerte puede morir.

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