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Ecos del horror: los mayores genocidios de la historia
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Terribles atrocidades

Ecos del horror: los mayores genocidios de la historia

A lo largo de nuestra atribulada existencia, la humanidad como sustantivo ha sido poco cómplice con la humanidad adjetivo

Foto: Fuente: iStock
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El único deber que tenemos para con la historia es reescribirla.

(Oscar Wilde)

Decía el amigo Sartre en uno de sus ataques de lucidez que “El poder es una de las formas esenciales del mal”, el poder si, y los que damos la espalda a la realidad para que no nos salpique de lodo con su macabro ventilador.

A lo largo de nuestra atribulada historia, la humanidad como sustantivo ha sido poco cómplice con la humanidad adjetivo. En algunos de los momentos más dramáticos, el miedo generalizado no nos ha permitido significarnos contra los grandes asesinos institucionales y sus herramientas de poder en las que asentaban sus inicuas atrocidades.

Durante el transcurso del tiempo se ha visto como los campeones – por regularidad y afición-, los británicos, se cepillaron durante la II Guerra Mundial a más de tres millones de infortunados en Bengala en el año 1943 privándolos de su alimento básico (el arroz) para abandonarlos a su suerte en beneficio de la tropa exterminadora. Al mando de aquella hueste, estaba un tal Churchill, premio Nobel de literatura en 1953 por editar unas memorias glorificadoras sobre sí mismo.

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Este subido anglo de 125 kilos, político de postín según algunos relatan, vivía permanentemente como un tropiezo o “sacramento” en un caldo alcohólico variopinto que le sustanciaba continuamente. El orondo Winston, le endosaba a su robusto cuerpo un litro y medio de Johnny Walker diario aderezado de champañas varios y glamurosos coñacs Remy Martin y Napoleón. Unos años antes para ir haciendo boca y entrenar su desprecio por la condición humana, este antisemita declarado, ya había pasaportado a más de 270.000 soldados australianos, neozelandés e ingleses en la durísima batalla de Gallipoli en 1915 en medio de tremebundas libaciones y de discutibles condiciones físicas.

Pero volviendo a los británicos.

Durante su conquista del norte de América, a las tribus algonquinas les regalaban unas frondosas mantas que generosamente distribuían entre los emplumados nativos y que eso si, llevaban truco. Varicela y sarna iban escondidas en cantidades industriales entre sus pretendidas hebras de paz; huelga decir que caían como chinches aquellos fervorosos naturalistas, panteístas y animistas que no habían previsto que el infierno se presentaría en forma de casacas rojas.

"En cuatro años se esclavizó a los 'inferiores', se les condenó a ser fuente de placer sexual y fueron mutilados y torturados para diversión de este 'civilizado' pueblo del norte"

Pero como buenos hooligans no podía faltarles fiesta.

Lo de Tasmania fue de traca. La Guerra Negra (las demás por lo visto eran de colores) fue una campaña en la que los colonos británicos no dejaron títere con cabeza y se “cepillaron” a cerca de 10.000 aborígenes en cuatro años, en una cacería remunerada por las autoridades y aderezada por un increíble odio racial hacia los “inferiores” (para aquel entonces todo un récord, pues ni Hitler ni Stalin ni el descastado de Mao habían hecho su aparición en el escenario de las grandes tragedias). En estos cuatro años de horror practicado contra una población indefensa, se esclavizó a los “inferiores”, se les condenó a ser fuente de placer sexual, fueron mutilados y torturados para diversión de este “civilizado” pueblo del norte y para rematar, sus pieles, serían vendidas a cambio de las recompensas orquestadas por las autoridades. ¿Es esto un genocidio a juzgar por el “escaso” monto de la aritmética de los fallecidos? Pues sí, en 1870 no quedaba ni el tato de la que fue una tribu/cultura hermanada con los no muy alejados primos hermanos del continente australiano. Es probable que vivieran en un paraíso hasta la llegada del hombre blanco.

Cuatro años duraría aquel genocidio en el que hubo carta blanca para cazar ora canguros ora humanos y que supondría el absoluto expolio de las tierras de los autóctonos en una implacable cacería humana.

placeholder Monte Wellington y Hobart en Tasmania en 1897 (Imagen: iStock)
Monte Wellington y Hobart en Tasmania en 1897 (Imagen: iStock)

En este punto se hace necesario destacar la figura de un hombre de una pieza - George Arthur - , un gobernador que en 1826 trató de promover una legislación que protegiera a los aborígenes creando algunas instituciones regidas por ellos mismos. Sus loables propósitos fueron arrollados por la apisonadora de la brutalidad.

En 1847 quedaban en la isla en régimen de aculturación total, esto es, en taparrabos y con bombín (por no decir en la más absoluta alienación), tan solamente 47 nativos. Calcular el porcentaje que va desde los 10.000 iniciales hasta esa minúscula cifra, da sencillamente escalofríos.

Y sin abundar mucho más, pues los súbditos de su graciosa majestad son especialistas en maquillaje, podemos decir que a los irlandeses les metieron un gol por la escuadra allá por la época de la Gran Hambruna.

"¿Y si matamos de hambre a los que quedan? Dicho y hecho"

Este triste episodio generó una crisis alimentaria sin precedentes en esta hermosa isla donde las haya. Allá por la década de 1840, el Tizón-Phytophthora infestans, un alga parásita un pelín cabroncilla provocaría la pérdida de la entera cosecha de patata.

Pues bien, aprovechando la coyuntura, los conspicuos rapaces de la isla colindante se preguntaron ¿y si matamos de hambre a los que quedan? Dicho y hecho. Irlanda por aquel entonces casi alcanzaba los 8.000.000 de habitantes. Cuando la hambruna terminó hacia el año 1852, la mitad o habían muerto de hambre o habían emigrado a EE.UU. En ese impasse, Gran Bretaña y sus establecimientos agropecuarios de la costa este de Irlanda, albergaban grano y animales para poder haber evitado aquella increíble tragedia. Los libros de historia de Irlanda no olvidan esta fecha infausta y la foto de perfil de los mendaces que permitieron aquel genocidio silencioso.

Pero vamos a dejar por un rato descansar a estos genocídas doctorados-pues ellos, especialistas en cosmética avanzada, son los detentores de la Leyenda Blanca y de la democracia universal, según dicen claro.

En el mismo orden del drama sinfín de la humanidad, huérfanos en medio del espacio y del tiempo y condenados al desamparo más absoluto; presentó credenciales un engolado uniformado que desprestigió a la gran nación belga como nadie más que él podía hacerlo. Un impresentable necio e incalificable monstruo salido del Averno (del que ya se habló hace años en esta tronera), un tal Leopoldo, rey para más señas del desgobierno de una mente sin compasión ni escrúpulos, aniquiló de una manera salvaje e inhumana a más de diez millones de esclavos sometidos a unos niveles de sadismo desconocidos hasta entonces. Era un asiduo del ritual de la misa y según su desquiciado credo personal, cristiano convicto y confeso. Una calamidad para nuestra especie. Esta desgracia sin paliativos, ocurrió en medio del silencio más cómplice de las naciones que estaban metidas en los lodos de la colonización de África, pues prácticamente casi todas ellas usaban métodos similares. Cuando el escándalo rebosaba la fosa séptica de la infamia, alguien dijo basta. Pero ya era tarde para los condenados …

placeholder Leopoldo II de Bélgica, responsable del genocidio del Congo
Leopoldo II de Bélgica, responsable del genocidio del Congo

Pasado el tiempo, los turcos, que no querían ser menos, aprovechando que había una melé llamada la Iª Guerra Mundial y que nadie les podía echar el guante, decidieron arremeter contra el democrático pueblo armenio que vivía muy pacíficamente entre sus limitados predios. Como la cosa fue a más y todo quisque estaba batiéndose el cobre en Europa, iniciaron una de las persecuciones y aniquilación más sobrecogedoras de la historia. Tras el alucinante episodio del Holocausto (Shoah en hebreo), el genocidio armenio ha sido estudiado y clasificado como el segundo más terrible de la historia moderna. Aunque las cifras nunca han podido ser cotejadas de forma que sean del todo irrefutables, se estima que más de 2.000.000 de armenios fueron pasaportados por aquella locura ¿interétnica? ¿interreligiosa? Los griegos del Ponto, en el noroeste de Turquía, por ser ortodoxos, también se llevaron lo suyo. Aprovechando el trágico episodio de las matanzas de armenios, iniciaron una persecución de cristianos en la que eliminaron otras 100.000 almas para redondear.

El famoso historiador británico Arnold Toynbee y la espía y diplomática Gertrud Bell de la misma nacionalidad, hicieron descripciones escalofriantes sobre aquella vil matanza, quien desee documentarse con más profundidad sobre aspectos irreproducibles en estas líneas, debería de hacerlo para conocer el horror humano en sus dimensiones más indescriptibles y pensarse dos veces lo que se va a decir cuando esto supone un potencial dinamizador de enfrentamientos pues, las guerras , se sabe cómo empiezan pero nunca como van a acabar y, luego queda siempre el poso del odio larvado.

Las matanzas alcanzaron tal nivel de brutalidad que las descripciones ni siquiera son aptas para adultos. Mejor informarse por otras fuentes pues el describirlas da sonrojo y solo mueve al morbo. A día de hoy, los gobiernos turcos siguen retratándose de perfil sobre este escabroso tema.

Foto: La ejecución de los anarquistas de Jerez (Le Progrès Illustré - 1892)

Y ahora, viene lo peor, la partitura más macabra de la historia que es la del siglo XX.

Ya sabemos lo que despertó la Hidra del agravio para que los nazis con un discurso cerrado sobre el nacionalismo aglutinaran el descontento de toda una nación postrada ante las durísimas exigencias del Tratado de Versalles en el famoso vagón de Compiegne. De aquel vagón salió el germen del horror más grande que haya vivido la humanidad en siglos. Rusia puso 27.000.000 de almas encima de la mesa, Alemania que fue la que declaró la guerra apoyada en el lema del Lebensraum (política de expansión “vital” y territorial con métodos extremos), puso 6.000.000 de muertos (algo menos del 10% de todos los caídos en la guerra) y el resto de los aliados otra considerable cuota.

Al este, allá en el extremo oriente, donde la actual China fue una de la cunas de la civilización con cerca de 6.000 años documentados de existencia, los japoneses se habían ensañado con la población de Manchuria provocando un genocidio apocalíptico, más de 10.000.000 de autóctonos habían muerto de hambre, en brutales ejecuciones masivas y bajo un menú de atrocidades indescriptibles, horrores que solo una guerra pueden amparar con coartadas inadmisibles.

"La Shoah u Holocausto pasará a la historia como uno de los actos más infames y execrables jamás vistos en el devenir del género humano"

En el oeste, los nazis en sus ansias insaciables de extermino, se habían llevado por delante antes de proceder a su auto combustión, a más de 6.000.000 de judíos a los que expoliaron no solamente sus propiedades, sino que además despojaron de los mínimos de dignidad para considerarse humanos. La Shoah u Holocausto, pasará a la historia como uno de los actos más infames y execrables jamás vistos en el devenir del género humano.

Pero la cosa no acaba ahí.

El “padrecito” georgiano Iosif Stalin, tenía un grave problema en la azotea, un problema de tipo paranoide además de una sicopatía de manual. Si hacemos una suma de los caídos en los gulag de reeducación (que eufemismo), los pogromos contra minorías o disidencia ciertas o inventadas, la Gran Guerra Patria y otras menudencias, podríamos estar hablando de la muerte de más de cuarenta millones de sujetos que probablemente pasarían a mejor vida sin ningún género de dudas tras la monstruosa alienación, desamparo, desnudez e impotencia frente a uno de los líderes más macabros que conoce la literatura del horror. Y solo hemos hablado de los pesos pesados…Quedan Pol Pot, el genocidio en Ruanda, etc...

Dios los cría y ellos se juntan.

El único deber que tenemos para con la historia es reescribirla.

Joseph Stalin Hitler Irlanda