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El policía de Zamora que ha salvado cuatro vidas con la maniobra de Heimlich
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El policía de Zamora que ha salvado cuatro vidas con la maniobra de Heimlich

A Crisanto Vicente le gusta pasar desapercibido, así que sus vecinos no saben que, en la última década, ha evitado que familiares, amigos y desconocidos falleciesen atragantados

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La historia recuerda a Roy Sullivan como el hombre que fue alcanzado por un rayo en siete ocasiones distintas y sobrevivió para contarlo. Entre 1942 y 1977, el guardabosques que retó al azar se convirtió en el objetivo preferido de las descargas de electricidad del valle de Shenandoah. Es difícil decir si fue buena o mala suerte. Hay una posibilidad de entre tres millones de que te caiga un rayo, y aunque la probabilidad de sobrevivir es relativamente elevada (un 30%), la estadística señala que el “pararrayos humano” debería haber fallecido en al menos unas dos ocasiones. Sería él mismo quien acabase con su propia vida tras un desengaño amoroso.

Es también difícil concluir si a Crisanto Vicente Hernández, policía municipal de Zamora desde 2006, le acompaña la fortuna o la desgracia. En los últimos 10 años, desde que salvase a su hermano de morir atragantado durante una comida familiar, ha practicado en cuatro distintas ocasiones la maniobra de Heimlich, el célebre procedimiento de primeros auxilios que desobstruye el conducto respiratorio. A familiares, a amigos, a desconocidos... La última vez, el pasado domingo 25 de noviembre, en un restaurante del barrio del Rabiche de Zamora, apenas a unos metros del río Duero.

En la comisaría me dicen “contigo no voy a comer, que me atraganto”, y yo les respondo “oye, que aún no se me ha ahogado nadie”

“Estábamos comiendo un grupo de amigos con nuestros hijos, y la persona que tenía sentada al lado se atragantó”, rememora el oficial de 43 años, que estaba fuera de servicio en ese momento. “Le pregunté si estaba bien, porque intentaba tragar pero no podía. Le dimos una copa para que bebiese, pero no era capaz”. Así que siguió el mismo procedimiento que había aplicado en las tres ocasiones anteriores: “Me levanté de la mesa, le dije 'tranquilo, que te voy a ayudar', le incliné un poquito y se lo hice”. Misión cumplida, como ratificó la joven enfermera que se acercó a comprobar si estaba bien. Lo peor había pasado, gracias a la característica celeridad con la que el agente se conduce en estas ocasiones.

Si Crisanto no hubiese estado cerca, quizá su amigo no lo habría contado. Aunque hay quien bromea con que, si él tampoco hubiese estado en la mesa, ni siquiera se habría atragantado. “Es una de las comidillas en el cuartel”, recuerda entre risas. “La gente me dice '¡yo contigo no voy a comer!', y yo les respondo '¡oye, que nadie se me ha ahogado aún! No hay mal que por bien no venga”. Morir por atragantamiento no es tan raro. En España, alrededor de 1.400 personas fallecen por esta razón al año, con un pico en Navidad, cuando los alimentos peligrosos, como los huesos de las aceitunas o las espinas de pescado, abundan en las mesas españolas.

placeholder Zamora no se ganó en una hora, pero la paciencia no es buena consejera en caso de atragantamiento. (iStock)
Zamora no se ganó en una hora, pero la paciencia no es buena consejera en caso de atragantamiento. (iStock)

Fue precisamente en el contexto de comidas y cenas familiares cuando Crisanto realizó sus dos primeras intervenciones providenciales. “Estamos comiendo, alguien se atraganta, empieza a toser, no respira ni reacciona, así que le cojo y pumba”, recuerda. Todo ocurre en cuestión de segundos. De lo contrario, no estaríamos hablando de tantos finales felices. ¿Casualidad? “Pues un poco sí, pero es una cosa inesperada, que se presenta y, oye, pues hay que actuar. Gracias a Dios, las veces que lo he realizado siempre ha habido suerte de que ha salido bien”. No todo el mundo puede decir lo mismo.

Un ángel de la guarda sentado a la mesa

Crisanto es como un superhéroe cuyo poder es ejecutar con eficiencia estas maniobras, un ángel de la guarda que salva el día y vuelve por donde ha venido. Es lo que ocurrió con la tercera de sus intervenciones, en un restaurante llamado Capitol, cerca del centro de la ciudad. “Estábamos comiendo con un grupo de amigos y, justo en la mesa de atrás, habría otro grupo de cierta edad, de 50 a 60 años”, rememora. “De repente, empieza a montarse un revuelo, que si alguien se está ahogando… y estaba justo a mi espalda”. Milagro: “Me di la vuelta, le agarré por detrás y, sin decir nada, plas. Reaccionó enseguida”. Crisanto no se ha vuelto a encontrar con el hombre al que salvó la vida.

No soy un héroe. La alegría la sentí cuando llegamos al hospital a visitarle y mi hijo se acercó a preguntarle si estaba bien

Como buen superhéroe, nadie le reconoce por la calle. La razón es que, cuando televisiones o medios como la edición de Castilla y León de 'ABC' le han solicitado que muestre la cara, lo ha rechazado, para proteger la identidad de su amigo. Tanto es así que ni siquiera sus propios compañeros conocen sus hazañas. “No, está equivocado, no han sido cuatro, sino uno”, me responden cuando llamo a la comisaría, intentando dar con él. Cuando insisto, el agente se levanta a preguntar a un compañero y por fin me responde: “Es verdad, han sido cuatro. Me lo acaba de descubrir usted”. A petición de Crisanto, tampoco El Confidencial revelará su rostro.

¿Se considera un héroe? La respuesta, como cabía esperar, es negativa. “¿Sabe cuándo sentí la alegría? En el momento en el que pasó todo esto y nos fuimos a buscarlo al hospital, y mi hijo se acercó a preguntarle si estaba bien. Empezó a llorar y yo creo que por simpatía lloramos todos”, recuerda. “Ese es el momento de gloria, saber que todo ya ha pasado”. El tono de voz de Crisanto confirma que no se trata de falsa modestia. Algo que también revela que pase de puntillas por la condecoración al Mérito Policial que recibió este mismo año por su trayectoria profesional.

En un capítulo de la serie animada de Batman, Robin también le practicaba la maniobra al superhéroe.

Lo cual no quita para que aproveche la ocasión para reivindicar el papel de los policías municipales. “Somos el patito feo del cuento, aquí en las ciudades pequeñas estamos estigmatizados”, lamenta. “Parte de nuestro trabajo consiste en poner denuncias a las infracciones, pero hay otra parte de la que nadie habla que es una gran labor de ayuda humanitaria y social”. Poner una multa es visible, añade, pero no lo es tanto cuando tienen que acudir al piso de una anciana para poner en pie a su marido porque ella sola no puede. Las dos caras de su día a día.

Si te ocurre, ¿qué haces?

Paradójicamente, una de las reacciones instintivas ante el atragantamiento de un ser querido es no hacer nada. Es lo que ocurrió hace un par de semanas. “Todo el mundo gritando '¡que alguien llame al 112!', pero teníamos los teléfonos encima de la mesa”, explica Crisanto. En la mayoría de casos, cuando los servicios de emergencias llegan a socorrer al atragantado, suele ser demasiado tarde si no ha recibido alguna clase de asistencia con anterioridad. ¿Qué diferencia a este policía? No pensárselo mucho y actuar rápido.

Justo antes de morir, el propio Heimlich utilizó por primera vez su maniobra para salvar la vida a una mujer que vivía en su residencia de ancianos

El pasado verano, el agente recibió otro cursillo de primeros auxilios gracias a la Cruz Roja. Como recuerda, es un conocimiento útil que apenas se enseña ni a adolescentes ni a adultos, y que podría salvar muchas vidas a lo largo del año. “Está a la orden del día, hace poco, en Zamora, una persona falleció por atragantamiento en un restaurante”, añade. “Si un niño se ahoga con un bocadillo, entre que buscan un adulto y llega… Nos puede pasar a cualquiera de nosotros en un momento determinado y es algo que resulta básico saber”.

Para llevar a cabo la maniobra, hay que seguir estos pasos: poner de pie a la víctima si es posible; darle antes unos golpes en la espalda para ver si así reacciona (salvo en caso de obstrucción parcial, es decir, si tose, porque puede ser peligroso); ponerse de pie detrás del ahogado con las piernas abiertas y listo para recogerle en caso de que se desmaye; abrazarle desde atrás, haciendo con la mano más fuerte un puño y colocándolo en el esternón, justo encima del ombligo de la víctima; tirar con las manos hacia adentro y arriba, apretando el abdomen de la víctima con fuerza, haciendo un movimiento hacia dentro y hacia arriba en forma de J. Los golpes deben ser rápidos y fuertes, en series de cinco, y emplear menos fuerza en caso de que sea un niño. Hay que parar inmediatamente si el enfermo se desmaya.

Hace dos años, el propio doctor Henry Heimlich utilizó la maniobra que él mismo inventó para salvar la vida a una mujer que vivía en su misma residencia de ancianos, en Cincinatti. Falleció apenas medio año después, pero, a pesar de las críticas, su herencia se extiende por todo el planeta. También en una pequeña capital de provincia española de algo más de 63.000 habitantes, donde la vida de unas cuantas familias habría sido mucho más triste de no ser por el celebre médico de Delaware y la fuerza milagrosa de un agente que disfruta del anonimato. No hace falta que se alejen de él: si les ocurre algo, están en buenas manos.

La historia recuerda a Roy Sullivan como el hombre que fue alcanzado por un rayo en siete ocasiones distintas y sobrevivió para contarlo. Entre 1942 y 1977, el guardabosques que retó al azar se convirtió en el objetivo preferido de las descargas de electricidad del valle de Shenandoah. Es difícil decir si fue buena o mala suerte. Hay una posibilidad de entre tres millones de que te caiga un rayo, y aunque la probabilidad de sobrevivir es relativamente elevada (un 30%), la estadística señala que el “pararrayos humano” debería haber fallecido en al menos unas dos ocasiones. Sería él mismo quien acabase con su propia vida tras un desengaño amoroso.

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