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El Fantasma, el enigmático genio que movió los hilos del poder en el siglo XX
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HISTORIA DEL POETA ANGLETON

El Fantasma, el enigmático genio que movió los hilos del poder en el siglo XX

Tres décadas después de su muerte por cáncer, aún son muchas las preguntas que siguan abiertas sobre el director de Contrainteligencia de la CIA. ¿Genio o loco?

Foto: El Lord Byron del espionaje.
El Lord Byron del espionaje.

Gran salón del Army Navy Club de Washington, un mediodía de 1978. Un periodista y un hombre “gris” (pelo gris, traje gris, piel gris), como décadas después recordará el primero, piden una mesa. Imposible, está lleno. Optan por hacer tiempo entre copas. Whisky para el hombre gris, escocés para el escritor. Una copa, dos, un vaso de agua, tres copas, una Coca-Cola. El misterioso personaje se lanza a un monólogo interminable sobre el maldito William Colby, Director General de Inteligencia Americana entre 1973 y 1976. Pasan las horas, pero el periodista cree estar controlando bien las ganas de ir al baño. Error. El hombre gris, sin detenerse, le espeta: “Sabe, el príncipe Von Hohenstaufen de Bavaria decía que podías juzgar el carácter de un hombre por el tiempo que es capaz de aguantarse”.

A un lado de la mesa se encontraba Christopher Dickey, periodista de 'The Washington Post' y autor de un puñado de libros sobre la Guerra Fría, que contó la anécdota en el medio que edita, 'The Daily Beast'. Al otro, James Jesús Angleton. O, como es mejor conocido, Jim Angleton, uno de los personajes más fascinantes del siglo XX, que desde su posición como jefe de la Contrainteligencia de la CIA entre 1954 y 1975 fue uno de los grandes jugadores del ajedrez global en la segunda mitad del siglo. Lo que no queda claro es si ganó la partida o la perdió.

Trabajó hombro con hombro con Kim Philby, el gran traidor del siglo XX, y manejó información sensible sobre el caso JFK

Genio o loco, su figura ha dado lugar a centenares de artículos, decenas libros e incluso alguna que otra película inspirada en él ('El buen pastor', con Matt Damon y dirigida por Robert DeNiro). “Genio” es un término que reaparece una y otra vez en sus perfiles. Ya lo hacía en un artículo de 'The New York Times' de 1978 en el que se le comparaba con Lord Byron: “Un hombre brillante, un poeta”. “Poeta” es también el término que Dickey emplea en su semblanza. O, más bien, un poeta fracasado ('poet manqué'), que intentó aplicar al espionaje aquello que aprendió de la crítica literaria. También una Araña, como le denomina citando el poema de T.S. Eliot. O un Fantasma, como la biografía de Jonathan Morley. Un hombre de mil nombres.

Fue Angleton quien, según sus detractores, estuvo a punto de acabar con la CIA desde dentro durante los años sesenta, cuando puso en marcha un sistema de depuración interna, en busca de una supuesta red de espías soviéticos. Su nombre aparece junto al de Kim Philby, el espía británico y amigo de Angleton que durante décadas sirvió como agente doble para el NKVD y de la KGB. También al de JFK, a través de Mary Meyer, antigua amante del presidente y exmujer de un alto oficial de la CIA misteriosamente asesinada en 1964, hay quien asegura que como parte de una conspiración de la inteligencia americana. También, de Lee Harvey Oswald, que sabía que estaba en Dallas antes del magnicidio y de quien ocultó deliberadamente información.

Descifrando a Angleton

El segundo nombre de Angleton era “Jesús”, pero intentaba ocultarlo. Había sido idea de su madre, una mexicana de la alta sociedad llamada Carmen Mercedes Moreno. Lo que Angleton no podía ocultar eran sus rasgos latinos, reflejo de su carácter cosmopolita. Nació en Boise (Idaho), se crió en Milán y estudió en la escuela de élite británica Malvern College. En 1937, a los 20 años, ingresó en Yale donde dio salida a sus veleidades literarias a través de la revista 'Furioso', donde publicó a Ezra Pound o e.e. cummings. Palabras e ideas, las mismas que le llevaron a interesarse por la inteligencia humana y lo que le llevó a la OSS, precedente inmediato de la CIA. Antes de cumplir los 30, era una de las contadas personas con acceso a Ultra, la información de inteligencia nazi recogida de la máquina Enigma.

placeholder Philby, durante la rueda de prensa en la que defendió (falsamente) su inocencia. (Cordon Press)
Philby, durante la rueda de prensa en la que defendió (falsamente) su inocencia. (Cordon Press)

A finales de los años 40, se convirtió en uno de los fundadores de la CIA. En 1954, Allen Dulles le nombró director de Contrainteligencia, un puesto que ocupó con gusto durante las siguientes dos décadas. Sus tentáculos se extendían hasta Moscú, pasando por Israel y otras naciones del sureste de Asia o el Caribe. Era la época del conocido como 'Imperio Lovestone'. También del trabajo hombro con hombro con Kim Philby, una amistad peligrosa. Sin embargo, poco a poco, su principal obsesión comenzaría a estar dentro de EEUU. Concretamente, en las propias oficinas de la CIA. Quizá sentada a su misma mesa, compartiendo su día a día.

La “trama monstruosa” nace desde su agente soviético predilecto, Anatoli Golitsyn, que desertó en 1961. Otro personaje controvertido, y otro gran admirador de la literatura y la poesía, fue él quien sugirió a Angleton la posibilidad de que había una CIA paralela dentro de la CIA. Según Golitsyn, los cinco de Cambridge eran solo la punta del iceberg del plan de la KGB para demoler la inteligencia occidental desde dentro. A lo largo de los siguientes 10 años, Angleton no dejaría piedra por remover dentro de la organización, purgando a todos aquellos a los que consideraba sospechosos, a ciegas en mitad de la oscuridad. Como resume Dickey, en la ambigüedad de Golitsyn, Angleton había encontrado “ese marco global, esa estética que perseguía”. Una caza de brujas dentro de la caza de brujas.

¿Cómo pudo el mayor experto en espionaje soviético haber sido engañado durante 20 años por uno de sus colaboradores más cercanos?

En su lucha contra el cáncer que crecía dentro de las sociedades occidentales, Angleton llevó su búsqueda del topo a todos los rincones del país. Contra los políticos que, como Kissinger, volvían a estrechar lazos con China, una idea que consideraba había sido implantada desde la KGB. Contra líderes extranjeros como Pierre Trudeau, padre del actual Primer Ministro canadiense, a quien acusó de ser un agente de la Unión Soviética. Y contra la propia población americana, a través de la Operación CHAOS de 1967 a 1974, un programa de espionaje doméstico que tenía en su punto de mira a los movimientos por los derechos civiles y a otros simpatizantes izquierdistas.

¿Y si el topo era él?

¿Tenía razón Golitsyn o, como reveló otro desertor de la KGB, Yuri Nosenko, era un agente de la KGB enviado para hacer prender la desconfianza dentro de la inteligencia americana? Una de las tesis más arriesgadas, promovida ante todo por Ron Rosenbaum, que en los 80 publicó un reportaje sobre Angleton, es que la KGB, en colaboración de su antiguo amigo Philby, tenía como principal objetivo la cordura de Angleton. Aunque otros historiadores han rechazado la idea, lo que parece claro es que, como recuerda Dickey de su encuentro en 1978, “su brillantez ya no podía disfrazar su locura”.

placeholder Una nación a vista de pájaro. (Reuters)
Una nación a vista de pájaro. (Reuters)

A mediados de los 70, en un país recuperándose del trauma de Vietnam y el Watergate, los métodos de Angleton estaban en entredicho. Un artículo publicado en 'The New York Times' sobre las actividades de contrainteligencia llevadas a cabo entre la juventud americana forzó que el odiado Colby le hiciese dimitir en la Navidad de 1974 de su puesto al frente de “la unidad más poderosa y misteriosa de la agencia”. Es posible que gran parte de la paranoia en la que vivió instalado Angleton desde los años 70 viniese animada por su consumo imparable de alcohol. Dickey recoge el testimonio de Bruce Hoffman, historiador de la Universidad de Georgetown, que según su veredicto pudo ser un genio durante los años 50 y 60, “pero a medida que fue bebiendo más y más, empezó a delirar y terminó descarrilando”.

Es una crítica común. Tim Weiner, que ha dedicado sendos libros al FBI y la CIA, y lo considera “el jefe de la CIA más extraño que jamás existió”, lo despreciaba como un alcohólico incompetente que estuvo a punto de liquidar con su paranoia a la misma agencia de inteligencia que él creó. Muchas preguntas aún siguen sin poder responderse, especialmente en lo que respecta al caso Philby. ¿Supo siempre que era un agente soviético? ¿Lo sospechaba, e hizo la vista gorda por su amistad? ¿O de verdad estuvo siempre ciego ante los tejemanejes de su compañero? En dicho caso, ¿cómo pudo el mayor experto en espionaje soviético haber sido engañado durante 20 años por uno de sus colaboradores más cercanos? Preguntas que han dado lugar a especulaciones como la de que quizá ambos fueron amantes.

Uno de los empleados de la CIA le denunció a finales de los 60 por colaborar con los soviéticos. Sin embargo, no hay evidencia de que fuese así

El pasado mes de enero, Jefferson Morley, autor de 'The Ghost: the Secret Life of CIA Spymaster James Jesus Angleton' publicaba un nuevo artículo en el que desvelaba que un agente de la CIA, Edward Petty, había llegado a denunciar a su jefe por colaboración con los soviéticos a finales de los años 60. ¿Y si, al fin y al cabo, él era el verdadero topo? Petty afirmaba que no era el único que lo pensaba, y es posible que tanto Golitsyn como Nosenko trabajasen a las órdenes de Angleton y todo fuese una elaborada conspiración. Sin embargo, no eran más que sospechas; no había ninguna prueba, aunque un informe italiano de la época consideraba que Angleton estaba “clínicamente loco”. No obstante, Morley lo tiene claro: “Su comportamiento puede ser estúpido, pero él no lo era”.

Quizá, tal y como propone Dickey, simplemente era al mismo tiempo “el espía más famoso, o infame, de América”, y un poeta formando en la escuela de la Nueva Crítica de Yale, caracterizada por su formalismo. Como Rosenbaum explicó, la teoría literaria le sirvió al espía para “descubrir los sietes tipos de ambigüedad en un texto, pero también en los datos de inteligencia”. Tanto la crítica literaria como el espionaje deben descubrir la verdad que late bajo las palabras, identificar tanto lo que se dice como lo que no se llega a decir. Es muy probable, no obstante, que Angleton no siempre fuese capaz de hacerlo, y con ello hubiese desatado una letal guerra de desinformación en el centro mismo de la inteligencia estadounidense.

Gran salón del Army Navy Club de Washington, un mediodía de 1978. Un periodista y un hombre “gris” (pelo gris, traje gris, piel gris), como décadas después recordará el primero, piden una mesa. Imposible, está lleno. Optan por hacer tiempo entre copas. Whisky para el hombre gris, escocés para el escritor. Una copa, dos, un vaso de agua, tres copas, una Coca-Cola. El misterioso personaje se lanza a un monólogo interminable sobre el maldito William Colby, Director General de Inteligencia Americana entre 1973 y 1976. Pasan las horas, pero el periodista cree estar controlando bien las ganas de ir al baño. Error. El hombre gris, sin detenerse, le espeta: “Sabe, el príncipe Von Hohenstaufen de Bavaria decía que podías juzgar el carácter de un hombre por el tiempo que es capaz de aguantarse”.

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