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El español que dirige la innovación del MIT: "Aquí no hay tiempo para juzgar a los demás"
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LUIS PÉREZ-BREVA, DEL MIT INNOVATION TEAM

El español que dirige la innovación del MIT: "Aquí no hay tiempo para juzgar a los demás"

Durante los últimos años, el barcelonés se ha preguntado qué es la innovación y cómo se lleva a cabo. En esta entrevista explica a El Confidencial qué enseña a sus alumnos

Foto: El profesor y autor de 'Innovating' en la Fundación Rafael del Pino. (Héctor G. Barnés)
El profesor y autor de 'Innovating' en la Fundación Rafael del Pino. (Héctor G. Barnés)

“Podría contar una historia romántica y fantástica de que siempre me había visto allí, pero simplemente, mis intereses me han llevado a desarrollar habilidades que ahora son de interés y hace 10 años no lo eran”. De esta manera explica el barcelonés Luis Pérez-Breva a El Confidencial cómo ha llegado a convertirse en director de la MIT Innovation Initiative, el pulmón creativo del Instituto de Tecnología de Massachusetts que encabeza desde 2008 y que, de manera transversal, enseña a alumnos de todo tipo a pensar con el cerebro de un verdadero innovador.

Pérez-Breva se encuentra en España para presentar 'Innovating: a Doer's Manifesto for Starting from a Hunch, Prototyping Problems, Scaling Up and Learning to Be Productively Wrong' (MIT Press) e impartir una conferencia en la Fundación Rafael del Pino. Este trabajo es el producto de años de ensayo y error en colaboración con los heterogéneos grupos de alumnos de una de las instituciones educativas americanas más prestigiosas, un manual que intenta recuperar la esencia de la innovación desdeñando eslóganes y fórmulas mágicas.

Muchas empresas son exitosas y se venden por mucho dinero, pero no aportan nada fundamentalmente innovador al mundo

El programa desarrollado en el MIT le ha llevado también a formar hasta a 3.000 alumnos de Rusia, Portugal o Singapur, una trayectoria errante para un hombre formado en Ingeniería Química, Física, Económicas y Inteligencia Artificial y que, por su naturaleza inquieta, aún desconoce qué será de su futuro. “Suena más fantasmagórico de lo que es”, explica. “Tan solo tuve que tomar una decisión cada vez, pero no puedo decir que lo hubiese predicho desde el principio”. Precisamente, la misma idea que, como veremos a continuación, aplica a su visión de la innovación.

PREGUNTA. ¿No se ha hablado tanto de innovación que ha terminado por convertirse en un término comodín que siempre queda bien en cualquier discurso pero no significa nada?

RESPUESTA. Espero cambiar eso y darle contenido a la palabra, que ha existido desde hace mucho tiempo. “Innovación” es el progreso económico de los países, las ciudades y la gente. Cuando se intenta trasladar al terreno operativo se complica porque reconocemos aquello que nos ha dado el progreso, pero para eso tiene que haberse producido ya. Cuando la gente habla de “innovación”, nos parece vacío, porque no conocemos el futuro.

Mi perspectiva es la de no fingir que tenemos una innovación antes de tenerla, y por eso lo describo como resolver un problema real, en el que las personas, muchas o pocas, vivan en un mundo en el que ese problema que quizá ni sabían que tenían ha desaparecido. Como no tenemos el punto de llegada, debemos pensar en qué tipo de habilidades se deben desarrollar para resolver problemas.

La sociedad no podría soportar que todo el mundo innovase continuamente, porque tendríamos un problema. Estas innovaciones no serían adoptadas por nadie, de igual manera que una sociedad compuesta únicamente por emprendedores estaría formada solo por empresas pequeñas. A mí lo que me interesa es hablarle a la gente de ese proceso en el cual todos participan y de cuál es la práctica que lleva a innovar. Quiero cambiar la conversación: dejemos de hablar del producto final, de esta idea tan bella de la innovación como eslogan, y hablemos de lo que hay que hacer y qué nos lleva a hacerlo. Y antes de empezar a hablar de ello, yo ya lo hice con 3.000 personas por todo el mundo. Quise predicar con el ejemplo y probar antes que lo que iba a contar funcionaba.

P. Alerta de que hay que distinguir entre emprendimiento e innovación, al mismo tiempo que es crítico con el romanticismo que rodea a las 'startups' frente al desprecio a las grandes empresas.

R. Emprendimiento es crear una nueva compañía. Muchas empresas son exitosas y se venden por mucho dinero, pero no aportan nada fundamentalmente innovador al mundo. Convencer a la gente de que innovar es una necesidad solo sube el listón de que la idea tiene que ser genial desde el principio (y no, debe serlo al final). Por otro lado, innovar a veces necesitará un vehículo, que puede ser una organización. Pero no sé si esta tiene que ser nueva, formar parte de una empresa más grande, si tiene ánimo de lucro, si no... eso es parte de lo que debemos descubrir.

A veces sí que lo mejor es crear un vehículo nuevo para llevar al mundo la solución del problema porque no hay otra manera mejor de hacerlo. Pero esto se descubre durante el proceso. Ocurre a menudo que una empresa grande descubre que la mejor manera de llevarlo a cabo es separando otra de ella. Cada emprendedor se debe a sí mismo la oportunidad de descubrir si el mejor camino es una nueva compañía, una nueva tecnología…

Innovación educativa es pensar que el estudiante es un diamante en bruto en lugar de un recipiente donde se deposita un conocimiento estandarizado

Si realizamos esta distinción lo hacemos más fácil para todo el mundo, porque tendremos más 'startups' que serán innovadoras y más compañías que no sienten que deben comprar 'startups' para ser innovadoras.

P. Uno de los ámbitos donde la innovación resulta más polémica es la educación. En España se habla a menudo de innovación educativa, pero sin saber muy bien hacia dónde o por qué.

R. He oído también hablar de innovación educativa en EEUU. En mi caso, cuando empecé a impartir innovación en el MIT, tenía varias opciones: podría haber hecho un curso tradicional, con clases magistrales y laboratorios de prácticas, decidir que era un curso de negocios y por lo tanto meterlo en la Escuela de Negocios o que era un curso de ingeniería y debía estar en la Escuela de Ingeniería. En lugar de eso decidí que, ya que era tierra de nadie, tenía que pensar de manera distinta, porque debía obligar a los estudiantes a utilizar el conocimiento que habían adquirido sobre una disciplina de manera totalmente distinta a como les habían enseñado.

En lugar de pensar de manera analítica, para saber en qué capítulo de sus estudios cabe la clase de hoy, que los utilicen como una herramienta para cambiar algo. A día de hoy no se enseña así, por lo que tuve que inventarme una manera de que utilizasen como una herramienta las habilidades que estaban adquiriendo. Acabé haciendo un curso muy distinto, porque mis estudiantes vienen de todas partes: son arquitectos, ingenieros, científicos, de humanidades… Me encontré haciendo algo que mis colegas dijeron luego que era tremendamente innovador, pero no partí de que quisiera innovar en educación.

Esa es una diferencia de modelo educativo. No sé qué significa innovación en educación, pero me gustaría que más gente pensase de forma distinta. Cuando llega un estudiante veo un diamante en bruto, y mi tarea como educador es tallarlo para que salga a relucir todo lo que lleva dentro, y si falla es porque he hecho algo mal. Me encontraré un rubí, un diamante o lo que sea. Si la visión que tenemos es la de una cadena de montaje con muchos recipientes vacíos que el educador tiene que llenar, parece que si el líquido se sale, el problema es del recipiente. Para mí, si tiene que haber una innovación en educación, esa es pensar que el estudiante es un diamante en bruto en lugar de que es un recipiente donde se deposita un conocimiento estandarizado.

P. El debate inacabable sobre el modelo productivo español opone una economía basada en el turismo y el sector inmobiliario y otra apoyada en la investigación y el desarrollo. ¿Qué percepción se tiene de los españoles desde el MIT?

R. Me hacen mucho esta pregunta. En EEUU se tiende a juzgar poco a los demás, así que cuando me la hacen, la respuesta es “nada”, pero no porque no quieran pensar ni bien ni mal, sino porque no se suele pensar de otros países de esa manera. No hay una opinión o un juicio. Cuando hablo con estudiantes que piensan pasar un semestre fuera, les gusta España porque empieza a haber más investigación y desarrollo, más compañías tecnológicas –quizá no han salido a la superficie, hay muchas empresas de pequeño y mediano tamaño altamente sofisticadas, pero están esparcidas–, una gran inversión en energía solar

Es una de las opciones que los estudiantes barajan, como Israel o Alemania. No hay prejuicio negativo o positivo al respecto. Seguramente fuera piensen que estamos mejor de lo que nosotros pensamos. Es una de las constantes del área en el que muevo, Boston y alrededores: nadie juzga a nadie porque no hay tiempo, hay que hacer muchas cosas, no podemos pasar tiempo juzgando a la gente por el mero hecho de hacerlo.

P. El reciente ejemplo de Juicero, que se ha convertido prácticamente en objeto de mofa al vender una exprimidora wifi que no es más útil que la mano humana por 400 dólares y una inversión de 120 millones, muestra el lado oscuro de la innovación. Usted mismo tuiteó un artículo de 'The Washington Post' que, en su opinión, resumía bien lo ocurrido. ¿Qué podemos aprender de dicho caso?

R. Me parece una historia muy interesante porque refleja esta confusión entre emprendimiento e innovación de la que hablábamos al principio, cómo se puede desperdiciar alguien que quiere cambiar el mundo. No quiero decir que hayan fracasado, a lo mejor es solo un primer error… Sería fantástico porque no tengo interés en que fracasen, pero hemos visto tensiones entre los inversores de capital riesgo, los comentarios del CEO son un poco extraños…

La gente está poniendo el carro delante del caballo: esta gente vendía un producto disruptivo, se apuntó a una tendencia, la de los zumos en EEUU, e hizo una empresa monoproducto copiando modelos como el de Gillette con las cuchillas de afeitar. Aunque la empresa estuviese bien construida, a esta gente no le hemos enseñado a hacer emprendeduría bien, porque han pasado cuatro años con su compañía para hacer una máquina que, al parecer, no tiene ninguna utilidad.

Estamos empujando a la gente a la idea de monoproductos y fracaso rápido, y lo que obtenemos son fracasos lentos y caros

Yo me pregunto: ¿a esta gente, con esta gran inversión, no se les podría haber enseñado una forma de pensar que les permitiese haber previsto esto? Porque tener una máquina que no mejora a una mano humana suena predecible. Si la empresa no consigue salir de esta, será un fracaso, pero predecible. Estamos empujando a la gente a la idea de monoproductos y fracaso rápido, y lo que obtenemos son fracasos lentos y caros. Estos eslóganes de disrupción o fracaso rápido no ayudan a los emprendedores. Me pregunto si se les podría haber ayudado más.

Otra cosa que dice el artículo de 'The Washington Post' es que esto viene de Silicon Valley, y no estoy de acuerdo. No, no es verdad, es así como hemos enseñado el emprendimiento los últimos años, mezclándolo con eslóganes de disrupción e innovación. Para poder resolver un problema en el mundo esta gente tenía que vender un producto que sonase revolucionario, que tuviese un modelo de negocio establecido, que se sumase a una tendencia y fuese mágico y disruptivo. Esto es lo que pedimos a la gente para invertir, y no creo que sea lo mejor, porque les hemos forzado a prometer al mundo ideas que en realidad son muy pequeñas. Perdemos de vista que en realidad no es más que una máquina de zumo que por 400 dólares se va a vender a muy pocas personas.

P. Al consumidor no se le puede engañar: no va a comprar un exprimidor inútil por 400 dólares. Sin embargo, los inversores sí que depositaron millones en este negocio, lo que no habla muy bien de ellos. ¿No es la raíz del problema que esta innovación solo se realice de cara a vender algo “mágico”, como ha dicho, al hipotético inversor?

R. Tienen que conseguir dinero, y para ello tienen que vender una idea, no un producto. Son dos cosas distintas. Sí que tenían en mente al consumidor, pero no al consumidor real: hoy se desarrollan estudios de mercado con arquetipos a los que se atribuyen determinados hábitos. Los consumidores son bastante más inteligentes que esto, ya que cada uno es un mundo. No hay que diseñar ni para los consumidores ni para complacer a los inversores, sino demostrar un poco más las cosas.

Cuando uno va con una idea a los inversores se puede permitir hacer magia en muchos ámbitos, si está bien presentado se puede conseguir que la gente se preste más a algo. Pero para conseguir el máximo valor de un inversor lo mejor es tener una demostración real de lo que creen que puede conseguir, aunque se escale más tarde. Entonces la conversación es distinta.

“Podría contar una historia romántica y fantástica de que siempre me había visto allí, pero simplemente, mis intereses me han llevado a desarrollar habilidades que ahora son de interés y hace 10 años no lo eran”. De esta manera explica el barcelonés Luis Pérez-Breva a El Confidencial cómo ha llegado a convertirse en director de la MIT Innovation Initiative, el pulmón creativo del Instituto de Tecnología de Massachusetts que encabeza desde 2008 y que, de manera transversal, enseña a alumnos de todo tipo a pensar con el cerebro de un verdadero innovador.

Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT)
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