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La crueldad sin límites de las guerras floridas
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LA TORTURA MÁS TERRIBLE

La crueldad sin límites de las guerras floridas

Para 1519, los pueblos que circundaban el valle de México estaban sometidos a una tensión brutal por la practica de las rituales expediciones aztecas en busca de prisioneros

Foto: Sacrificio por extracción del corazón.
Sacrificio por extracción del corazón.

No soy pobre, soy sobrio, liviano de equipaje,

vivir con lo puesto para que las cosas no me roben la libertad.

José Mujica

La cultura azteca fue particularmente notable por la práctica de sacrificios humanos a gran escala. Práctica que escandalizaba a los europeos por su pretendido salvajismo, cuando aquí en el continente nos matábamos a destajo, eso sí, con una estética mas conseguida y con una supuesta elegancia que les era ajena a aquellos frikis de la cirugía a corazón abierto.

Frecuentemente iniciaban unas guerras que se instalaban mas en la categoría del simulacro, pero que no por ello eran menos sangrientas. La idea de capturar prisioneros para usarlos en los sacrificios no obedecía estrictamente a una noción de casus belli que justificara una intervención militar como tal. Bernal Díaz en sus crónicas nos habla detalladamente sobre ello y ciertamente se ponen los pelos de punta con algunos pasajes muy vívidos.

Las guerras floridas tenían ese componente místico que superaba la mera conquista de territorios

Probablemente y debido al hambre producida por varias cosechas catastróficas a mediados del siglo XV, la dirigencia de la llamada Triple Alianza (formada por las ciudades de Tenochtitlan, Texcoco y Tlacopan) decidieron combatir a los señoríos de Huexotzinco (actual Huejotzingo) y Tlaxcala (capital de los tlaxcaltecas), con el objeto de hacer prisioneros para después sacrificarlos a sus dioses. A bote pronto, nos queda la secuela del cliché de barbarie que se ha asociado a esta actividad, pero no hay que olvidar que era bastante menos lesiva en términos generales, que la que se producía en los campos de batalla europeos en el mismo momento en que los aztecas se manejaban con esta cruel actividad que tenía serias connotaciones místicas en lo tocante a la parte ritual, a pesar de lo aberrante que pueda parecer.

Las guerras floridas tenían ese componente místico que superaba la mera conquista de territorios, pero aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, el Imperio azteca aprovechó esta solución de emergencia para fomentar su propio expansionismo y le cogió un gustillo desmesurado. Para cuando llegó Hernán Cortés en 1519, los pueblos que circundaban el valle de México estaban sometidos a una tensión brutal por la reiterada práctica de las rituales expediciones aztecas en busca de prisioneros, que por la inercia de los acontecimientos y la practica rutinaria ya se habían convertido en una institución, y este hastío fue el detonante de que todos estos pueblos que sufrían el flagelo de los mexicas se pusieran mas que contentos cuando los barbudos españoles desembarcaron, apuntándose, sin mucha demora, a la fiesta de la venganza.

Dioses tremebundos e insaciables

Los cronistas dicen que las guerras floridas aparecen con todo su terrible rigor en tiempos de Moctezuma Ilhuicamina, que toma posesión del trono azteca por 1438 y gobernó cerca de treinta años, pero hoy es sabido que era una clara herencia tolteca. El motivo de las guerras floridas estaba basado en una razón aparentemente baladí, y era esta que, no habiendo motivo de guerras por represión o conquista, se celebraban contratos de guerras ceremoniales con distintos pueblos (totonacas, tlacaxtelcas, chichimecas y otros de menor entidad) para así tener víctimas para el sacrificio y de paso honrar a unos dioses tremebundos e insaciables.

La técnica de combate usada para esta aterradora actividad bélica era muy sencilla. Al principio había un acuerdo tácito para que algunos guerreros de las tribus colindantes a los aztecas y siempre dentro del área próxima al Valle de México murieran en el altar del sacrificio tras un combate simulado en el que eran capturados. Tras esa captura el candidato para aquel aquelarre místico con ribetes chamánicos era convenientemente tratado con unas pócimas de mezcal que le hacían perder absolutamente la noción de la realidad y en consecuencia, cualquier forma de respuesta mecánica o motriz ante la que se le venía encima, con lo cual el desgraciado acababa muriendo en medio de una alucinación descomunal.

Pero la cosa se torció cuando los aztecas, ya muy subidos y consolidados en su papel de hegemones regionales, le cogieron el tranquillo al asunto y se pusieron muy exigentes. El impuesto o tributo en cautivos para ese entrenamiento tan particular de la guerra simulada había creado tiranteces entre las partes, y los pueblos aledaños estaban a la greña. Los primeros querían más y los segundos querían menos. La guerra se recrudeció y se llegó al paroxismo y a la crueldad sin límites.

En la fase tardía de este inexplicable arte de abrir en canal al interfecto, la captura del candidato a aquellas excitantes sobremesas regadas con abundante sangre, venia precedida de una captura un tanto agitada.

En esta fase tardía del ritual sacrificial, no había tratamiento de cortesía ni alucinógenos que suavizaran el tramite. La cosa era a pelo

Por cada candidato a retozar en el altar del sacrificio había media docena de guerreros aztecas que se ponían en lid para capturar al díscolo adversario que se resistía como es lógico aque le echaran el guante aquellos forajidos disfrazados y emplumados con cabezas de jaguares o tocados de águila. En esta fase tardía del ritual sacrificial, no había tratamiento de cortesía ni alucinógenos que suavizaran el trámite. La cosa era a pelo y los gritos, espeluznantes.

Entonces, cuando el tema ya estaba bastante desmadrado y los mexicas se habían abonado al palo y tentetieso, apareció Cortés para poner coto a aquel desaguisado. Pero para entonces ya se habían invertido las tornas y aquella antigua afición de pesadilla –para los afectados–, se había convertido en cumplida y poética venganza.

El pueblo azteca, otrora tan arrogante, con aquella pléyade de matemáticos, astrónomos y arquitectos de una reputación incuestionable, corría en todas direcciones, mientras su antaño imponente imperio era reducido a cenizas.

El viento de la historia haría el resto.

No soy pobre, soy sobrio, liviano de equipaje,

México
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