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Por qué ya no tomamos aspirinas
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Por qué ya no tomamos aspirinas

El principio activo sigue siendo tan útil como siempre, pero hay varios motivos que lo han relegado a un discreto segundo plano en el botiquín casero de muchas familias

Foto: Uno de los medicamentos más conocidos del mundo.
Uno de los medicamentos más conocidos del mundo.

Si tienes treinta y tantos años o alguno más, es probable que recuerdes el sabor ácido de las aspirinas infantiles y su textura terrosa, similar a la de las golosinas de picapica. La sensación era interesante para los paladares inexpertos: a más de uno había que esconderle bien alta la caja para que no la atacara en un descuido de sus padres. Los médicos las aconsejaban como antipirético y analgésico para casi todo, y empezar con las aspirinas adultas (primero disueltas, luego tragadas enteras en una prueba de valentía) era un auténtico rito de paso.

Muchos enfermos siguen tomando ácido acetilsalicílico (AAS). La marca que le dio la expresión genérica, Aspirina, sigue comercializándolo en comprimidos y granulados. Otros medicamentos que lo contienen son Adiro, Couldina con ácido acetilsalicílico o los sobres de polvos Desenfriol.

Se llegó a decir, tras varios estudios, que tomar una aspirina al día reducía el riesgo de cánceres e infartos en personas sanas

¿Pero por qué ha dejado de ser una opción tan habitual? ¿Por qué todos los niños conocen el Dalsy o el Apiretal y muy pocos las aspirinas?

La fama de la Aspirina

Aspirina fue el primer fármaco antiinflamatorio no estereroideo (AINE) que se comercializó. Las propiedades de la corteza de sauce, fuente natural de AAS, se conocían desde la Antigüedad y se usaban contra la fiebre y el dolor. Hipócrates, el padre de la medicina griega, ya menciona la corteza y las hojas de la especie Salix Latinum para los mismos fines, pero desde la Edad Media hasta el siglo XVIII quedó relegada: la sustancia más utilizada para reducir el dolor era por entonces el opio.

En el siglo XIX se consiguió sintetizar y se mejoró la fórmula. Bayer la patentó y empezó a venderla con el nombre de Aspirina en 1899. Era (y sigue siendo) eficaz para aliviar la fiebre, los dolores menstruales, articulares (por ejemplo en la artritis reumatoide o la artritis juvenil), de cabeza y otros. El doctor John R. Vane ganó el Nobel de Fisiología o Medicina en 1982 por su investigación sobre este medicamento. Vio que bloqueaba una enzima llamada cyclooxigenasa, que detiene la producción de la prostaglandina, responsable en parte del dolor, la hinchazón y la fiebre tras una herida.

Se llegó a decir, tras varios estudios, que tomar una aspirina al día era bueno para reducir el riesgo de algunos tipos de cáncer y prevenir infartos o un accidente cerebrovascular. Como el sentido común también parecía aconsejar, una investigación más reciente publicada en 'Archives of Internal Medicine' concluyó que, tomada a diario por una persona sana, los riesgos de la aspirina son más que los beneficios, sobre todo porque aumenta las posibilidades de hemorragias internas, incluidas las cerebrales. Steven Nissen, jefe de medicina cardiovascular en la Clínica Cleveland de Ohio dijo a 'The New York Times': "Si el riesgo de infarto es realmente bajo, lo único que puede hacer la aspirina es daño. Ya hay millones de americanos en tratamiento preventivo que no deberían estarlo".

Efectos secundarios

Una de las claves que explican su pérdida de protagonismo es la aparición de antiinflamatorios más eficaces y seguros. Todos los fármacos tienen efectos secundarios. Aunque este sigue siendo uno de los que cuenta con más estudios detrás y de los más usados en todo el mundo, hay varios casos en que está contraindicado.

El AAS está contraindicado en menores de 16 años porque está asociado al síndrome de Reye, una enfermedad grave

El ácido acetilsalicílico es un antiagregante plaquetario (de plaquetas), lo que significa que impide que la sangre se coagule con normalidad. Eso a veces es conveniente, para prevenir trombos en personas que han tenido infartos o accidentes cardiovasculares, por ejemplo para ayudar a prevenir un segundo ataque al corazón. Hay muchos que lo toman de por vida para esto, sobre todo un preparado menos conocido que la Aspirina, el Adiro. Pero esa capacidad antiagregante es un problema claro para muchos otros pacientes: puede empeorar la pérdida de sangre en lesiones y en úlceras gastrointestinales, entre otras situaciones. Esto no ocurre con el ibuprofeno, que también es eficaz en dolores de cabeza no migrañosos, dolores de garganta, menstruales y en general los que provengan de una inflamación.

Para quien tiene una enfermedad renal, predisposición a las hemorragias o está en una terapia anticoagulante, no está recomendada. Lo mismo sucede en los demás antiinflamatorios no estereroideos. El peligro de hemorragia, ulceración y perforación del tramo digestivo alto es especialmente claro si el paciente bebe alcohol. Sumado al ácido acetilsalicílico, desencadena irritación crónica. Incluso sin beber, es habitual que siente mal al aparato digestivo: irritación, náuseas, vómitos, úlceras gástricas o duodenales, gastritis erosiva...

Los niños menores de 16 años ya no toman AAS (ni ningún otro salicilato) porque está asociado al síndrome de Reye, una enfermedad muy poco habitual pero grave, de origen desconocido, que afectaba a los niños medicados si tenían varicela, cuyos síntomas son difíciles de distinguir de otras infecciones. Los niños que sufrían este síndrome, que se ha vuelto muy raro, enfermaban repentinamente, vomitaban durante muchas horas, tenían comportamientos agresivos, pérdidas de conocimiento, crisis epilépticas y podían llegar a morir. Que haya una asociación estudiada con el ácido acetilsalicílico no indica que las aspirinas sean la causa directa, de hecho se siguen usando para tratar la artritis idiopática juvenil, pero sí hay un riesgo que conviene evitar siempre que sea posible, así que, para los dolores leves, los niños suelen tomar ibuprofeno o paracetamol.

Hay otra explicación importante para el relativo olvido de las aspirinas: la Seguridad Social ya no las subvenciona. Por lo tanto la mayor parte de los médicos no las recetan. Su precio, al no estar financiadas, ha subido mucho, algo más de cuatro euros. Sin embargo el ibuprofeno vale 1,97 y el paracetamol, dependiendo de la dosis, puede comprarse desde 80 céntimos.

Todo lo bueno es malo y viceversa

Todo esto no significa que haya que olvidarse de las aspirinas, o lanzarse a cualquier otra forma de evitar el dolor.

El paracetamol, otro buen remedio para dolores de cabeza, fiebre y hasta quemaduras de sol, principio activo de Apiretal, Cortafriol, Dolocatil, Febrectal, Frenadol, Gelocatil, Termalgin y muchos medicamentos más, tampoco está exento de consecuencias indeseadas. Es el analgésico más seguro de todos los que conocemos, pero si lo tomáramos a diario durante años podríamos tener más riesgo de muerte inesperada, infartos, ictus o úlceras según un metaestudio del que ya hablamos en 'El Confidencial'. Hay que tener cuidado sobre todo en las personas con problemas del hígado. En cambio para el estómago es una buena opción.

El ibuprofeno gana a los dos anteriores en que sigue siendo el antiinflamatorio más recomendado y disminuye el dolor más rápido que el paracetamol: podemos notar sus efectos una media hora tras la primera dosis y funciona durante más rato. Sin embargo, en plazos cortos de uso (unas semanas consecutivas) ya pueden notarse efectos negativos en casos de úlceras estomacales y quemaduras en la mucosa del estómago. La hemorragia interna también es un riesgo, aunque menos alto que en la aspirina.

¿Lo mejor en tu caso? Como siempre, solo el médico podrá decirlo.

Si tienes treinta y tantos años o alguno más, es probable que recuerdes el sabor ácido de las aspirinas infantiles y su textura terrosa, similar a la de las golosinas de picapica. La sensación era interesante para los paladares inexpertos: a más de uno había que esconderle bien alta la caja para que no la atacara en un descuido de sus padres. Los médicos las aconsejaban como antipirético y analgésico para casi todo, y empezar con las aspirinas adultas (primero disueltas, luego tragadas enteras en una prueba de valentía) era un auténtico rito de paso.

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