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Hay algo sobre las gambas y langostinos que comes que deberías saber. Y no va a gustarte
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LA IMPORTACIÓN DE CRUSTÁCEOS NO DEJA DE CRECER

Hay algo sobre las gambas y langostinos que comes que deberías saber. Y no va a gustarte

La gran mayoría del marisco que consumimos procede de la flota congeladora industrial del Pacífico, que tiene unas prácticas que no nos gustaría conocer

Foto: Está muy rica, pero si sabes de dónde sale... (iStock)
Está muy rica, pero si sabes de dónde sale... (iStock)

En España nos encantan las gambas a la plancha, al ajillo o a la gabardina, y en Navidad nos atiborramos de langostinos cocidos. Estos crustáceos son parte indisoluble de nuestra gastronomía y solemos pensar que la mayoría de los que consumimos vienen de nuestras costas. Nada más lejos de la realidad.

Aunque en España hay especies autóctonas como la gamba roja, la gamba blanca o el carabinero, lo cierto es que estas son muy caras y su disfrute exclusivo. La gran mayoría de los crustáceos tipo langostino que consumimos procede de la flota congeladora industrial del Atlántico sur, el Índico y el Pacífico. Es más, hoy en día, al menos la cuarta parte de langostinos comercializados provienen de la industria acuícola y, según datos de la FAO, el 99% de su producción tiene lugar en países en vías de desarrollo.

Muchos de estos crustáceos son importados de países como Tailandia, India o Indonesia, donde se crían en abarrotadas piscifactorías, repletas de antibióticos, desinfectantes y parasaticidas, muchos de ellos prohibidos en la Unión Europea, cuando no se pescan de forma indiscriminada, y con métodos abusivos.

La UE ha incrementado el control de residuos de antibióticos en las gambas y langostinos provenientes de Vietnam, Myanmar y Tailandia

Aunque según la normativa de la Unión Europea para poder traer camarones a nuestro país es necesario cumplir con una serie de certificados sanitarios y pasar por controles en los puestos fronterizos, parece claro que estos no siempre han sido todo lo exhaustivos que debieran.

En 2002, la Comisión Europea propuso incrementar el control de residuos de antibióticos en todas las importaciones de gambas y langostinos provenientes de Vietnam, Myanmar y Tailandia. La petición llegó después de que se detectaran en estos alimentos restos de fármacos como el cloranfenicol, un antibiótico usado para acelerar la producción animal prohibido para tal fin en la UE desde 1994, y varios tipos de nitrofuranos, un tipo de medicamento veterinario también prohibido por su posible relación con el incremento del cáncer de piel en humanos.

Aunque, como pedía la Comisión, se incrementaron los controles, en los años recientes han salido a la luz numerosos casos de contaminación que no fueron detectados. En 2009, por ejemplo, la OCU detectó restos de cloranfenicol en unas gambas peladas de la marca Aliada. Y, como informó la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático, desde 2014 Vietnam ha sido amonestada 11 veces por exportar a la Unión Europea y Japón gambas con un residuo excesivo de oxitetraciclina, otro antibiótico de amplio espectro prohibido en la cría de animales.

Además, como ha explicado a El Confidencial la periodista Laura Villadiego, colaboradora del medio en el Sudeste Asiático y coautora del blog 'Carro de Combate', “en países como Tailandia o Vietnam, el control que se hace sobre las aguas utilizadas en las granjas acuícolas es prácticamente inexistente. No pasan ningún control previo antes de llegar a la piscina desde, generalmente, ríos locales, por lo que las aguas a menudo vienen ya contaminadas. Tampoco hay ningún tipo de depurado antes de soltarlas de nuevo a los ríos”.

Una industria esclavista

Si bien son las condiciones sanitarias de las gambas y langostinos que consumimos lo que 'a priori' más puede preocuparnos no es, ni de lejos, el gran problema de la creciente industria del crustáceo tropical. Los problemas de salud derivados de esta contaminación –que no son alarmantes dadas las bajas concentraciones de antibióticos que suelen registrarse– no son nada en comparación con el gran impacto ecológico y social de la cría y pesca de crustáceos en estas áreas.

La industria de exportación de marisco de Tailandia, que mueve al año 7.000 millones de dólares, está construida sobre la gente pobre

Una reciente serie de reportajes de 'Associated Press', con el revelador título 'marisco de esclavos', ha puesto negro sobre blanco el sistema de explotación laboral del que se nutre la industria del marisco en Indonesia y Tailandia.

“A medida que el apetito de pescado barato crece en todo el mundo, también lo hace la demanda de hombres a los que se les paga poco o nada para atraparlo”, explicaron los periodistas Robin McDowell, Martha Mendoza y Margie Mason. “La industria de exportación de marisco de Tailandia, que mueve al año 7.000 millones de dólares, está construida sobre las espaldas de la gente pobre de su propio país y emigrantes de Myanmar, Camboya y Laos, que son vendidos, secuestrados y engañados para trabajar en los arrastreros”.

Documental de 'The Guardian' sobre la esclavitud en la industria del marisco de Tailandia.

La denuncia de AP, que vio la luz el pasado año, logró el rescate y repatriación de más de 800 hombres, muchos de los cuales habían sido torturados; provocó que la Unión Europea amenazara a Tailandia con vetar las importaciones de los productos pesqueros; y empujó a los gobiernos indonesio y tailandés a abrir sendas investigaciones criminales. Pero el asunto está lejos de solucionarse.

El pasado 22 de marzo se celebró en todo el mundo el Día Mundial del Agua, bajo el lema “Mejor agua, mejores trabajos”, elegido precisamente para denunciar los abusos laborales del sector pesquero en el Sudeste Asiático donde se capturan y cultivan el 20% del total de los productos marinos del mundo: 40 millones de toneladas.

En declaraciones a Efe, Somboon Siriraksophon, portavoz del Centro para el Desarrollo de la Pesca en el Sudeste Asiático, aseguró que hay más cooperación en la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático para combatir estos problemas, con normativas que vienen desde las altas instancias, pero reconoció que el asunto está lejos de solucionarse por “falta de medios”.

Según explica Villadiego “las denuncias por trabajo esclavo se han centrado fundamentalmente en las plantas de pelado y procesado de gambas, donde durante décadas ha sido corriente el trabajo infantil y el tráfico de personas”. En efecto, asegura, “Tailandia está reaccionando a las críticas internacionales e introduciendo más controles, pero hay zonas que han quedado en la sombra, como las condiciones laborales dentro de las granjas”.

Un problema medioambiental

La explotación laboral no es el único problema ligado a la pesca y cultivo del langostino en el Pacífico. Según la FAO, la expansión de esta industria ha destruido en los últimos 20 años prácticamente una cuarta parte de los manglares y otros ecosistemas litorales de gran valor ecológico en zonas tropicales.

Como alerta un informe de Ecologistas en Acción, el manglar es uno de los cinco ecosistemas más productivos del mundo, compuesto de árboles que soportan la salinidad y viven en el rango de mareas, donde habitan y se reproducen una gran variedad de especies animales.

Lo ideal es optar por comer maricos frescos, de temporada y procedentes de nuestro litoral

El ecosistema manglar cumple funciones ecológicas, sociales y económicas que benefician a las zonas costeras y a sus poblaciones. La deforestación y privatización de los bosques de mangle debido al avance de la industria camaronera está afectando, especialmente en los trópicos, a millones de personas que dependen de este ecosistema para su abastecimiento. Además, la desaparición del manglar ha hecho que estas zonas sean mucho más vulnerables frente a la acción de los huracanes, los maremotos y la erosión. "Durante el tsunami de 2004, los manglares salvaron muchas poblaciones costeras porque pararon la fuerza de las olas”, explica Villadiego. “Ahora muchas comunidades quieren recuperarlos, pero en muchos casos esas zonas pertenecen a grandes empresas que no quieren renunciar a la tierra".

Según la asociación ecologista, si queremos ayudar con nuestros hábitos de consumo a frenar el desarrollo poco sostenible de la industria del crustáceo, debemos optar por comer maricos frescos, de temporada y procedentes de nuestro litoral.

Las especies de origen tropical con las que debemos tener más reparos son:

El langostino blanco

El 'Penaeus vannamei' o 'Litopenaeus vannamei' es de color blanco translucido. Es la principal especie de langostino cultivada y los principales países productores son China, Tailandia, Indonesia, Brasil, Ecuador y México. Su comercialización en los mercados europeos tiene multitud de variantes: congelado, entero, colas, etc. España es la primera importadora de este langostino de toda Europa, donde llegan anualmente 150.000 toneladas, de las que nuestro país compra el 35%.

El langostino jumbo

El 'Penaeus monodon', también conocido como “langostino tigre gigante”, es la segunda especie más cultivada y ocupa el 17% de la producción mundial. Mayoritariamente se produce en Tailandia, Vietnam e Indonesia. Se distingue por su gran tamaño –puede alcanzar los 33 cm– y sus bandas transversales de colores que se alternan entre el azul, el negro y el amarillo.

En España nos encantan las gambas a la plancha, al ajillo o a la gabardina, y en Navidad nos atiborramos de langostinos cocidos. Estos crustáceos son parte indisoluble de nuestra gastronomía y solemos pensar que la mayoría de los que consumimos vienen de nuestras costas. Nada más lejos de la realidad.

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