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Historia oculta de las brujas: por qué aún nos siguen causando terror
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EL PERSONAJE FEMENINO POR EXCELENCIA

Historia oculta de las brujas: por qué aún nos siguen causando terror

Esta figura ha arraigado profundamente en nuestra cultura pop porque –pasadas las épocas de hogueras, no hace tanto– sigue hablando de algún modo sobre nosotros

Foto: 'El círculo mágico' de John William Waterhouse (1849–1917).
'El círculo mágico' de John William Waterhouse (1849–1917).

“De 'El Mago de Oz' a 'Harry Potter', de 'Macbeth' a ‘Bewitched’, las brujas han sido desde hace mucho parte de nuestra cultura”. Lo afirma Marion Gibson en este corto y mediocre artículo a mayor gloria de la recién estrenada película película 'The Witch', de David Eggers ('La bruja'). Pese a que su núcleo es cierto, una afirmación tan corta de miras deja claras tres cosas. Una, que Gibson considera que la única parte de la cultura que importa es la anglosajona y, especialmente, la anglosajona reciente (citar a Shakespeare es casi un tic). Dos, que aparte de ser una presencia inmemorial (esa es la palabra) la bruja ha sido capaz de arraigar profundamente en nuestra cultura pop porque –pasadas las épocas de hogueras, no hace tanto– sigue hablando de algún modo sobre nosotros. Tres, que para ser catedrática universitaria de “literaturas mágicas y del renacimiento” en la universidad de Exeter (hermoso trabajo) bien valdría un becario.

A continuación, y es una pena, aclara Gibson que esta nueva película se aleja de las visiones modernas de la bruja como una “adorable feminista”. Lo de adorable daría igual, pero un acercamiento a la figura que no incluya una visión sobre la mujer y su papel en contexto histórico es tanto como nada, desde un punto de vista cultural.

La bruja es una creación esencialmente femenina, esencialmente social (aunque nazca en la pobreza y en el bosque) y esencialmente benigna

'La Bruja' –el prodigioso libro de Jules Michelet del siglo XIV, no esta película– comienza así: “Sprenger dice antes de 1500: 'Hay que decir la herejía de las brujas y no de los brujos: éstos son poca cosa'. (…) Es el genio propio de la mujer y de su temperamento. La mujer nace hada. Por el retorno regular de la exaltación, es sibila. Por el amor, maga. Por su finura, su malicia (con frecuencia fantástica y bienhechora) es bruja y echa suertes, o por lo menos engaña, adormece las enfermedades. Todo pueblo primitivo tiene el mismo comienzo: lo vemos por los viajes. El hombre caza y combate. La mujer se ingenia, imagina: engendra sueños y dioses. Cierto día es vidente: tiene las alas infinitas del deseo y del ensueño. Para contar mejor el tiempo, observa el cielo. Pero la tierra no está por ello menos en su corazón. Con los ojos bajos sobre las flores enamoradas, ella misma joven y flor, la mujer traba con las flores un conocimiento personal. Es mujer y les pide que curen a los que ella ama. ¡Sencillo y conmovedor principio de las religiones y de las ciencias!”

Queda claro ya en el arranque de esa obra maestra que la bruja es una creación esencialmente femenina, esencialmente social (aunque nazca en la pobreza y en el bosque) y esencialmente benigna.

Tráiler de 'La bruja'.

El personaje femenino peor entendido

El lector curioso está a tiempo de ojear el volumen de Michelet antes de precipitarse al cine, y no se arrepentirá. Para rebajar la sobredosis de poesía, al terminarlo, puede empezar 'Las brujas y su mundo', de Julio Caro Baroja, que es casi lo opuesto: donde en Michelet hay vida y genio, en Baroja sólo trabajosa miopía de notario. El libro es una aburridísima roca, pero en él se aportan datos interesantes. Entre ambos, entre ambas visiones, yace todo el misterio del personaje femenino más críptico y peor entendido de la historia de la Europa continental. Los americanos, en esto de brujas, llegan tarde, aunque vendiendo con inteligencia, siempre.

La película de Dave Eggers, subtitulada “un cuento folclórico de nueva Inglaterra” parece de hecho –siempre según el artículo– aludir más a los miedos del pionero. Ese pionero, a principios del siglo XVII, se enfrentaba a una naturaleza salvaje y desconocida en un mundo nuevo, pero cargando, inevitablemente con sus propias creencias y sus propios terrores heredados. En este “terrorífico cuento” las brujas vagan por los bosques oscuros “secuestrando niños para sus rituales sangrientos”. A ese respecto hay otro libro recomendable y también muy pop. Es 'American Gods', del también dibujante de éxito Neil Gaiman. Allí, la tesis es sencilla. Los dioses viven mientras y sólo mientras alguien cree en ellos. ¿Se puede aplicar lo mismo a las brujas? Sí y no. Las brujas existen se crea o no se crea (los gallegos lo sabemos bien, “habelas, haylas”). Pero es cierto que, en su ausencia, el ser humano se ocupa muy decentemente de inventarlas (y de quemarlas). Ahora, también, de recuperarlas como iconografía epatante a sueldo del taquillazo y, nótese, casi idéntica a la que usaban los inquisidores. La bruja, en fin, tiene al menos una doble existencia: la real y la que consiste en una proyección del miedo de los demás.

Claro que, al final, si la película es decente, uno olvida. Las críticas, por el momento, han apreciado el film, al que se ha calificado de “un escalofriante retrato de una familia, sus miedos, ansiedades que los dejan a merced de un mal inevitable”, haciendo hincapié en lo innovador del tratamiento de las relaciones familiares, la atención a los detalles y la perfección visual. Peor lo llevamos aquí. Y es que en España, como en toda Europa, las brujas fueron tratadas con extraordinaria crueldad, pero nuestro cine ha continuado esa quema tenaz. Un ejemplo es el bodrio supremo de 'Las brujas de Zugarramurdi', de Alex de la Iglesia, inspirada, supuestamente, en un hecho histórico célebre: el bien documentado auto de fe de Zugarramurdi, de 1610 (la misma época en la que está ambientada 'The Witch'), en el que la inquisición española juzgó a 39 mujeres por brujería y condenó a doce de ellas a la hoguera. La empanada mental perpetrada por De La Iglesia se llevó, nada menos, ocho premios Goya, y es poco menos que un escupitajo sobre esa imagen bellísima que tan dibujase Michelet de una mujer hecha de coraje, misterio, comunión con el medio y deseo de sobrevivir a la opresión social.

Basta el simple terror

“Se decía”, escribe Gibson, confundiéndolo todo finalmente, cual cineasta español, “que las brujas podían volar sobre escobas, quizá porque la escoba era el símbolo de la domesticación femenina y volar sobre ella era la rebelión definitiva”. Michelet, en cambio, describe el origen de la bruja en una casa donde las escobas eran usadas para cualquier cosa menos para la rebelión: “Ahora ella posee. Algo es de ella: la rueca, el lecho, el cofre (…) Después vendrán la mesa, el banco o dos taburetes... ¡Pobre choza bien despojada en verdad! Pero un alma la amuebla”. Y describe también el germen de la bruja en un personaje completamente distinto al que ilustra el tópico: “Ella hacía las tareas domésticas, hilaba mientras cuidaba las bestias. Va al bosque y recoge un poco de leña. No ejecuta todavía los rudos trabajos, no es la campesina fea que creará más adelante la gran cultura del trigo. No es tampoco la gorda burguesa, pesada y perezosa de las ciudades, sobre la cual nuestros abuelos han hecho tantos cuentos espesos. Esta mujercita no tiene ninguna seguridad; es tímida, es dulce, se siente bajo la mano de Dios. Ve sobre la montaña elevarse el negro y amenazador castillo de donde pueden descender tantos males. Teme y, honra a su marido”.

Pero nadie quiere, suponemos, ver el domingo por la tarde la asombrosa historia de la delicada transformación de esa mujer en icono cultural definitivo.

Los simples terrores que yacen bajo la cama bastan. Aquí y en Exeter.

“De 'El Mago de Oz' a 'Harry Potter', de 'Macbeth' a ‘Bewitched’, las brujas han sido desde hace mucho parte de nuestra cultura”. Lo afirma Marion Gibson en este corto y mediocre artículo a mayor gloria de la recién estrenada película película 'The Witch', de David Eggers ('La bruja'). Pese a que su núcleo es cierto, una afirmación tan corta de miras deja claras tres cosas. Una, que Gibson considera que la única parte de la cultura que importa es la anglosajona y, especialmente, la anglosajona reciente (citar a Shakespeare es casi un tic). Dos, que aparte de ser una presencia inmemorial (esa es la palabra) la bruja ha sido capaz de arraigar profundamente en nuestra cultura pop porque –pasadas las épocas de hogueras, no hace tanto– sigue hablando de algún modo sobre nosotros. Tres, que para ser catedrática universitaria de “literaturas mágicas y del renacimiento” en la universidad de Exeter (hermoso trabajo) bien valdría un becario.

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