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Primero Tsipras, luego Iglesias y ahora esto: los políticos que vienen
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Primero Tsipras, luego Iglesias y ahora esto: los políticos que vienen

La popularidad del demócrata Bernie Sanders y la probable elección de Jeremy Corbyn como líder laborista son señales evidentes de los cambios que viviremos en la política

Foto: El candidato a las primarias demócratas Bernie Sanders. (Corbis)
El candidato a las primarias demócratas Bernie Sanders. (Corbis)

Hay un nuevo partido político recorriendo Occidente. Tiene siglas diferentes en cada país y candidatos muy distintos, pero su núcleo está constituido por una idea que había sido apartada de la política en las últimas décadas y que regresa ahora con fuerza con un nuevo nombre, la antiausteridad. Tsipras en Grecia, Beppe Grillo en Italia, Marine Le Pen en Francia y Pablo Iglesias en España han abogado, desde perspectivas distintas y con suerte dispar, por políticas económicas que no estén sometidas a las directrices económicas dictadas desde las instituciones internacionales y desde los poderes financieros. Estos partidos comparten una característica, la de haber nacido al margen de las dos grandes formaciones políticas que solían alternarse en el gobierno de sus países, y un apelativo, el de populistas, que es otra forma de acusarles de ser personas poco realistas que prometen a los ciudadanos aquello que no pueden darles.

Algo ha cambiado en la política

La novedad llega desde el ámbito anglosajón, donde este tipo de propuestas estaban muy lejos de triunfar. En el Reino Unido la formación correspondiente a las citadas es el UKIP, que posee una agenda económica alejada de la antiausteridad, y en EEUU el Tea Party, que sin concurrir a ninguna elección ha sido una corriente ultraliberal en lo económico cuya influencia se ha dejado sentir en los medios de comunicación con inusitada fuerza. En este entorno, no se está produciendo el nacimiento de nuevas formaciones, como ha ocurrido en la Europa continental, sino un giro hacia otras políticas económicas de los partidos progresistas. La probable elección de Jeremy Corbyn como líder de los laboristas británicos y el ascenso inesperado del senador por Vermont Bernie Sanders en las primarias demócratas muestran señales inequívocas de que algo está moviéndose en el panorama político.

Los partidos de centro izquierda ya no movilizan a la gente, no generan ilusión y cada vez tienen menos votos. No son una opción ganadora

El simple anuncio por parte de Corbyn de su intención de sustituir al fracasado Ed Miliband al frente de los laboristas fue un pequeño terremoto, ya que el ala derecha de la formación, empezando por Tony Blair, señaló que la elección de Corbyn sería condenar al ostracismo y a la irrelevancia a su partido, porque Corbyn no tiene opción alguna de ocupar el 10 de Downing Street. Esta alarma fue contestada por el ala izquierda argumentando que los laboristas ya se habían convertido en irrelevantes gracias a que habían renunciado a sus señas de identidad y a que estaban promoviendo políticas económicas muy parecidas a las de los conservadores. En la polémica medió Joseph Stiglitz para decir que no estaba sorprendido de que existiera una fuerte demanda de un movimiento antiausteridad y menos de que los partidos de centro izquierda ya no funcionasen electoralmente, y que es tiempo de que los laboristas tuvieran algo de coraje.


De algún modo, lo que Stiglitz señalaba es algo que está en el centro de las dudas de los partidos de centro izquierda occidentales, PSOE incluido. Hasta ahora, la forma de analizar el asunto era contraponer unos ideales que nos gustaría aplicar con una racionalidad que nos dice que no resultan pragmáticos electoralmente, pero lo que estas experiencias señalan es la constatación de que los partidos progresistas centristas están fracasando como opción electoral. Ya no movilizan a la gente, no generan ninguna ilusión, y cada vez tienen menos votos. También en el caso del PSOE: por más que hoy se le perciba fuerte, la realidad es que está en el nivel de votos más bajo de los últimos 35 años.

'Sheepdogging'

Críticas muy similares está recogiendo Bernie Sanders, un candidato que abarrota sus mítines, que ha atraído hacia la política a gente que estaba muy alejada de los demócratas y que ha generado la palpable sensación de que conecta mucho mejor con la gente común que su rival, Hillary Clinton. Pero Sanders no es mal visto por los demócratas, que le ven con un contendiente útil. Al fin y al cabo, Sanders peleará por ser nominado, perderá, Hillary será nombrada candidata, Sanders le dará su apoyo y así conseguirá también los votos de electores que de otra forma no se hubieran planteado dar a Clinton su respaldo. A esa jugada la llaman “sheepdogging,” y todos creen que la función final de Sanders será la de hacer de pastor del rebaño.

Ninguno de los Bush hubiera llegado al poder si hubiera seguido los consejos de la ciencia política académica, y hay un tercero en camino

Sin embargo, hay en estas historias un elemento que las sobrepasa y que atañe a la configuración de las campañas políticas tal y como estaban siendo concebidas hasta la fecha. Los ejemplos de éxito en la política europea reciente, muestran la necesidad de pensar fuera del mainstream, fuera del manual de instrucciones de la comunicación política e incluso fuera de la ciencia política académica, esa que nos dice que las elecciones se ganan con un perfil moderado, focalizándose en el pragmatismo, ofreciendo seguridad a los inversores y sin dar grandes giros a las políticas actuales. Sin duda, así ha ocurrido en algunas ocasiones recientes, pero no en otras: ninguno de los Bush hubiera llegado al poder si hubiera seguido este tipo de consejos (y hay un tercero asomando en el horizonte).

Haciendo todo lo incorrecto

Una buena prueba de que las cosas están cambiando es que Donald Trump encabeza la lista de preferencias de los votantes republicanos. Es un candidato inadecuado, polémico, claramente ineficaz si se trata de ganar elecciones, pero también es sincero, desinhibido, seguro de sí y tiene sus recetas claras, algo que muchos votantes agradecen. Quizá por eso, como señala Bloomberg, ha resistido las presiones que toda clase de medios de comunicación han colocado sobre él. Trump está haciendo todo aquello que resulta incorrecto, y ahí está todavía, lo cual es una especie de milagro después de los golpes recibidos. Con la mitad de ellos, otros tuvieron que empaquetar sus aspiraciones e irse a casa.

Sanders focaliza su campaña en la creación de empleo y promete acabar con las desigualdades brutales en los salarios

Lo de Sanders es distinto. Tiene un recorrido político prestigioso, cuenta con una reputación sólida (votó contra la guerra de Irak, algo que su partido no tuvo el valor de hacer), y los años como representante de Vermont le han procurado fama de íntegro y merecedor de confianza. A ese capital simbólico, Sanders está sumando un par de aspectos nuevos. Desde luego, utiliza en sus discursos asuntos típicos del progresismo, como el cambio climático o la necesidad de una sanidad y una educación públicas gratuitas, pero se distancia de otros, como las políticas de acogida de inmigración, y suele analizar los asuntos de raza desde una perspectiva económica (“esto va mucho más de pobres y ricos que de blancos y negros”), lo que ha granjeado bastantes críticas.

Una postura económica heterodoxa

Ha focalizado su campaña en el trabajo y en el gran crecimiento de la desigualdad salarial, y habla del futuro de las familias y del futuro de nuestros hijos con una retórica típicamente conservadora a la que convierte, gracias a su insistencia en la economía, en una baza progresista. No es partidario de tratados internacionales como el TTIP, aboga por una mucho mayor presencia estatal a la hora de crear empleo, dice que es imprescindible acabar con las desigualdades brutales en los trabajos, promete empleos dignos e insiste en que los ricos deben empezar a pagar esos impuestos que ahora pueden evitar.

Los partidos políticos antiausteridad han comenzado a rodar y no parece que vayan a detenerse

En resumen, mezcla viejos elementos de los discursos de su partido con otros que podrían utilizar los contrincantes, al tiempo que apuesta por un tipo de economía nada acorde con la ortodoxia actual. Además, su campaña es diferente, mucho más apegada al contacto con la gente, ha sido sufragada por pequeñas aportaciones de miles de seguidores y no por los bancos, sus mensajes atraen a un tipo de votante que mostraba muy poco entusiasmo por la política y sus mítines generan más pasión que los del primer Obama. En definitiva, Sanders está pensando fuera de la caja, y eso ha hecho que la gente le siga.

Todo esto puede ser puesto entre paréntesis, porque salvo Tsipras, ningún líder de las fuerzas antiausteridad ha conseguido llegar al escalón más alto (y en su caso, como si no hubiera llegado). El resto son segundas o terceras fuerzas, y Corbyn y Sanders no son tenidos en cuenta como opciones reales para convertirse en Primer Ministro y Presidente, respectivamente. Quizá sea cierto, pero también lo es que la tendencia está ya plenamente presente: una política focalizada en la economía, que se aleja de retóricas del viejo progresismo, que toma elementos nuevos, que se dirige a la gente en términos que entiende y cuyo núcleo reside en las propuestas antiausteridad ha comenzado a rodar. Y no parece que vaya a detenerse.


Hay un nuevo partido político recorriendo Occidente. Tiene siglas diferentes en cada país y candidatos muy distintos, pero su núcleo está constituido por una idea que había sido apartada de la política en las últimas décadas y que regresa ahora con fuerza con un nuevo nombre, la antiausteridad. Tsipras en Grecia, Beppe Grillo en Italia, Marine Le Pen en Francia y Pablo Iglesias en España han abogado, desde perspectivas distintas y con suerte dispar, por políticas económicas que no estén sometidas a las directrices económicas dictadas desde las instituciones internacionales y desde los poderes financieros. Estos partidos comparten una característica, la de haber nacido al margen de las dos grandes formaciones políticas que solían alternarse en el gobierno de sus países, y un apelativo, el de populistas, que es otra forma de acusarles de ser personas poco realistas que prometen a los ciudadanos aquello que no pueden darles.

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