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La razón por la que no hay forma de conseguir un taxi cuando llueve a cántaros
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LOS PROBLEMAS DEL TRABAJO POR OBJETIVOS

La razón por la que no hay forma de conseguir un taxi cuando llueve a cántaros

No son imaginaciones tuyas: efectivamente, hay menos taxis los días de lluvia como demostró un famoso estudio psicológico y económico sobre el mundo del trabajo

Foto: No, no lo estás soñando: en las grandes ciudades, los taxis desaparecen cuando llega la lluvia. (Reuters/Peter Jones)
No, no lo estás soñando: en las grandes ciudades, los taxis desaparecen cuando llega la lluvia. (Reuters/Peter Jones)

Si algo puede salir mal, saldrá mal, la tostada siempre cae por el lado de la mantequilla, y el día que tenemos que llegar antes a trabajar suele ser el mismo en el que el coche dice “basta”. Son todos ellos axiomas con los que resulta fácil sentirse identificado, al cual hay que añadir otro más: no hay quien dé con un taxi cuando llueve, especialmente en una gran ciudad. No es sólo que estén todos ocupados, sino que todas esas largas colas de taxis que esperan durante horas en las paradas parecen haberse esfumado de repente.

La lógica nos conduce a pensar que, si tan difícil resulta encontrar un taxi, es porque la demanda aumenta. A nadie le gusta ir mojándose por la calle, por lo que es normal que se cojan más taxis en un día de lluvia, incluso entre los usuarios no habituales. Y, como ocurre cada vez que se produce un aumento de demanda producido por un elemento externo al mercado, la oferta disminuye. Sin embargo, una célebre investigación realizada hace ya casi 20 años por el economista Colin Camerer se topó con que dicha lógica, si bien explicaba parte de la situación, no daba con la verdadera razón por la que los taxistas parecían desaparecer.

El quid de la cuestión se encuentra en que, efectivamente, hay menos taxistas en las horas de lluvia, al menos en Nueva York (aunque parece ser que también se ha comprobado en otras partes del mundo). ¿Por qué? Porque, por lo general, los conductores americanos trabajan por objetivos, es decir, fijan una media diaria que, de cumplirse, les permite llegar al dinero que necesitan cada mes. Lo que ocurre un día de lluvia es que, efectivamente, todo el mundo coge un mayor número de taxis, lo que provoca que los conductores alcancen sus objetivos mucho antes. Y, debido a que las cuentas les salen, y no dependen de terceras personas, se marchan a casa antes que cualquier otro día.

El pan nuestro de cada día, dánoslo pronto

La lógica parecería sugerir que, debido a que hay mucha más demanda en dichos días, los taxistas deberían ejercer de concienciadas hormigas que ahorran para el futuro y no de cigarras que se vuelven a casa a la primera de cambio. Sin embargo, el modus operandi de los conductores no es ese, sino que trabajan más cuando menos demanda hay y menos cuando esta aumenta. Lo importante, en definitiva, es alcanzar el objetivo impuesto cada día.

Se trata, como aseguraba Camerer en su investigación, de un principio que parece atentar contra la ley de la oferta y de la demanda, la cual sugiere que debes vender un producto en mayor cantidad cuando aumenta la demanda. Sin embargo, el autor apuntaba a una teoría alternativa, la del objetivo de ingreso diario o daily income targeting, acuñada especialmente para los taxistas de Nueva York pero que puede aplicarse a un gran número de trabajos que funcionan por objetivos a cumplir en un determinado plazo.

Si bien esta no tiene mucho sentido económicamente hablando, sí lo tiene desde un punto de vista psicológico, como sugiere el autor. Trabajar para alcanzar un objetivo diario resulta muy motivador cuando tu trabajo es particularmente tedioso o poco gratificante, de igual manera que ocurre con el ejercicio físico. Si ves que se acerca el momento de llegar a casa –lo que realmente estás deseando–, no te importará trabajar más.

Hay otro correlato psicológico: la gente prefiere no perder demasiado que ganar mucho. En otras palabras, a estos taxistas no les gusta abandonar su jornada si no han conseguido su objetivo, pero una vez se han adaptado a dicha lógica mental, no se sienten especialmente motivados por hacer unos cuantos dólares extra cada día, por lo que prefieren volver a sus casas. Equivocadamente, como demostró el estudio: según sus datos, si estos hubiesen trabajado durante ocho horas al día fijas, y no dependiendo del objetivo, habrían obtenido en total un 8% más de ingresos.

Es una buena moraleja desde el punto de vista motivacional, como explica Oliver Burkeman, el autor de El antídoto: la felicidad explicada a la gente que no aguanta el pensamiento positivo (Faber & Faber), en un reciente vídeo publicado por Business Insider. Si planteamos objetivos fijos, tanto a nuestros trabajadores como a nosotros mismos, nos relajaremos cuando los hayamos conseguido o estemos a punto de alcanzarlos, y no veremos ningún sentido en ir más allá, aunque podamos aumentar fácilmente nuestros beneficios. “A veces no consigues todo aquello que podrías obtener porque has invertido demasiado en una meta concreta”, concluye el escritor. El problema de los objetivos es que se presentan como un fin hacia el cual están orientados todos los esfuerzos de los trabajadores, que se despreocuparán de otros aspectos de su trabajo que no los conduzcan a dicha meta.

Si algo puede salir mal, saldrá mal, la tostada siempre cae por el lado de la mantequilla, y el día que tenemos que llegar antes a trabajar suele ser el mismo en el que el coche dice “basta”. Son todos ellos axiomas con los que resulta fácil sentirse identificado, al cual hay que añadir otro más: no hay quien dé con un taxi cuando llueve, especialmente en una gran ciudad. No es sólo que estén todos ocupados, sino que todas esas largas colas de taxis que esperan durante horas en las paradas parecen haberse esfumado de repente.

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