La educación, el corazón del progreso
Que el progreso social en el siglo XXI será fruto de cómo enseñemos a nuestros jóvenes, es algo que nadie puede dudar. Somos lo que somos por la educación
Que el progreso social en el siglo XXI será fruto de cómo enseñemos a nuestros jóvenes, es una afirmación que nadie puede dudar. Somos lo que somos por nuestra educación, y lo que es más importante, seremos lo que sea la educación que estamos inculcando. Legisladores, académicos tradicionales y empleadores deberían aceptar que la educación debe llegar a más gente y estar mejor conectada con el mercado laboral.
No sólo basta con emitir un discurso negativo, sino que debemos comenzar a trabajar en crear nuestro propio ámbito de educación; ese que sirva antes y mejor a los ciudadanos y a su futuro que a un montón de intereses creados y encontrados que tan solo alimentan la mediocridad. ¿Cómo construir una educación que propicie el éxito de nuestros jóvenes en el mercado laboral si no escuchamos cuáles son las necesidades de los que ofrecen puestos de trabajo?
Hace algunas semanas, el secretario general de la OCDE, Ángel Gurría, calificaba de alarmante la formación de los españoles. Tal y como señaló, podría asimilarse el nivel de competencias de los titulados japoneses de secundaria superior con la de nuestros universitarios. La calidad de nuestras universidades aún se queda atrás comparada con la de otros países.
De ahí la necesidad de tomar medidas urgentes y, más aún, cuando nos envuelve un contexto internacional cada vez más competitivo al que nuestros jóvenes deben enfrentarse. Y es que la educación es la vía más rápida para la disminución del desempleo, ese lastre que no conseguimos soltar. La Encuesta de Población Activa del segundo trimestre de 2014 arroja datos reveladores en este sentido: la tasa de parados entre españoles con estudios primarios incompletos y aquellos con educación superior dista casi 30 puntos, entre el 44,25 % de los primeros y el 14,48% de los titulados.
Los objetivos a perseguir
Con este panorama, en el que todos los agentes involucrados son parte del problema, pero también la esperanza de su solución, ¿por dónde empezamos?, ¿cuáles deberían ser los objetivos a perseguir? Muchos, pero les aseguro que van más allá de que nuestros estudiantes se dediquen única y exclusivamente a obtener conocimientos en las disciplinas de su área de estudio en cuestión.
Si entendemos la educación como el corazón del progreso, debemos, apuntar más alto. Incorporar valores, habilidades y competencias que demanda el mercado de trabajo para que nuestros jóvenes puedan aplicar su formación y conocimientos con éxito. Y esto pasa por la formación en idiomas, que les abrirá las puertas de un mundo global; por enseñarles a tener capacidad de decisión y liderazgo; a poder comunicarse, hablar y debatir en público; a aprender de forma autónoma, para que puedan seguir formándose a lo largo de toda su vida; a trabajar en equipos y contribuir a su desarrollo; a ser responsables socialmente así como a tener valores y sensibilidad frente a la igualdad, la solidaridad y el medio ambiente. Objetivos que deben pasar también por inculcarles una de las asignaturas pendientes de la sociedad española contemporánea: el emprendimiento. Un concepto que sencillamente no existe dentro del modelo educativo tradicional, que ignoran los libros de texto y evitan muchos educadores. Sin embargo, casi todos sabemos que los puestos de trabajo sólo pueden crearlos personas con ideas innovadoras en la cabeza y valor en el corazón para ponerlas en marcha.
Unos jóvenes así formados serán capaces de pensar por sí mismos en beneficio propio y de los demás. Contribuirán de manera decisiva a una sociedad mejor y a un futuro más esperanzador. Con unas perspectivas así, debemos sentirnos más que nunca obligados a reinventarnos. Propiciar el cambio a partir de nuestras propias acciones pero de la mano del resto de agentes sociales implicados.
Miguel Carmelo*esPresidente de la Universidad Europea desde el año 2000 y CEO de Laureate International Universities Europa.
Que el progreso social en el siglo XXI será fruto de cómo enseñemos a nuestros jóvenes, es una afirmación que nadie puede dudar. Somos lo que somos por nuestra educación, y lo que es más importante, seremos lo que sea la educación que estamos inculcando. Legisladores, académicos tradicionales y empleadores deberían aceptar que la educación debe llegar a más gente y estar mejor conectada con el mercado laboral.