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¿Por qué lo llaman 'sano' cuando quieren decir 'guapo'?
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HACEMOS DIETAS POR SALUD, PERO TAMBIÉN POR SENTIMIENTO DE CULPA

¿Por qué lo llaman 'sano' cuando quieren decir 'guapo'?

Los que no alteran sus hábitos alimenticios por motivos de salud lo hacen por estética. Otros, como los vegetarianos, asumen una dieta altamente restrictiva por conciencia

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¿Por qué lo llaman 'sano' cuando quieren decir 'guapo'?

Los que no alteran sus hábitos alimenticios por motivos de salud lo hacen por estética. Otros, como los vegetarianos, asumen una dieta altamente restrictiva por conciencia social y muchos practican el ayuno por motivos religiosos. De la Pascua o el Ramadán al veganismo, la dieta hipocalórica o la operación bikini, hay regímenes para contribuir comiendo –o haciéndolo menos, o dejando de hacerlo– a tanto objetivo personal nos propongamos, sea cual sea su grado de abstracción: desde adelgazar porque sí hasta purgarnos, no contribuir al maltrato animal, honrar nuestra fe, hinchar nuestros músculos y hasta equilibrar nuestras energías. Y la mayoría inciden en un mensaje que suele ser el mismo: cambia tu forma de comer y siéntete mejor contigo mismo.

Algunos llegan a dañar su salud con la excusa de cuidarla

El sentimiento de culpa, de hecho, parece ser la constante que enhebra entre sí todas las excusas que nos ponemos para lo que, en realidad, se resume en una tesis global muy simple: en muchas ocasiones, el alimento se convierte en una fuente de frustración con la que la persona no sabe lidiar si no es, de hecho, dejando de comer.

El rito de alimentarse

“La relación que mantenemos con la comida es instintiva, pero en el caso de los seres humanos está mediada por la cultura”, explica para El Confidencial Jesús Román, presidente de la Fundación Alimentación Saludable. “Por eso los hábitos alimenticios se pueden educar” y por eso, apunta este experto, “la alimentación está ritualizada”.

“Hay muchísima gente que come con culpabilidad”, nos cuenta. Personas jóvenes y sanas que, no obstante, “sienten que hacen algo incorrecto si ingieren un determinado tipo de alimento o si un día comen más de la cuenta”. Se someten a normas que restringen su alimentación o a un sacrificio cuyo incumplimiento les lleva a la frustración. Nada preocupante, claro está, cuando su actitud lo sea para cumplir con una dieta que necesitan por motivos de salud o porque se han propuesto que el espejo les devuelva otra imagen de sí mismos. El problema, explica el experto, “viene cuando la culpabilidad se convierte en algo sistemático”.

La dictadura de la imagen

Los expertos consultados coindicen en señalar el culto a la imagen como el principal factor que lleva a algunas personas sanas a adoptar dietas y privaciones iguales o más severas que los que lo tienen que hacer porque su salud está deteriorada. “Muchas personas hacen dietas, comen mal o dejan de comer con la excusa de la salud, pero en realidad buscan una imagen”, explica a El Confidencial la doctora María Isabel Casado, psicóloga clínica y profesora de la Universidad Complutense de Madrid. “No nos gusta aceptarlo ni verbalizarlo porque podemos parecer superficiales, pero es así”.

Quien vive el alimento como fuente de sufrimiento, tiene un problema

“Comer es una necesidad”, sintetiza. “No debemos perder de vista que si comemos es porque tenemos que nutrirnos. Hacerlo con salud es lo deseable, lógicamente, pero hay individuos que lo anteponen a la nutrición llegando incluso al extremismo. Para estos sujetos, el objetivo de comer no es alimentarse, sino estar guapo. Han perdido el objetivo real de la alimentación y, por lo tanto, empiezan a adquirir hábitos alimenticios que tienen poco o nada que ver con la nutrición”. Un extremo delirante que, según Casado, hace que muchos incurran en la contradicción de “dañar su salud con la excusa de cuidarla”.

“Muchas de estas personas comen sistemáticamente cosas que les desagradan y que además pueden no ser sanas”, ejemplifica Casado. “Otros adoptan costumbres que resultan perniciosas para la salud”. La experta pone el ejemplo del agua y la sal. “Durante años se ha vendido la idea de que beber mucha agua es dietético y bueno para la piel. Es cierto, pero hoy nos enfrentamos a un crecimiento de los trastornos asociados a la ingesta excesiva de agua y al estrés renal. Otros dejan de comer sal; no son hipertensos, no tienen ningún trastorno asociado al exceso de sodio, pero dejan de condimentar con sal y en algunos casos, de consumir alimentos ricos en sodio”, lo que a la larga se traduce en un déficit. El problema, concluye Casado, es que “hay mucho mito de lo sano y una obsesión con la salud que, paradójicamente, nos lleva una alimentación poco saludable”.

El trastorno alimenticio

La salud es la última de las motivaciones que solemos tener para hacer una dieta

Un extremo que confirma Jesús Román: “El gran problema de la nutrición es que el desconocimiento es generalizado”, explica a El Confidencial. “Muchas personas dejan de desayunar porque creen que así adelgazarán o destierran de su dieta determinados alimentos, como las lentejas o el pan, o técnicas de cocina completas”.

Román confirma que “la salud es la última de las motivaciones que solemos tener para hacer una dieta y la menos frecuente entre usuarios que recurren al profesional”. El perfil del que se somete a régimen por verdaderos motivos clínicos, explica el experto, con frecuencia es el de una persona que ha tenido sufrido un problema de salud severo “y que no está concienciado, sino asustado”. Entre el resto, explica, la inmensa mayoría lo hace “porque quieren estar más delgados”.

Un extremo, advierte María Isabel Casado, no exento de una relación con los trastornos de la alimentación más extendidos en nuestra sociedad, como la anorexia o la bulimia. “Un dato curioso”, nos explica, “es que los pacientes de estos trastornos no hablan de los alimentos que les gustan o no, sino de los que son sanos. Si prestas oído, resulta que a las chicas anoréxicas sólo les gustan los puerros y las zanahorias, nunca las salsas o los bollos. Es falso, por supuesto: les gustan o no igual que a los demás. Lo que les ocurre es que sienten aversión patológica por los alimentos que engordan, pero ellas están convencidas, incluso en su fuero interno, de que su obsesión es con la salud, no con la imagen”.

El placer de comer

Y es que lo que comemos mantiene una estrecha relación con lo que sentimos. “Comer es un placer”, explica Casado. “Está asociado a emociones positivas. ¿Qué hacemos cuando nos reunimos con amigos? Comemos. ¿Cómo celebramos las bodas y los cumpleaños? Comiendo”. En otras ocasiones, nos cuenta, comer se utiliza como remedio. “Cuando nos deprimimos, tendemos a ingerir chocolate, azúcares y grasas, que palian nuestra frustración. Pero la contribución de la comida es siempre al sentimiento positivo. Quien vive el alimento como fuente de sufrimiento, sencillamente tiene un problema”, explica. “La comida no es un hábito que podamos dejar, como fumar o el alcoholismo. La comida es para siempre y por eso necesitamos vivirla con naturalidad”.

La comida no es un hábito que podamos dejar, como fumar o el alcoholismo

Una reivindicación, la de Casado, que va más allá de lo terapéutico. El cocinero Roberto Ruiz nos explica que, en efecto, muchos de los comensales que acuden a un restaurante “buscan el exotismo, la novedad o el shock” porque no piensan en la comida como algo a disfrutar de por sí, sino como parte de una experiencia lúdica que incluye “la compañía, la ocasión social o el trato recibido”. También confirma que mientras este tipo de factores tienden a crecer, “algunos elementos accesorios del plato, como las guarniciones, las salsas y los acompañamientos están cayendo en desuso” porque pueden crear malestar en el comensal.

En su establecimiento, Ruiz propone “hacer disfrutar desde la sencillez, donde la experiencia sea el propio producto”, y recuperando los valores que eran primordiales en la cocina de hace años: “Que el alimento sea fresco, que sea de temporada, que sea el mejor de su género, que esté bien cocinado y que resulte digestivo”, enumera. “El cuerpo de cada persona está habituado a unas costumbres gastronómicas relacionadas con qué comió en su niñez, dónde vive o cuál es la tolerancia de su estómago”.

Los que no alteran sus hábitos alimenticios por motivos de salud lo hacen por estética. Otros, como los vegetarianos, asumen una dieta altamente restrictiva por conciencia social y muchos practican el ayuno por motivos religiosos. De la Pascua o el Ramadán al veganismo, la dieta hipocalórica o la operación bikini, hay regímenes para contribuir comiendo –o haciéndolo menos, o dejando de hacerlo– a tanto objetivo personal nos propongamos, sea cual sea su grado de abstracción: desde adelgazar porque sí hasta purgarnos, no contribuir al maltrato animal, honrar nuestra fe, hinchar nuestros músculos y hasta equilibrar nuestras energías. Y la mayoría inciden en un mensaje que suele ser el mismo: cambia tu forma de comer y siéntete mejor contigo mismo.