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Los nuevos sumos sacerdotes
  1. Alma, Corazón, Vida
LA ALIANZA CONTEMPORÁNEA ENTRE DIOS Y LOS TECNÓCRATAS

Los nuevos sumos sacerdotes

De la antigüedad nos han llegado documentos que hablan de lugares, normalmente tenebrosos (Los oscuros lugares del saber que tituló el filósofo Peter Kingsley),

Foto: Los nuevos sumos sacerdotes
Los nuevos sumos sacerdotes

De la antigüedad nos han llegado documentos que hablan de lugares, normalmente tenebrosos (Los oscuros lugares del saber que tituló el filósofo Peter Kingsley), como cavernas o habitaciones cerradas, en los que los hombres permanecían acostados y entraban en contacto con la divinidad y con la muerte, con el otro lado, con ‘el otro mundo’. Antes de entrar en las tinieblas los aspirantes a re-ligar (origen del término religión) con los dioses y recibir sus conocimientos, eran purificados mediante diversos rituales e instruidos por sacerdotes, los cuales, con el paso del tiempo, se fueron adueñando de este proceso. Es decir, se convirtieron en intermediarios de la relación entre dioses y hombres y se fue perdiendo la vía directa.

En muchas parcelas de nuestra vida hemos concedido la autoridad a otros y nos la hemos negado a nosotros mismos. Puede ser algo lógico en áreas de gran complejidad, pero se convierte en lamentable cuando anula nuestra capacidad de pensar o simplemente de aplicar el sentido común. La abundancia de información, sin importar que la inmensa mayoría de la misma sea ruido o basura, nos hace sentirnos indefensos ante todo lo que parece que hay que tener en cuenta antes de tomar la más simple de las decisiones. La gran paradoja de la sociedad del conocimiento consiste en que deja a muchos a merced de unos pocos. Somos muchos los que dependemos de lo que algunos dicen saber, de los expertos, de los tecnócratas, de aquellos que dicen que saben cómo sacarnos de la crisis, de los que dicen que saben cómo acercarnos a Dios o de quienes dicen que saben cómo alcanzar la felicidad.

Ese saber cómo hacer algo se ha constituido en la llave que abre la puerta para resolver situaciones vitales para el desarrollo del ser humano. Así, la paradoja nos deja indefensos y entregados dócilmente al saber de otro. Ahora bien, esos otros, ¿realmente saben? En El futuro de la historia (Turner), John Lukacs nos recuerda que mientras en el siglo XIX se bromeaba diciendo que un especialista es alguien que sabe cada vez más sobre cada vez menos, hoy en día es notorio que “hay intelectuales y profesionales que saben cada vez menos sobre cada vez más”. No hay más que asomarse por cualquier tertulia de radio o televisión para comprobar el aserto del historiador estadounidense nacido en Hungría.

Tú no sabes, yo sí

El poder de los tecnócratas bebe de varias fuentes. En primer lugar, ellos mismos crean complejos mapas de realidades que hoy se han vuelto ininteligibles. Ante la abrumadora superioridad adjudicada a los supuestos expertos, el común de los mortales abandona su única arma, el sentido común, y se confía, por ejemplo, a los dictados del mundo de las altas finanzas, arcanos para la mayor parte de la población. Además, obtienen la validación del resto mediante el conocido método de manipulación de creencias según el cual “tú no puedes o tú no sabes: ven a mí que yo lo hago por ti”.

En el caso de los mercados financieros, quienes dominan su funcionamiento, los ‘elegidos’, han conseguido subordinar toda la economía a los intereses de aquellos. Si añadimos que anteriormente la sociedad se puso al servicio de la economía, podemos entender cómo hemos acabado en este mundo al revés en el que vivimos, donde el ser humano queda subordinado a los objetivos económicos y éstos a los de los mercados financieros. Ahora pedimos angustiosamente que nos salven de la catástrofe quienes nos metieron en ella, los sumos sacerdotes de las finanzas internacionales, los crupieres del casino global. Ellos acceden gustosamente a asumir las riendas del gobierno, con el gesto serio, ¡faltaría más!, sustituyendo a los políticos a quienes antes convencieron de las bondades del endeudamiento masivo y ahora se ven incapaces de arreglar el dramático desaguisado, y destapando esa incestuosa alianza firmada hace años entre Wall Street y la City londinense (oligopolios de Goldman Sachs y otros pocos) y los gobiernos de un primer mundo en caída libre.

Los tecnócratas nos indican los sacrificios necesarios para contentar a los mercados

Por lo tanto, es comprensible que en nuestro país, sea urgentísimo, crucial, de vital importancia, saber quién será el próximo ministro de economía que negociará en sanedrín la política española de los próximos años. Es mucho más importante que saber quién diseñará la política educativa, es decir nuestro futuro, o la sanitaria, o sea, nuestra salud, por mencionar áreas que se consideran nimiedades al compararse con los dineros. Sin ninguna paciencia, esos nuevos dioses llamados mercados financieros esperan a otro sumo sacerdote encargado de interpretar su voluntad.

Las finanzas globales, la deuda que hizo posible el espejismo de nuestro rápido enriquecimiento, es el nuevo becerro de oro al que hemos adorado durante ya varias décadas. Necesitamos quien nos traduzca sus deseos, pues no entendemos su lenguaje. Los tecnócratas realizan ese papel y nos indican los sacrificios necesarios para contentarlos. Han preparado el camino para, a petición nuestra, tomar todo el poder. Lo han hecho del mismo modo que aquellos que inicialmente oficiaban los rituales para facilitar el acercamiento del hombre a los dioses en los lugares sagrados, y que acabaron apropiándose de esa relación.

En la antigua Grecia los bárbaros eran los extranjeros cuyas lenguas no entendían los griegos y les sonaban algo así como ‘bar, bar, bar’. Tanto su civilización como posteriormente la romana fueron víctimas de las invasiones de esos extranjeros. En estos tiempos en que el tecnócrata/truchimán se ha hecho imprescindible para entender y satisfacer a los mercados y despejar un futuro incierto, me parece apropiado, como hace Lukacs en la obra antes mencionada, citar a Alexis de Tocqueville, quien en La democracia en Ámerica dice: “Como la civilización romana murió a causa de la invasión de los bárbaros, estamos nosotros muy inclinados a creer que la civilización moderna no puede morir de otro modo. Si las luces que nos alumbran se hubiesen de apagar, se oscurecerían poco a poco y como por sí mismas; a fuerza de consagrarse a la aplicación, se perderían de vista los principios, y cuando estos se hubieran olvidado enteramente, se seguirían los mismos métodos que se derivan de ello; no se podrían inventar otros nuevos y se emplearían sin inteligencia y sin arte sabios procedimientos que ya no se comprenderían.”