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"Para progresar en esta sociedad tienes que ser deportista o delincuente"
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MICHAEL ALBERT, MANO DERECHA DE NOAM CHOMSKY, DEFIENDE EN ESPAÑA LA ECONOMÍA PARTICIPATIVA

"Para progresar en esta sociedad tienes que ser deportista o delincuente"

Viene, como él mismo dice, del centro del imperio, del país más en bancarrota del mundo, que más gente tiene en sus cárceles, que más violencia

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"Para progresar en esta sociedad tienes que ser deportista o delincuente"

Viene, como él mismo dice, del centro del imperio, del país más en bancarrota del mundo, que más gente tiene en sus cárceles, que más violencia genera y donde las diferencias entre ricos y pobres son mayores. Nos alerta sobre un futuro inmediato muy similar para España y para toda Europa. Es Michael Albert, economista estadounidense, activista y promotor, junto con Robin Hahnel, profesor universitario, del movimiento denominado “economía participativa” (participatory economics o Parecon), una alternativa a los modelos existentes (tanto capitalistas como de planificación centralizada). Ambos son simpatizantes del socialismo libertario.

Michael Albert está viajando por distintas ciudades españolas exponiendo sus ideas, que quedaron reflejadas en Parecon. Vida después del capitalismo (Akal, 2005). Su modelo hace énfasis en la descentralización de las decisiones económicas y la autogestión, promoviendo valores como la solidaridad, la equidad, la sostenibilidad y la diversidad. Proclama el final de la tradicional división del trabajo para eliminar el clasismo que de ella se deriva, la remuneración del trabajo de acuerdo con la duración, dureza y condiciones de la tarea, la planificación participativa de producción y consumo mediante consejos de trabajadores y consumidores y la autogestión.

Parecon reniega de los tres métodos utilizados tradicionalmente para determinar la remuneración del trabajo que realizamos. En primer lugar está la retribución conforme a la propiedad y sus productos, que da lugar, entre otras cosas, a que un papel (un título de propiedad) haga que Bill Gates sea más valioso que la población de Guatemala o la de Noruega, lo cual parece obsceno. Existe la posibilidad de obtener una recompensa por aquello que podemos conseguir, modelo validado por la Harvard Business School y por Al Capone en su día (“me gusta América, donde uno puede quedarse con lo que coge”) y de cuestionables fundamentos éticos. Finalmente, tenemos una fórmula que puede parecer más deseable: compensar según los beneficios del trabajo desempeñado. Sin embargo, esto favorece a los afortunados en la lotería genética, lo cual no suena muy elevado desde un punto de vista humanista.

Matar la creatividad para favorecer la obediencia

El problema, dice Albert, es que mucha gente cree en la famosa frase de Margaret Thatcher, según la cual “no hay ninguna alternativa al sistema actual”. La mayor parte de la gente piensa que la guerra y la pobreza son inevitables y que, “aunque el capitalismo sea una porquería, no hay otra opción. Lo cual no es más que una mentira aunque difícil de desmontar”. Eso es lo que trata de hacer con este movimiento aunque sus propuestas suenen utópicas e incluso ridículas. Cuando proponen una retribución según el esfuerzo e intensidad que requiere un trabajo y las condiciones en las que se desarrolla, muchas personas se ríen y preguntan, ¿ganaría más un minero del carbón que cualquier abogado? Sí, responde Albert, pero se equilibraría con los ‘complejos de trabajo equilibrado’. Su objetivo es acabar con la tradicional división del trabajo, por la cual aproximadamente un 20% de los empleados ocupan las posiciones de mayor responsabilidad y poder, mientras el resto realiza las tareas más rutinarias y tediosas. “Nosotros dividimos el trabajo de modo que todos desempeñamos trabajos de responsabilidad y aburridos. Muchos se mofan de esta propuesta, pues creen (así hemos sido educados) que no todo el mundo puede desempeñar tareas de mando. Eso es clasismo puro y duro”.

Para Michael Albert, el sistema educativo está diseñado para apuntalar creencias que favorecen a los muy ricos y a la clase dominante (the empowered class). La educación, dice, nos enseña a aburrirnos. “Todos recordamos las interminables y tediosas jornadas escolares mirando el reloj para ver pasar las horas. Nos hemos acostumbrado a puestos de trabajo donde tragamos con el ordeno y mando, monótonos, repetitivos, sin contenido, donde no crecemos ni personal ni profesionalmente. Sólo los muy ricos (2% de la población) o los que están en los puestos de mando (un 20% aproximadamente), se escapan. Tras las movilizaciones de los años sesenta el gobierno de los EE.UU. vio cómo tanta gente había salido a las calles y concluyó que todo se debía a un ‘exceso de gente con demasiada educación’. Entonces refundaron el sistema educativo de manera que matara la creatividad con el objetivo de que las personas simplemente fueran obedientes, acatarán órdenes”.

También nos educan en que para llegar a la cúspide hay que pisar a los demás, ser insolidarios. Cada vez menos gente, asegura Albert, piensa que va a llegar a esos puestos altos en la jerarquía empresarial. “La realidad dice lo contrario y son cada vez más los que se ven condenados al infierno de las tareas degradantes sin ninguna motivación, cuando no a no tener tarea alguna. La legítima esperanza que pudieran tener nuestros padres de subir en el escalafón se ha perdido. La movilidad social es muy baja. El sueño americano se materializa para muy, muy pocos. En los barrios marginales, la mejor manera que tiene un joven de progresar es hacerse traficante de drogas, criminal o, para los menos, intentar alcanzar la fama en televisión o con el deporte. Además, los padres de familia saben que mientras ellos se fueron de casa en torno a los veinte años de edad, sus hijos tendrán que quedarse por lo menos hasta los 30 o más”.

La invisible violencia cotidiana

Nosotros, dice Michael Albert, “proponemos acabar con la propiedad privada de los medios de producción tal y como se plantea en la actualidad. Cuando proponemos esto muchos piensan en la extinta Unión Soviética, donde también había una pequeña minoría dominante. Esa es la falsa disyuntiva que nos han hecho tragar y que nos hemos creído: o el capitalismo que tenemos o el comunismo que habéis visto. Entre Escila y Caribdis. Otra gran mentira, hay alternativa. Nosotros no creemos ni en planes centralizados ni en dictaduras. Somos demócratas (reclamamos una democracia real y mucho más participativa) y queremos que la propiedad quede en manos de la gran mayoría, no del 2% de super-ricos”. ¿Cómo traspasar esa propiedad a manos de la mayoría trabajadora? “Obligándoles a ello”. Por supuesto que se resistirán, avisa Albert, pero si la inmensa mayoría (más del 80%) cree que lo que la propuesta es viable y empieza a organizarse, será difícil mantener la situación actual.

Sus ideas, no obstante, parecen necesitar de la violencia para llevarse a cabo. ¿Es así? Mire, me dice Albert, “todos los días hay una gran violencia en nuestras vidas, con los miles de millones de seres humanos que mueren por hambre o enfermedades curables, con los millones que viven bajo el umbral de pobreza en los países desarrollados, con la brutal opresión de una minoría sobre la inmensa mayoría, con los millones de desempleados, con los banqueros que roban y además reciben subvenciones, con los grandes defraudadores al fisco, etc. El sistema genera violencia en dosis muy altas. Pero no proponemos el uso de la violencia. La violencia nos corrompe, nos pervierte, nos equipara moralmente a los poderosos. Pretendemos evitarla pues nos enfrentamos con quienes son maestros en su uso. Es su terreno. Sería de estúpidos luchar a pecho descubierto contra un gigante, contra un gorila. Ellos, la clase dominante, utilizan la violencia continuamente. Los cuerpos policiales y el ejército defienden a los poderosos. Si queremos construir un mundo nuevo la seguridad del estado debe incorporar jóvenes que elijan esa alternativa”.

Nuestro movimiento y otras iniciativas similares, continúa Albert, deben trabajar en torno a propuestas en positivo. Movilizaciones como las del 15M surgen con fuerza pero se desinflan con el paso del tiempo, careciendo de la adherencia (stickyness) necesaria para perdurar, pues “si a la gente no se le da algo más que discursos, algo que hacer, todo acaba volviéndose demasiado teórico, muy intelectual y aburrido. Por ejemplo, las asambleas locales con un número suficiente de personas pueden hacer de los barrios sitios mejores donde vivir. Debemos seguir manifestándonos contra los rescates de bancos que sólo benefician a unos pocos, a favor de reducir las horas de trabajo y no el número de empleos, a favor de recortar los gastos militares y no los de educación o sanidad, contra la desigualdad tan arbitraria y extrema que asumimos como normal... No tenemos que convencer a la gente de que este sistema no funciona (esto ya lo sabe todo el mundo, salta a la vista), sino de que hay alternativa, de que otra manera de vivir, otro sistema es posible. Si lo conseguimos, surgirá una ola de optimismo y vitalidad que sustituirá al pesimismo imperante”.

Para quien desde España quiera unirse a este movimiento, Michael Albert anuncia que pronto existirá una organización internacional con ramificaciones en muchos países europeos y en distintas ciudades de estos estados. Predice que crecerá ágilmente, no como los partidos políticos al uso sino a la manera del movimiento que él apoya, ‘Ocupar Wall Street’, sobre el que pronostica que va a crecer exponencialmente en las próximas semanas.

Viene, como él mismo dice, del centro del imperio, del país más en bancarrota del mundo, que más gente tiene en sus cárceles, que más violencia genera y donde las diferencias entre ricos y pobres son mayores. Nos alerta sobre un futuro inmediato muy similar para España y para toda Europa. Es Michael Albert, economista estadounidense, activista y promotor, junto con Robin Hahnel, profesor universitario, del movimiento denominado “economía participativa” (participatory economics o Parecon), una alternativa a los modelos existentes (tanto capitalistas como de planificación centralizada). Ambos son simpatizantes del socialismo libertario.