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¿Cuánto vale un maestro?
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¿Cuánto vale un maestro?

Las recientes declaraciones de políticos y profesores en torno a la posible reducción del presupuesto para educación secundaria, bachillerato y formación profesional en algunas comunidades autónomas

Las recientes declaraciones de políticos y profesores en torno a la posible reducción del presupuesto para educación secundaria, bachillerato y formación profesional en algunas comunidades autónomas sitúan de nuevo al modelo educativo en el ojo del huracán. Los juicios de valor sobre la calidad de nuestra enseñanza, esta vez muy centrados en las bondades (más bien maldades) del profesorado en general, muestran el profundo deterioro en que nuestro modelo se encuentra.

Sumido en una profunda crisis económica, nuestro sistema de ordenamiento de las distintas áreas sociales, se contorsiona, lo cual acabará (si no lo ha hecho ya) por afectarnos a todos. Cerrar los ojos o mirar a otro lado no evitará que esto ocurra. Por el contrario, este es el momento de estar bien alerta y definir, de acuerdo a los recursos disponibles y con un norte claro, nuevos modelos de convivencia. Podemos seguir poniendo tiritas a cada herida o podemos también mirar todo el panorama y buscar medidas más generales. Y podemos y debemos hacerlo entre todos si no queremos que nos venga impuesto.

La educación es un componente fundamental de ese sistema, el pilar central sobre el que se sostienen los grandes cambios sociales a largo plazo. La nuestra es el resultado de nuestra idiosincrasia. Es el resultado de un sistema de creencias que nos define. Nuestro modelo educativo asume la docencia como una disciplina vocacional rayando en lo devocional, de entrega amorosa y con procedimientos para el desempeño sostenidos por seres que poseen unas competencias casi congénitas (las herramientas que recibe el profesorado en nuestro país son más bien escasas) para gestionar conocimientos y grupos de seres humanos en pleno desarrollo.

Exigimos todo eso a los maestros y, sin embargo, la consideración social sobre ellos nunca, y menos ahora, ha sido alta. Asistimos a un debate muy superficial, y a su vez peligroso por sus consecuencias, en torno a si la mayor parte de los educadores adscritos a la enseñanza pública trabajan o no lo suficiente, son buenos o malos, comprometidos o vagos, etc.  Y lo sustentamos hablando de la buena vida de estas personas que tienen tres meses de vacaciones al año y además trabajan pocas horas durante el curso escolar. Idea falaz y peligrosamente extendida, repetida durante los últimos días ante las protestas que se esperan previas al comienzo del curso escolar 2011-2012.

No todas las horas de trabajo son horas lectivas

Cuestionar de esta manera la docencia nos muestra el valor que tiene. Resulta curioso ver a los (ir)responsables políticos alentando y calentando estas estériles polémicas y echando encima del profesorado a gran parte de la población. Confundir intencionadamente horas lectivas con horas de trabajo equivaldría a decir que los bomberos sólo trabajan cuando apagan fuegos, los notarios cuando firman o los diputados cuando están en el congreso. Todo sea calificar de privilegiado a un grupo de personas (excepto a ellos mismos, pues perro no come perro). Y al final vinieron a por mí, como ya dejo dicho Bertolt Brecht.

Sorprende la admiración que muchos de estos políticos muestran por el modelo educativo de Finlandia. ¿Qué es lo que les gusta del mismo? ¿Ser el primero en el informe PISA? ¿Qué aplican de ese ejemplo? Cuando algunos mandatarios se autoproclaman seguidores del modelo finés, parecen desconocer sus bases, sus raíces. Ese paradigma asume una alta valoración de la profesión docente, que implica unas prácticas comprometidas y responsables, lejos de pirotecnias electoralistas. En Finlandia se dice que la educación es importante y se hace importante a la educación.

El gusto por la formación finlandesa supone sentirnos atraídos por un modelo que valora el desarrollo de las personas por encima del conocimiento académico. En España, cuando aprietan las urgencias se exige a las escuelas que den más contenidos y menos dedicación a los alumnos como individuos diferenciados, con capacidades y deficiencias singulares. Claro que un docente en Finlandia recibe una formación que también le asume a él como ser integral y por tanto le acerca a lo que su profesión demanda. Sus estudios y prácticas dimensionan la tarea que supone la profesión de la docencia.

Cada modelo es coherente con su contexto. Finlandia tiene el suyo porque así es cómo creen que es la educación que un estado debe garantizar. Su modelo recorre desde la transmisión de conocimientos hasta la gestión de conflictos en un aula, desde la estrategia de evaluación hasta el sueldo de un profesor, desde la garantía de acceso gratuito hasta el número de alumnos por clase. Todo es parte del mismo enfoque. En España, un gran número de maestros invierten su dinero y sus “vacaciones” en cubrir sus necesidades de formación.

Podemos seguir hurgando en las fallas de nuestro denostado sistema educativo, admirando el de otros, culpando a tirios y troyanos... O lo que es lo mismo, dar vueltas y más vueltas comparando estrategias de concreción de la educación sin mirar el origen que la sustenta: nuestro sistema de creencias, el sistema de creencias de nuestra clase política, el de los padres y madres, el de los profesores, en definitiva, el de toda la sociedad. No parece que haya costado muchos esfuerzos poner de acuerdo a los dos grandes partidos políticos para reformar la constitución. Un gran pacto de estado incluyendo al mayor número posible de representantes sociales sobre una revisión en profundidad de nuestro modelo educativo bien merece una mayor dedicación. Y este pacto debe mirar, en primer lugar, a los encargados de materializar cualquier reforma, los docentes.

Las recientes declaraciones de políticos y profesores en torno a la posible reducción del presupuesto para educación secundaria, bachillerato y formación profesional en algunas comunidades autónomas sitúan de nuevo al modelo educativo en el ojo del huracán. Los juicios de valor sobre la calidad de nuestra enseñanza, esta vez muy centrados en las bondades (más bien maldades) del profesorado en general, muestran el profundo deterioro en que nuestro modelo se encuentra.