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Científicos a los que la Historia debe un Nobel
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investigadores que fueron olvidados

Científicos a los que la Historia debe un Nobel

Los Premios Nobel son el máximo reconocimiento al que aspira un científico, ya que reconocen a aquellos que ayudaron a mejorar la vida y el conocimiento 

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Si a alguien totalmente ignorante de lo que se mueve en la esfera científica hubiese que explicarle cuál es la importancia de los Premios Nobel, le diríamos que son como los Óscar de la ciencia. Estos galardones, que entrega cada año la Real Academia Sueca de las Ciencias, son el máximo reconocimiento que puede obtener un investigador en su campo, y obtener uno significa entrar en un selecto club de grandes genios.

Aunque como todo premio que distingue a uno sobre los demás es en ocasiones injusto y polémico, es un reconocimiento innegable que señala a aquellos científicos que han trabajado por mejorar la vida y el conocimiento de la humanidad en su conjunto. Y sin embargo, existen grandes nombres que han sido olvidados por el jurado que elige a los ganadores.

En ocasiones por rencillas personales, otras por incompatibilidades con las normas de los premios (que entre otras cosas establecen que habrá un máximo de tres galardonados por categoría y no se puede conceder un Nobel a una persona fallecida) y otras sin ninguna explicación, recogemos algunos de esos casos con los que la Historia, y en concreto los Premios Nobel, están en deuda.

1. Dmitri Mendeléyev, creador de la tabla periódica

Nacido en Tobosk, en la actual Rusia, en 1834, el químico Dmitri Mendeléyev ha pasado a la historia por ser el creador de la representación gráfica más importante de la química moderna: la tabla periódica de los elementos. A pesar de que su concepto lleva en vigor desde 1869, y de que es utilizado a todos los niveles de la formación científica, desde la enseñanza obligatoria hasta los estudios universitarios, la Academia Sueca de las Ciencias nunca le otorgó el Nobel de Química.

La tabla periódica es una clasificación de todos los elementos químicos conocidos, tanto los naturales como los creados por el hombre. Mendeléyev se propuso ordenarlos de alguna forma, guiándose por su masa atómica y agrupando aquellos que tuviesen propiedades parecidas. Su tabla no era exactamente igual que la que conocemos hoy, ya que otros la perfeccionaron después, pero el químico ruso tuvo un mérito indiscutible: aventuró la existencia de elementos que aún no se conocían en su época. "Falta un elemento en este sitio y, cuando sea encontrado, su peso atómico lo colocará antes del titanio. El descubrir la laguna colocará los últimos elementos de la columna en los renglones correctos; el titanio corresponde con el carbono y el silicio."

En 1906 el Comité de Química de los Nobel propuso a Mendeléyev como candidato al premio en esta disciplina por el descubrimiento del sistema periódico. La Sección de Química de la Academia Sueca apoyó esta opción, por lo que solo quedaba que la dirección de la Academia lo confirmase, como suele hacer. Sin embargo, el ruso nunca fue premiado. Según algunos, porque su sistema periódico, que publicó en su obra Principios de la Química en 1869, era ya algo antiguo, demasiado como para ser reconocido como un descubrimiento. Según otros, porque el químico sueco Svante Arrhenius habló en su contra, como venganza personal ante las críticas que Mendeléyev había hecho anteriormente sobre algunas de sus teorías.

2. Rosalind Franklin, la olvidada del ADN

2014 ha sido declarado por la ONU como el Año de la Cristalografía, una disciplina científica en la que destacó Rosalind Franklin. Esta británica, nacida en Londres en 1920, jugó un papel clave en el descubrimiento de la estructura del ADN, aunque fue injustamente tratada por sus colegas y su participación no fue reconocida adecuadamente hasta años después.

Nacida en una adinerada familia judía, Franklin siempre supo que quería estudiar ciencias. Se matriculó en Cambridge, donde se doctoró en Química y Física. Se especializó en cristalografía, es decir, en la toma de imágenes de la estructura de la materia sólida cristalizada, para lo que aprendió a utilizar la difracción de rayos X. Este talento fue clave para la observación por primera vez de la estructura del ADN. En 1951, Franklin entraba a trabajar en el King’s College de Londres como investigadora asociada. Allí, gracias a sus conocimientos, desarrolló la técnica y el instrumental para fotografiar muestras de ADN que permitían reconocer su misma estructura.

La aportación de Franklin, sin embargo, fue menospreciada y olvidada. En 1953 las imágenes fueron divulgadas sin su permiso, y su aportación no fue reconocida. Cuando en 1962 se otorgó el premio Nobel de Fisiología a James Watson y Francis Crick por este hallazgo, Franklin ya había fallecido a causa de un cáncer de ovarios, provocado probablemente por las largas horas de exposición a los rayos X sin la protección necesaria. Ninguno de los dos mencionó el mérito de Franklin, algo que salió a la luz años después y que les convirtió en dos de las personalidades más despreciadas del panorama científico.

3. Douglas Prasher, de investigador a conductor de autobuses

En algunas ocasiones, el comité que elige a los merecedores de un premio Nobel decide seleccionar, no al autor de un descubrimiento espectacular, sino a aquellos que han dado pasos cruciales para facilitar la investigación en general. Es un premio a los obreros de la ciencia, por decirlo de alguna forma, a aquellos que dieron con procesos que han servido a sus colegas en todo el mundo. Douglas Prasher habría estado en esta categoría, de haber sido premiado alguna vez.

Lo que Prasher consiguió fue descubrir, aislar y reproducir el gen que expresa la proteína verde fluorescente (GFP), una proteína que produce la medusa Aequorea victoria y que se utiliza como marcador en investigaciones biomédicas, ya que permite ver procesos que antes eran invisibles al ojo humano. Solo hay que asociarla a aquello que se quiera observar y buscar el brillo verde fluorescente que emite. Su uso es muy común en la boratorios de todo el mundo, y fue Prasher el primero que logró hacerla útil en este sentido. Pero no solo eso, sino que además, en un gesto de generosidad y vocación por el avance científico, compartió su descubrimiento libremente.

En el año 2008, el Premio Nobel de Química fue para los descubridores tanto de la GFP como del proceso para producirla. Y sin embargo, Prasher no estaba entre ellos. Por entonces, había perdido su trabajo como científico y trabajaba como conductor de un autobús en Alabama, Estados Unidos, para paliar los problemas económicos de su familia. Por qué quedó excluido del galardón sigue siendo algo sin aclarar. Según Roger Tsien, uno de los premiados, y amigo y admirador de Prasher, "los únicos que lo saben no lo quieren decir. Supongo que lo sabremos dentro de unas décadas, cuando no quede nadie a quien le importe".

Como contrapartida, y aunque sea un consuelo menor frente a la falta de un Nobel, desde entonces Prasher ha vuelto a investigar, precisamente en el laboratorio de Tsien. Asegura que de su trabajo como conductor de autobuses le queda algo muy positivo: "Ahora no me tomo la vida tan enserio, y descubrí que disfruto mucho hablando con la gente. Bueno, al menos con casi toda la gente".

5. Jocelyn Bell, escuchando el espacio

Son varias las mujeres incluídas en esta lista, porque fueron muchas las veces en las que su aportación a grandes descubrimientos fue omitida a la hora de ser premiados. Nacida en Belfast, Irlanda, en 1943, Jocelyn Bell era hija de un arquitecto y ávido lector en cuya biblioteca comenzó a enamorarse de la astronomía. En 1965 se graduó en Física por la Universidad de Glasgow, y más tarde comenzó su doctorado en la Universidad de Cambridge. Fue durante este periodo cuando descubrió los púlsares.

Los dos primeros años en Cambridge, Bell se dedicó a colaborar en la construcción de un radiotelescopio que captaba señales de radio y las representaba como gráficas. Utilizó el instrumento para analizar un total de 120 metros de gráficos impresos en papel cada más o menos cuatro días. Tras varias semanas, Bell descubrió unas extrañas marcas en el papel, producidas por una señal demasiado rápida y demasiado regular para provenir de un quásar. A pesar de su insignificante apariencia, la joven reconoció la importancia de esa señal. Acababa de detectar la primera evidencia de la existencia de un púlsar.

Claro que en aquel momento no sabía lo que era aquella señal. Ella y su director de tesis, Anthony Hewish denominaron la señal LGM, las iniciales de Little Green Men (pequeños hombres verdes). Pensaron que podían perfectamente ser señales de extraterrestres.

En 1968 el descubrimiento de Bell fue publicado en la revista Nature. Investigaciones posteriores identificaron las señales como provenientes de estrellas de neutrones girando a gran velocidad. Recibieron el nombre de púlsares. En 1974 Hewish y Martin Ryle recibieron el Nobel de Física por el descubrimiento de los púlsares, el primero dado a un trabajo astronómico. Bell no fue incluida en el reconocimiento, algo a lo que ella siempre ha quitado importancia.

6. Nikola Tesla, el falso rechazo del Nobel

Existe la falsa creencia, bastante generalizada, de que Nikola Tesla fue elegido para ganar el Nobel de Física en 1915 junto a Thomas Edison, pero que el primero lo rechazó debido al profundo enfrentamiento que mantenía con el inventor estadounidense. También hay quien afirma que lo rechazó ya que no estaba de acuerdo con que el italiano Guillermo Marconi lo hubiese recibido en 1909, ya que le acusaba de haberle robado la patente de la radio.

Lo cierto es que, según cuenta Francisco R. Villatoro, en los archivos históricos de la Academia de Suecia sobre los Nobel solo hay una entrada referida a Tesla, y fue una nominación para el premio en 1937. Lo de 1915, por tanto, no es más que un bulo.

Sin embargo, el premio a Marconi, aunque indiscutiblemente merecido, quizá habría sido justo que se compartiese con Tesla. Él fue el primero en postular la posibilidad de que comunicarse a través de ondas de radio en 1891, y fabricó sus primeros prototipos poco después. Debido a problemas administrativos con el reconocimiento de las patentes, no fue hasta la década de los 40 cuando un tribunal estadounidense determinó que los trabajos de Tesla eran efectivamente anteriores a los de Marconi, y por tanto, el mérito era compartido.

7. El CERN, la aportación colectiva

En el año 2013, la Academia Sueca de las Ciencias decidía reconocer a Peter Higgs y François Englert por el descubrimiento del bosón de Higgs. Este elemento de la física de partículas, considerablemente compleja de entender para cualquiera que no tenga unos conocimientos científicos medianamente avanzados, ejerce sin embargo una fascinación innegable entre el público. El término higgsteria bautiza con humor este interés mediático por el descubrimiento.

El trabajo de Higgs y Englert fue sin embargo llevado a cabo en 1964, décadas antes de la concesión del premio. ¿Por qué el retraso? Porque el suyo fue un trabajo teórico. Propusieron la existencia de esta partícula y conjeturaron sus propiedades, pero no pudieron probarla, no con los instrumentos disponibles por entonces.

Hoy, sin embargo, las herramientas son otras. Fue gracias al trabajo de centenares de científicos en el CERN, que propusieron y llevaron a cabo los experimentos para probar la existencia del bosón de Higgs, que Higgs y Englert vieron confirmadas sus teorías. El trabajo de estos equipos fue tan crucial como el de los dos premiados, y sin embargo, el CERN quedó fuera del reconocimiento. Esto es por que, según las normas de los Nobel, los galardones serán entregados a un máximo de tres científicos, lo que supone un problema a la hora de premiar descubrimientos colectivos como fue el del bosón de Higgs.

8. Albert Shatz, un nuevo antibiótico

En los años 20 del siglo XX, Alexander Flemming se convirtió en uno de los grandes héroes de la humanidad al descubrir el efecto de la penicilina, un hongo capaz de matar a algunas de las bacterias más peligrosas para el hombre. Pero no para todas. La tuberculosis, una enfermedad infecciosa del sistema respiratorio, seguía causando miles de muertes al año en todo el mundo, y la penicilina no tenía efecto sobre la bacteria que desencadenaba la infección.

Esto es así porque las bacterias que causan enfermedades pueden dividirse en dos categorías: las que tienen la pared celular más fina, y las que la tienen más gruesa. La penicilina solo funciona con las segundas, y la que causa la tuberculosis encaja en el primer grupo. Era necesario otro agente antibiótico que completase el trabajo de la penicilina. Albert Schatz lo descubrió en la década de los 40, y lo bautizó como estreptomicina.

En 1952, Selman Waksman, supervisor de Schatz, fue nombrado ganador del Nobel en Medicina por el descubrimiento de la estroptomicina. Schatz había cedido todos los derechos comerciales sobre el medicamente, y no era mencionado por la Academia como merecedor del galardón. Demandó a su supervisor, y ganó, obteniendo la mitad de los royalties y siendo reconocido como coautor del descubrimiento, pero nunca fue incluido dentro del Nobel.

Si a alguien totalmente ignorante de lo que se mueve en la esfera científica hubiese que explicarle cuál es la importancia de los Premios Nobel, le diríamos que son como los Óscar de la ciencia. Estos galardones, que entrega cada año la Real Academia Sueca de las Ciencias, son el máximo reconocimiento que puede obtener un investigador en su campo, y obtener uno significa entrar en un selecto club de grandes genios.

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