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'Crowdfunding' fallido: "Me ha ido genial... tanto que me arruiné"
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UNO DE LOS MAYORES FIASCOS DE KICKSTARTER

'Crowdfunding' fallido: "Me ha ido genial... tanto que me arruiné"

Convertirse en emprendedor de la noche a la mañana es una aventura que sólo los que la han vivido conocen a fondo las sensaciones y emociones

Foto: 'Crowdfunding' fallido: "Me ha ido genial... tanto que me arruiné"
'Crowdfunding' fallido: "Me ha ido genial... tanto que me arruiné"

Convertirse en emprendedor de la noche a la mañana es una aventura que sólo los que la han vivido conocen a fondo las sensaciones y emociones que uno va sufriendo a medida que avanza el proyecto. En este sentido, es de perogrullo afirmar que para que un negocio marche bien tiene que contar con una cartera de clientes lo más elevada posible y que el producto nos lo quiten de las manos. Sin embargo, en ocasiones y si los cálculos no están bien hechos y al tiempo coinciden varios elementos que dinamitan la estructura de costes, el paraíso se convierte en pesadilla de la noche a la mañana. 

Algo así le sucedió al joven británico Ed Carter, que mantenía, como hobby, un pequeño negocio orientado a la fabricación de juegos de mesa, y se propuso crear una edición especial de uno de los juegos de su catálogo, y optó por aventurarse en el crowdfunding. Este sistema de financiación parecía el más apropiado y además no se corrían excesivos riesgos. Pero nuestro hombre no contó con un elemento inesperado: su juego resultó ser un éxito y recibió el triple de la cantidad demandada en apenas unos días.

La alegría, llegados a ese punto, era incontenible. Carter siempre se había planteado esta aventura como un juego y tal vez por este motivo no calibró el alcance de los términos en los que iba a recibir las aportaciones de esta edición especial de Glory to Rome: los aportadores de capital recibirían el juego de forma totalmente gratuita mediante un sistema ideado por el británico y en el que los compradores deberían acercarse a la tienda más cercana para recoger su juego. 

Cambridge Game Factory, la firma de nuestro hombre, se encargaría de cubrir la distribución hasta los puntos de venta, en un sistema de capilaridad con el que Carter confiaba se contribuiría a estrechar las relaciones entre los clientes y el punto de venta, y así ganarse la amistad de estos últimos de cara a una mejor promoción de futuros títulos. Hay que tener en cuenta que se trata de un juego con muy poco valor añadido y, por este motivo, los gastos de distribución juegan un papel clave en la rentabilidad del producto. Pero fue aquí donde comenzó la cadena de errores de este emprendedor.

En primer lugar, asumió que la distribución tendría lugar únicamente en Estados Unidos, pero gracias a la globalidad de internet, le llegaron pedidos desde rincones remotos del planeta (le llegaron la friolera de 100 pedidos de Australia). Estaba claro que con semejante volumen de pedidos y la dispersión de los mismos, el asunto de la distribución iba a ser una patata caliente que tendrían que tratar e intentar minimizar el impacto en las cuentas. 

Pero los problemas no habían hecho sino comenzar: contactó con un fabricante chino a quien encomendó un voluminoso pedido, pero una cadena de despropósitos comenzó a complicar más las cosas si cabe: uno de sus empleados estrella, el que además hablaba chino, abandonó el barco por desavenencias, precisamente a cuenta del envío gratuito, y la firma se quedó temporalmente sin interlocución con los asiáticos. 

A este inconveniente hay que añadir un detalle que a la postre resultó crítico en esta desastrosa gestión del proyecto: a nadie se le ocurrió poner la etiqueta de Frágil en el embalaje, y en los almacenes previos al envío las cajas se apilaron unas encima de otras destrozando buena parte del material.

Se mascaba la tragedia y lo que parecía un proyecto de ensueño pronto se convertiría en una pesadilla. Pasaba el tiempo y los que habían aportado su dinero en Kickstarter comenzaban a impacientarse. Nuestro hombre estaba cada vez más centrado en no salir demasiado esquilado del asunto y como consecuencia de ello desatendió su trabajo. 

Pronto se vio de patitas en la calle, con miles de clientes que comenzaban a amenazarle con acciones legales, el interlocutor chino missing y una buena colección de palés aplastados en algún punto de Asia. Así las cosas, tuvo que vender todas sus propiedades, incluyendo su casa, y empezar de cero. Por fortuna, tiene ya un nuevo trabajo y lo que es más importante, no se arrepiente: “el mundo de los negocios es una de las mejores aventuras que existe”, bromea, “he aprendido un montón, y el juego es buenísimo”.

Esta rocambolesca historia es una más de las que a diario copan las páginas de crowdfunding, un sistema de financiación en el que cualquiera, con una idea y un plan de negocio más o menos cerrado, puede pasar del anonimato al estrellato en apenas unas horas. Sin embargo, también tiene sus claroscuros: se estima que el 84% de los proyectos nunca cumple los plazos previstos y hay que recordar que hay una buena colección de inversores detrás de ellos que ya han ingresado el dinero en las arcas de estos emprendedores. Y por otro lado son muchísimos los proyectos que no cruzan el rubicón de la financiación mínima quedándose en un mal sueño. Para el resto, la gloria y muchos titulares.

Convertirse en emprendedor de la noche a la mañana es una aventura que sólo los que la han vivido conocen a fondo las sensaciones y emociones que uno va sufriendo a medida que avanza el proyecto. En este sentido, es de perogrullo afirmar que para que un negocio marche bien tiene que contar con una cartera de clientes lo más elevada posible y que el producto nos lo quiten de las manos. Sin embargo, en ocasiones y si los cálculos no están bien hechos y al tiempo coinciden varios elementos que dinamitan la estructura de costes, el paraíso se convierte en pesadilla de la noche a la mañana.