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La paradoja de Donald Trump: nieto, hijo y marido de inmigrantes
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LA 'FIEBRE' DE su abuelo y un burdel en seattle

La paradoja de Donald Trump: nieto, hijo y marido de inmigrantes

Su caballo de batalla favorito son los inmigrantes: amenaza existencial para la América blanca y de bajos ingresos que le apoya. Y sin embargo, la paradoja: Trump es fruto genuino de la inmigración

Foto: El candidato presidencial republicano Donald Trump abraza una bandera de EEUU durante un mitin electoral en Derry, New Hampshire, el 19 de agosto de 2015 (Reuters).
El candidato presidencial republicano Donald Trump abraza una bandera de EEUU durante un mitin electoral en Derry, New Hampshire, el 19 de agosto de 2015 (Reuters).

La ira de Trump sigue llenando la panza de la actualidad en EEUU. Su caballo de batalla favorito es la inmigración: amenaza existencial para la América blanca, resentida y de bajos ingresos que le da su apoyo. Sin especificar cómo, el precandidato presidencial quiere deportar a los 11,3 millones de personas sin papeles que viven en el país, arrebatar la ciudadanía a los bebés nacidos allí y levantar un muro de casi 5.000 kilómetros en la frontera con México “para mantener a los ilegales fuera”.

Algunos le han acusado de incitar al odio racial, como Randy Blazak, profesor de la Universidad de Oregon, criminólogo y experto en crímenes de odio: “Trump explota el 'fanatismo cortés' que yace bajo la superficie de América”, explica a este diario por email. “Hay una larga tradición de odio a los inmigrantes como forma aceptada de fanatismo. Trump ha dado permiso (a los votantes) para expresar comentarios racistas y ha sido recompensado por ello”. Blazak aclara que los ataques de Trump se dirigen sobre todo a “gente marrón”, que designa a latinoamericanos, indios o árabes.

Y sin embargo, la paradoja: Donald Trump es fruto genuino de la inmigración. Es hijo, nieto y esposo (en dos ocasiones) de extranjeros que llegaron a Estados Unidos buscando un futuro mejor. Mire adonde mire, Trump no tiene escapatoria: está rodeado por inmigrantes.

Un burdel en el 'barrio rojo' de Seattle

La saga americana de los Trump comenzó en 1885, cuando Friedrich Drumpf, alemán de Kallstadt, desembarcó en Manhattan con 16 años y una maleta. Huía en secreto del modesto viñedo familiar, de su madre viuda y de la profesión de barbero para la que se había formado. El joven Friedrich no tardó en aprender inglés y “nativizar” su nombre: Frederick Trump. Se dejó crecer un bigote señorial y puso rumbo al Oeste, consumido entonces por la fiebre del oro.

Más que el mineral en sí, Frederick codiciaba el sueldo de los trabajadores. Primero explotó un burdel en el “barrio rojo” de Seattle. Luego se mudó a la ciudad minera de Monte Cristo, donde construyó un hotel con restaurante y burdel para esparcimiento de los obreros. A Monte Cristo siguieron negocios parecidos en otros lugares boyantes de EEUU.

“Trabajó en un medio muy exigente, recorriendo pasos de montaña en invierno acarreando material”, dice a El Confidencial Gwenda Blair, profesora de Periodismo de la Universidad de Columbia y autora de Donald Trump: Master Apprentice. “Era muy tenaz; hacía lo que fuese necesario para tener éxito. Esa determinación pasó a su hijo, padre de Donald, y al propio Donald. Mucha persistencia, no abandonar nunca, no dudar en forzar las reglas. Es la cultura familiar”.

Frederick acabó instalado en Queens, Nueva York, donde su mujer, otra inmigrante alemana, dio a luz a Frederick junior, padre del actual precandidato presidencial. Empujado por una sed parecida a la de Friedrich, aunque más metódico, Fred Trump creó un pequeño imperio inmobiliario levantando viviendas de clase media en los distritos de Brooklyn y Queens.

La otra pieza del puzzle migratorio

La segunda pieza de este puzzle migratorio es Mary Anne Trump, nacida McLeod. Esta escocesa hija de pescadores conoció a Frederick Trump junior cuando visitaba a su hermana en Nueva York. Se casaron y tuvieron cinco hijos. El cuarto de ellos, Donald, de 69 años, demostró ser una mezcla letal del temperamento de sus padres.

“La madre de Donald Trump era muy sociable y tenía un gran instinto dramático; le gustaba llamar la atención”, continúa Blair. “El padre de Donald era un hombre de negocios muy astuto, muy bueno recortando costes en todo y aparentemente muy tímido. No le gustaba estar en el candelero, pero a su mujer le encantaba. Donald es una mezcla de ambos: tiene la perspicacia del padre para los negocios y la predilección materna por ser el foco de atención”.

En 1977, el empresario se casó con Ivana Zelníčková, modelo checoslovaca y excampeona de esquí, que pronto ejerció como decoradora del imperio Trump. El magnate continuaba así la tradición familiar: sus abuelos eran inmigrantes, su madre también y, ahora, su esposa. Y después de un costoso divorcio con Ivana, Donald Trump se casó con otra extranjera, Melania Knauss, en 2004: una diseñadora de relojes y joyas y exmodelo nacida en Eslovenia, antigua Yugoslavia. Dos años después de su boda, Melania Trump obtuvo la nacionalidad estadounidense.

“Trump nunca ha tenido problema en ser contradictorio”, declara Gwenda Blair. “Él siempre ha estado centrado en la audiencia. Su base de poder es un gran número de americanos que se sienten defraudados, que creen que América ya no es grande porque hay gente de fuera que se ha metido en el camino. Trump ha dedicado toda su carrera a construir su propia marca, a venderse. Hay quien lo llama 'post-política': ya no importa la política en sí, sino cómo se vende. Está en las portadas de los periódicos todo el tiempo y nadie presta atención a qué haría concretamente si es presidente”.

“Casi todos los estadounidenses son descendientes de inmigrantes”, concluye Randy Blazak. “La mentalidad es que todo aquel que llegó antes es legítimo, un 'americano real', y no quien vino luego. Hace 100 años los inmigrantes irlandeses no eran considerados 'blancos'. Tendemos a romantizar a nuestros ancestros inmigrantes y a demonizar a los actuales, pero son exactamente lo mismo”.

La ira de Trump sigue llenando la panza de la actualidad en EEUU. Su caballo de batalla favorito es la inmigración: amenaza existencial para la América blanca, resentida y de bajos ingresos que le da su apoyo. Sin especificar cómo, el precandidato presidencial quiere deportar a los 11,3 millones de personas sin papeles que viven en el país, arrebatar la ciudadanía a los bebés nacidos allí y levantar un muro de casi 5.000 kilómetros en la frontera con México “para mantener a los ilegales fuera”.

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