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El 'cáncer' del olvido de los extorsionados por ETA: "No son víctimas de segunda clase"
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El 'cáncer' del olvido de los extorsionados por ETA: "No son víctimas de segunda clase"

Un libro ahonda en el "sufrimiento demencial" que vivieron los empresarios que fueron víctimas del chantaje de la banda terrorista entre la actitud "distante" de la sociedad vasca

Foto: Izaskun Sáez de la Fuente posa con el libro 'Misivas del terror'. (EFE)
Izaskun Sáez de la Fuente posa con el libro 'Misivas del terror'. (EFE)

Es extremadamente difícil poner cifras a un terrorismo invisible. Los diferentes estudios que han abordado la extorsión de ETA a los empresarios apuntan a que ha habido más de 10.000 víctimas. Pero esta cifra se queda muy corta porque este número empieza a correr en 1993, cuando los códigos alfanuméricos de las cartas de extorsión de ETA permitieron a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado certificar esta violencia silenciosa. Hasta entonces, predomina la oscuridad. El mal llamado ‘impuesto revolucionario’, un eufemismo del lenguaje que “contribuyó a la consolidación social” del chantaje, se había institucionalizado a principios de los setenta y la indiferencia ciudadana hacia estas prácticas, cuando no respaldo, durante los años de plomo del terrorismo engordan las cifras con muchos kilos. "La cifra es muchísimo mayor", admite la socióloga Izaskun Sáez de la Fuente.

Más allá de los números, a lo largo de 50 años ha perdurado la no visibilización de las consecuencias del fenómeno de la extorsión de ETA, fruto de la estrategia de “la privatización del chantaje terrorista” a la que contribuía tanto la banda terrorista como los empresarios extorsionados. El libro ‘Misivas del terror’, elaborado por la Universidad de Deusto, aporta una visión ético-política de la extorsión y la violencia ejercida por ETA contra el mundo empresarial. No ha sido fácil dar contenido a sus páginas. Han sido necesarios más de tres años de trabajo que han implicado a varios investigadores del Centro de Ética Aplicada de esta institución académica y que han tenido que hacer frente a diversas dificultades, comenzando por los reparos de los propios afectados por estas prácticas mafiosas. El “sentimiento de culpabilidad”, se pagara o no a la banda terrorista, pesa todavía mucho. Como también el miedo a lo que pueda suceder todavía a día de hoy. De cada tres gestiones realizadas para contar con el relato de los afectados solo fructificó una. Las palabras de los que hablaron dan cuerpo a un estudio que se nutre del testimonio personal de 66 víctimas del chantaje de ETA y 140 cuestionarios 'online'.

De partida, ‘Misivas del terror’ busca rebelarse contra la catalogación de “víctimas de segunda clase” dada a los empresarios extorsionados por ETA. “Son víctimas de primera clase y están en el mismo plano que las demás víctimas”, sostiene Sáez de la Fuente, que ha liderado esta investigación. La profesora de Ética en la Universidad de Deusto lo tiene muy claro: “Todas las personas que han sufrido la extorsión, con independencia de su comportamiento antes, durante y después del chantaje, han sido víctimas”.

"Todas las personas que han sufrido la extorsión, con independencia de su comportamiento antes, durante y después del chantaje, han sido víctimas"

¿Se sucumbió al chantaje de ETA en términos generales? Los testimonios de los afectados y los datos disponibles a nivel policial y judicial llevan a una conclusión: “La mayoría no pagó”, sentencia. Ahora bien, no hay duda de que “los que pagaron fueron suficientes para mantener la actividad de ETA durante casi 50 años”. Su dinero contribuyó a mantener operativo el terrorismo pero también la responsabilidad ciudadana. “Buena parte de la sociedad mantuvo una actitud indiferente y públicamente distante hacia las víctimas del terrorismo en general y de la extorsión en particular”, apunta. Este arraigo social de la extorsión fue un “ingrediente clave” en la persistencia del fenómeno del chantaje. “Los prejuicios y la estigmatización alimentaron una desvalorización social de la figura del empresario que le hacía corresponsable de su propia victimización”, expone Sáez de la Fuente.

Todo empezaba con la primera carta recibida para contribuir económicamente a “la causa”. Era el punto de inflexión. “Marcaba un antes y un después en la vida de los destinatarios”. Aunque más o menos podían prever la llegada de la carta, nadie estaba preparado para ese momento. De los testimonios escuchados en primera persona, Sáez de la Fuente lo describe como una sensación similar a cuando un médico comunica a un paciente que tiene cáncer. Es más, hay una anécdota que ilustra de forma macabra el “sufrimiento demencial” que han tenido que soportar: uno de los empresarios llegó a recibir estas dos notificaciones de cáncer el mismo día: primero la del doctor y luego la de ETA.

Algunos empresarios han soportado la extorsión durante más de tres largas décadas. En algún hogar se ha llegado a acumular una decena de cartas mafiosas. Si la intimidación no tenía su efecto en primera persona, la presión se incrementaba por otras vías mediante pintadas, pasquines, fotos dentro de dianas, concentraciones ante la empresa o el domicilio o, incluso, el envío de cartas de amenaza dirigidas a familiares o a los hijos menores de edad. Si el histórico dirigente ‘abertzale’ Rufi Etxeberria, hoy uno de los líderes de Sortu, fue el promotor de la infame “socialización del sufrimiento”, ETA y su entorno fueron los artífices, logrando un gran éxito, de "la socialización del miedo” entre el mundo empresarial. Para ello la banda terrorista y su “amplia red de informadores, delatores y colaboradores” contaban con la “perversión del lenguaje” para “legitimar la extorsión”: ETA no secuestraba, recluía a los enemigos en la cárcel del pueblo; ETA no asesinaba, ejecutaba una condena; ETA no extorsionaba, exigía dinero para contribuir a la liberación de Euskal Herria. ¿Consecuencia de esta presión? “Algunas víctimas o sus familiares más próximos sufrieron trastornos psicológicos temporales e incluso crónicos y, de forma más generalizada, tendencias hacia el retraimiento social”, expone Sáez de la Fuente.

Foto: ETA pide hasta 800.000 euros en sus últimas cartas de extorsión

La socióloga llama a no caer en afirmaciones “categóricas” ni en la “intransigencia” a la hora de abordar la actitud de los empresarios ante la violencia de ETA. Cada caso es particular dentro de un escenario general, donde “el entorno de la izquierda 'abertzale' y su vanguardia juvenil legitimó e, incluso, contribuyó a que la dinámica de la extorsión y las prácticas mafiosas funcionase en los pueblos y barrios como realidad autoevidente”, en especial en municipios dominados por el entorno radical. Ante esta presión, la mayoría de los empresarios optó por mantener el asunto en privado por miedo o por no preocupar a la familia. En otros casos, se impuso “el desarraigo, la ruptura de relaciones o el sentimiento de culpabilidad”. Entre los que se atrevieron a contarlo en círculos políticos, institucionales o personales hubo quienes recibieron el consejo de pagar o marcharse de Euskadi. Pero no era fácil, ya que las consecuencias de la actuación no se limitaban al ámbito judicial sino que sus tentáculos llegaban a nivel personal y al entorno. “Además de ser víctimas, ETA les obligaba a ser cómplices de su mal”, asevera Sáez de la Fuente. Hubo exilios interiores, pero también alguna fuga de Euskadi.

Los diferentes estudios apuntan a que ha habido más de 10.000 víctimas de la extorsión de ETA aunque la cifra de afectados es "muchísimo" mayor

Muchos factores influían a la hora de enfrentarse a la situación. Al margen de los condicionantes externos también entraban en juego factores como la fortaleza personal o la claridad moral de cada uno. En términos generales, se supo “racionalizar” el miedo. Pero hubo miles de historias. Hubo quien llegaba a salir de la oficina por el tejado. Otros se negaron públicamente a abonar el ‘impuesto revolucionario’, como Luis Legasa o Joxe Mari Korta, que acabaron pagando el precio de su vida. Sus nombres integran la negra lista de 40 empresarios asesinados por ETA. En esta nómina no está Juan Alcorta, uno de los primeros empresarios que se negó a ceder a la extorsión de la banda terrorista, y que fue catalogado como “el hombre de la dignidad”. No dudó en enfrentarse a la banda terrorista y siempre rechazó el término de “héroe”. Su histórica carta abierta a ETA corta el aliento. “Me rebela la idea de tener que pagar para salvar la vida, de ceder al miedo absoluto de morir. No soy un héroe, no quiero serlo (…). Pero algo hay en mi conciencia, en mi manera de ser, que prefiero cualquier cosa que ceder a un chantaje, que está destruyendo mi tierra, a mi pueblo y a mi gente”, proclamaba para lanzar un mensaje directo a la banda terrorista: “ETA, seguiré viviendo como he vivido siempre. Me veréis en las empresas de las que soy responsable, me veréis en Atocha aplaudiendo a la Real, me veréis en algún partido de pelota, me veréis en alguna sociedad popular cenando (…). Así, pues, no tendréis necesidad de buscarme, como decíais en la carta”.

Foto: El Ministerio Público denuncia un aumento de las cartas de extorsión de ETA a empresarios

El “caldo de cultivo” que posibilitó la “justificación social” de la extorsión encontró un “punto de inflexión” en los años noventa cuando la ciudadanía comenzó a reaccionar al hilo de la “visibilización de algunos colectivos de víctimas” y, en especial, por la irrupción de Gesto por la Paz y el lazo azul, que “lideraron los diversos tipos de movilizaciones contra los secuestros, la mayoría de ellos contra personas relacionadas con el mundo empresarial”. Es entonces cuando, aunque “de forma minoritaria”, va surgiendo una actitud de rechazo a la violencia y de “solidaridad” con las víctimas que empieza a hacer frente a esa izquierda ‘abertzale’ que “ha sido cómplice de la víctimización de miles de personas”.

Uno de los empresarios llegó a recibir las dos notificaciones de 'cáncer' el mismo día: primero la del médico y luego la carta de la banda terrorista

Por ello, ‘Misivas del terror’ no solo surge para contribuir a “la rehabilitación de la figura de las víctimas” extorsionadas por ETA y al “reconocimiento social de su sufrimiento”, sino también para “clarificar responsabilidades” dentro de la izquierda ‘abertzale’, que, según afirma la investigadora, “tiene una responsabilidad especial a la que debe hacer frente” en el caso de que “verdaderamente quiera favorecer la restitución de la identidad cívica y la regeneración de la democracia”. Precisamente, el objetivo de impulsar la memoria y evitar que la barbarie cometida en todas sus expresiones vuelva a repetirse movió a los 66 empresarios que dan cuerpo al libro a ofrecer sus testimonios. “Con cada entrevista que se iba realizando aumentaba nuestro compromiso por dar cuenta de este sufrimiento”, resalta el director del Centro de Ética Aplicada de Deusto, Javier Arellano.

Sus voces son la realidad narrada en primera persona. Luego está la realidad de la novela de ficción, con la ilustrativa ‘Patria’ a la cabeza, que completa este puzle del chantaje terrorista y profundiza en el siempre pantanoso terreno de los dilemas éticos. “Es un adecuado complemento”, pone en valor Sáez de la Fuente, quien se adentró en las páginas de Fernando Aramburu cuando ya había entregado su investigación a la editorial.

Es extremadamente difícil poner cifras a un terrorismo invisible. Los diferentes estudios que han abordado la extorsión de ETA a los empresarios apuntan a que ha habido más de 10.000 víctimas. Pero esta cifra se queda muy corta porque este número empieza a correr en 1993, cuando los códigos alfanuméricos de las cartas de extorsión de ETA permitieron a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado certificar esta violencia silenciosa. Hasta entonces, predomina la oscuridad. El mal llamado ‘impuesto revolucionario’, un eufemismo del lenguaje que “contribuyó a la consolidación social” del chantaje, se había institucionalizado a principios de los setenta y la indiferencia ciudadana hacia estas prácticas, cuando no respaldo, durante los años de plomo del terrorismo engordan las cifras con muchos kilos. "La cifra es muchísimo mayor", admite la socióloga Izaskun Sáez de la Fuente.

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