Es noticia
Enrique González o cómo sobrevivir a dos atentados de la etarra Inés del Río
  1. España
RELATO DE UNA DOBLE VÍCTIMA DE eta

Enrique González o cómo sobrevivir a dos atentados de la etarra Inés del Río

Pasión y supervivencia a duras penas; soledad infinita y dolor perpetuo. Es la condena del terror a las víctimas que sobreviven a sus atentados y con

Foto: Enrique González. (E. Villarino)
Enrique González. (E. Villarino)

Pasión y supervivencia a duras penas; soledad infinita y dolor perpetuo. Es la condena del terror a las víctimas que sobreviven a sus atentados y con la que riega su semilla, la del espino con puntas como cuchillos que van segando la vida. El principio y fin: "Sus lágrimas son nuestras risas y terminaremos a carcajada limpia". Lo tiene escrito el asesino en serie Iñaki de Juana Chaos, huido.

El mismo que el 9 de septiembre de 1985, sobre las siete de la mañana, esperaba en la madrileña plaza de la República Argentina la entrada de un autobús lleno de guardias civiles. Su objetivo: volarlo. Junto a él, sus compinches del Comando Madrid, del que formaba parte Inés del Río, entre rejas, condenada a más de 3.000 años de cárcel por 23 asesinatos consumados y más de 50 en grado de tentativa; la misma criminal que apeló ante un tribunal de la Unión Europea la defensa de sus derechos humanos con el fin de tumbar la doctrina Parot que la obligaría a pasar 30 años a la sombra, aunque de 3.000 a 30 ya parezca sustanciosa la gracia de la quita: poco más de año de pena por asesinado. Y por la historia truncada de Enrique González, su doble víctima, ni unos minutos.

placeholder

Lunes, 9 de septiembre de 1985. Siete de la mañana de "un día como otro", recuerda el exguardia civil Enrique González. “Llegué a mi unidad, me puse el uniforme y subí al autobús. Hice risas con los compañeros. Unos más habladores, medio dormidos los que habían alargado la velada... Empezaba la ruta de todos los días a las mismas embajadas; el mismo recorrido, a la misma hora, que si no va uno va otro, pero siempre lo mismo. Habíamos dicho que hacíamos algo muy peligroso, pero respondían que se tomaban medidas. ¿Y qué medidas? Si hoy no pasas por la derecha ya pasarás mañana, y si no al otro... y te cazaré. Mi destino era el consulado de Rusia, en Carbonero y Sol. Era una mañana normal, un servicio normal".

Dieciséis guardias en un autobús desde la Dirección General del Instituto Armado, en la calle de Guzmán el Bueno, hacia la de Serrano. Cuántas veces Enrique y el resto del convoy habían reclamado hacer el trayecto en Metro, "en vez de ser dianas andantes". De paisano hasta la embajada, "y una vez allí cambiarnos con el uniforme. Pero nos ponían la excusa de que la pareja tenía que salir con la hoja de servicio firmada. Era la mentalidad de entonces. Y luego el afán de que no nos escondiésemos. El teniente coronel decía que había que dejarse ver".

Pasan diez minutos de las siete de la mañana de "un día más. Y llegamos rápidamente a República Argentina, sin tráfico a esas horas. Paramos en el primer semáforo, en rojo. El de salida hacia Carbonero y Sol y Vitrubio, en verde. Aparece un tipo corriendo delante del autobús. Alguien comenta que vaya horas para correr y que eso no podía ser bueno. Yo iba en la parte de atrás, asiento central. En rojo el semáforo siguiente, pero el conductor decide no parar al ver un coche aparcado que no debía estar. Si para, no salimos vivos ninguno. Faltaban 200 metros para llegar a mi destino"

"Un estruendo. El autobús vuela. Abro los ojos. Todo amarillo. Un instante. Luego, todo oscuro. Me vi entre los asientos de delante. No sé cómo llegué. Esa aureola amarilla no sé si eran llamas o un fogonazo... No sé. Perdí la consciencia. No sé cuánto tiempo pasó hasta que me levanté. Creo que estaba solo, pero no lo sé seguro. Oía: ‘¡salid, salid salid!’. Tras los gritos, disparos. Fui consciente entonces de que nos habían cazado y que era un atentado. El hombre que corría, Eugene Kenneth Brown, un norteamericano, saltó por los aires".

Enrique González no sintió nada cuando el terrorista detonó el coche bomba y vio la explosión desde el otro lado de la plaza.

Pensé que lo que quedaba iba a estallar con las llamas. Me toqué las piernas. Empecé a incorporarme. Abajo, los tiros. ¡Madre mía! Me puse al lado de un compañero.¡Nos disparan desde el fondo, nos disparan! Había perdido el arma, volví a subir al autobús a recuperarla. Bajé. Me puse al lado. Seguían disparando. Vi gente al fondo, pero no sabía ni quiénes eran, ni en qué condiciones estaban los que nos disparaban. ¡Estaba tan aturdido! Pensé en las palabras del instructor de la Academia, de la que había salido con 20 años tres meses antes: si no estás seguro, no puedes usar el arma, no puedes disparar si no tienes claro a quién. Y me quedé con la metralleta montada, pero no apreté el gatillo. Mi compañero, Cirilo, vació dos cargadores. Él me decía, "dispara, dispara, que son ellos". Disparaban contra los que salíamos del autobús y solo corrieron cuando los compañeros repelieron la agresión. Los que estaban en peores condiciones se refugiaron por Carbonero y Sol. Yo vi dos o tres personas andar por allí. Los terroristas tenían al taxista metido en el maletero del taxi que estaba enfrente... Dios mío, cuántas veces he pensado en lo que viviría ese hombre, lo que pensaría al oír la explosión, los tiros...".

La rutina con la que había empezado la mañana del 9 de septiembre de 1985 se hizo añicos poco antes de las siete y cuarto. "Vi salir el taxi con los terroristas hacia Raimundo Fernández Villaverde, por Joaquín Costa. Los oídos me pitaban. La cabeza me iba a estallar. Los que nos podíamos mover atendíamos a los otros. Vi al americano reventado, no sé ni cómo consiguieron que viviera dos días...Luego empezaron a llegar las emergencias".

Cuenta este superviviente, que sufrió heridas de metralla en una pierna, cortes por todo el cuerpo y pérdida de audición, que, tras el infierno, lo primero fue pensar en su madre, que había sufrido la muerte de un hermano guardia en acto de servicio, y en su padre, que ese día hacía vigilancia de puertas en un destacamento de Prado del Rey. Nada más escuchar la noticia supo que le habían dado a su hijo."Me encontró en el Gregorio Marañon. Es la primera y única vez que he visto llorar a mi padre (...)".

Pero ese día aún tuvo este joven guardia que rendir cuentas ante su superior sobre los disparos con que se habían defendido. "Cuando me preguntó ‘¿quién ha disparado?’, pensé: me he salvado de una, pero no de ésta. Temí que hubiéramos dado a otra persona, me puse en lo peor".

A los quince días, tras las llamadas pidiéndole que se diera de alta, se incorporó al servicio. Y volvió a la ruta maldita de las embajadas, ahora distribuidos en dos grupos con dos Land Rover porque el autobús ya no lo tenían. Pero ya no volvió a ser el mismo. "Una vez que tuve el atentado, lo interioricé de tal manera que me daba vergüenza hablar de ello, que vieran que tenía miedo. No supe asumir lo que me había pasado: tenía terror y lo escondía".

placeholder

Viernes 25 abril de 1986. Siete de la mañana de otro día cualquiera y siete meses después del atentado de República Argentina. "Llegué y me cambié. Salieron los primeros compañeros en el Land Rover y, cuando íbamos a arrancar el segundo, nos avisan de que el primer coche ha caído y que había muertos. Los habían cazado en Juan Bravo con Príncipe de Vergara -5 guardias asesinados y cuatro más heridos graves-. Y se me vino todo encima. Dije que yo no salía, que eso era mandarnos a la muerte. "Si se niega a subir, será sedición". Monté el último y me puse al lado de la puerta. Fui durante todo el trayecto con ella abierta. Y si escucho lo más mínimo, me tiro. La gente iba en silencio. Yo estaba bloqueado. Llegué a mi destino, sabiendo que mis compañeros estaban muertos en la calle, que yo podía ser uno de ellos. Nunca supe qué hice en todo el día".

Y apenas sin tregua, el 14 de julio, de nuevo el Comando Madrid, pertrechado e informado por Inés del Río, acababa con la vida de 12 guardias civiles al estallar un coche bomba al paso del autobús en el que viajaban por la madrileña plaza de la República Dominicana.

Entonces Enrique pidió un cambio de destino. Recaló en un destacamento de Pozuelo, pero al año fue enviado forzoso al Norte. "El destino, Vitoria. Antes, un mes a San Sebastián, donde había una academia que llamaban la ikastola, para ambientarte. Y yo decía: en qué me van a ambientar a mí que no haya pasado ya. Jamás salí del cuartel si no era para hacer los servicios. Estar allí era estar con el enemigo. Vivía acojonado. Y cuando bajaba a Madrid me iba al psiquiatra y me daban pastillas".

"Pedí derecho de retorno y, después de un año en Vitoria, me devolvieron a la ruta de las embajadas. Como por entonces mataron a Carmen Tagle y dieron a mi unidad la protección de fiscales y jueces de la Audiencia Nacional, me destinaron al domicilio de Carlos Dívar. Estaba contento porque yendo de paisano, al menos, ya no era una diana andante".

Víctima ‘oficial’ de ETA sólo 14 años después

Enrique González fue declarado oficialmente víctima de ETA solo a partir de 1999, 14 años después de sufrir el atentado, cuando se celebraron los primeros juicios al Comando Madrid. Nadie le avisó. Acudió a la Audiencia "por casualidad". El arrepentido Juan Manuel Soares Gamboa, José Ignacio de Juana Chaos, Esteban Esteban Nieto e Inés del Río Prada fueron juzgados ese año por el atentado de la plaza de la República Argentina. El fiscal pidió 1.400 años de cárcel. Luego, hasta febrero de 2007 no fue condenada Belén González Peñalva -467 años- por este mismo crimen. "A éste si me llamaron como testigo, pero no pude decir nada. Como si aquello no fuera conmigo. Fue una indefensión total. Sentado en la sala y rodeado de los familiares de los terroristas volví a sentir miedo. Tenía enfrente a la gente que me había intentado matar y al lado a los que les apoyaban. No solo me habían querido aniquilar, sino que me habían destruido la vida".

Con la condena a González Peñalva, alias Carmen, -interlocutora de ETA con el Gobierno español, primero en las conversaciones de 1989 en Argel, y luego en 1999 en Suiza- Enrique González abandonó el Cuerpo. "Tras un fin de semana horrible en que no había pegado ojo, llegué con temblores a la Dirección General. No tenía pastillas y fui al botiquín. Me derrumbé. Confesé que sentía vergüenza porque alguien descubriera que vivía con miedo, que temía perder el trabajo, que no podía seguir así... Y ya no volví".

Marcado por el terror, su profesión fue durante años un secreto y su vida un calvario. "Ya ve, ahora el cambio climático es más importante para los españoles que el terrorismo, pero también la gente se protege y se quiere desinhibir de problemas: está en el ser humano. No hay mucha gente que se implique con las víctimas y más cuando no te ha tocado directamente, pero deben saber que ser víctima del terrorismo le puede tocar a cualquiera. Entonces éramos víctimas policías, guardias y militares. Oías: ‘va en el sueldo’. Cuando empezó con otros ya se decía: ‘algo habrá hecho’. Pero cuando esta lacra se fue expandiendo, y fue tocando a tantos como en Hipercor, la gente empezó a sensibilizarse más".

placeholder Estrasburgo anula la 'doctrina parot' y exige la excarcelación de del río

Marcado por la sinrazón asiste otra vez a un despropósito: Ines del Río apelando a los derechos humanos en la UE, que pide que se la indemnice con 30.000 euros y la excarcelación. "Siento vergüenza e indignación. ¿Acaso nosotros no teníamos ningún derecho, ni siquiera a vivir? ¿Qué indemnización ha pagado ella a las víctimas?Ninguna. Insolvente. Y tampoco ha pedido perdón ni se ha arrepentido. ¿Alguien garantiza que mañana, según está ahora la ETA, no pase a formar parte de ese núcleo duro y volvamos a 1985? Ni se han arrepentido, ni ETA ha entregado las armas. ETA está cogiendo dinero, está en la Administración y en el Parlamento. Tras la asfixia policial y económica vuelven a recibir oxígeno. Y mientras, hay víctimas que no han podido siquiera tener un juicio porque no saben quién fue el autor de su tragedia y los compinches callan".

Pasión y supervivencia a duras penas; soledad infinita y dolor perpetuo. Es la condena del terror a las víctimas que sobreviven a sus atentados y con la que riega su semilla, la del espino con puntas como cuchillos que van segando la vida. El principio y fin: "Sus lágrimas son nuestras risas y terminaremos a carcajada limpia". Lo tiene escrito el asesino en serie Iñaki de Juana Chaos, huido.

Doctrina Parot