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Zapatero despreció la petición de Alfonso Guerra para retirarse de la política como presidente del Congreso
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EL VETERANO SOCIALISTA QUERÍA ACABAR SU CARRERA POLÍTICA EN ESE CARGO INSTITUCIONAL

Zapatero despreció la petición de Alfonso Guerra para retirarse de la política como presidente del Congreso

Hace ya mucho tiempo que Bambi fue devorado por El Killer. Tan cierto como que fueron sus propios compañeros en el PSOE y el Gobierno quienes le

Foto: Zapatero despreció la petición de Alfonso Guerra para retirarse de la política como presidente del Congreso
Zapatero despreció la petición de Alfonso Guerra para retirarse de la política como presidente del Congreso

Hace ya mucho tiempo que Bambi fue devorado por El Killer. Tan cierto como que fueron sus propios compañeros en el PSOE y el Gobierno quienes le colgaron ambos apodos a José Luis Rodríguez Zapatero: al principio porque desconfiaban de sus blandas hechuras de líder, y más tarde al comprobar -muchos en sus propias carnes- que tras ese disfraz se oculta un político frío e impasible capaz de arrojar a las llamas del ostracismo, sin el menor titubeo, a quienes le ayudaron a alcanzar el poder. Uno de los últimos en sentir el zarpazo de su desdén ha sido el veterano Alfonso Guerra, representante de una especie política en extinción: la vieja guardia socialista.

Guerra, el único diputado que ha ocupado un escaño en todas las legislaturas desde la Transición, está a punto de cumplir 70 años. Y en 2008, tras la segunda victoria de Zapatero en las urnas, creyó llegado el momento de emprender la última etapa de su dilatada carrera política ocupando un cargo institucional de postín: la presidencia del Congreso de los Diputados. El presidente del Gobierno, debió pensar Guerra, no podría negarle ese deseo a una de las vacas sagradas del PSOE, el político que cepilló el Estatuto catalán -y Zapatero se lo agradeció personalmente- hasta dejarlo constitucionalmente presentable. Pero se equivocó.

Desde entonces, Guerra ha expresado -siempre en privado- su profundo malestar hacia Zapatero por el desaire de éste, según aseguran fuentes socialistas consultadas por El Confidencial. El presidente del Gobierno no sólo frustró las aspiraciones de Guerra de jubilarse políticamente en un puesto tan codiciado -el tercer peldaño en el escalafón del Estado, además de un sueldo nada despreciable de casi 220.000 euros anuales-, sino que ni siquiera le comunicó su negativa. Y eso fue lo que más irritó al político sevillano. 

Caída en desgracia        

Guerra sabía que el candidato de Zapatero era José Bono, un compañero de filas por el que nunca sintió la menor simpatía personal ni, sobre todo, política. El propio ex presidente de Castilla-La Mancha reveló, casi cuatro meses antes de las elecciones generales de 2008, que Zapatero le había ofrecido la presidencia del Congreso, provocando, de paso, el enfado monumental del entonces titular del cargo, Manuel Marín -otro veterano despachado sin miramientos por El Killer-, que se enteró de su caída en desgracia por los periódicos. Pero el ex vicepresidente del Gobierno y ex número dos del PSOE con Felipe González no se dio por vencido y maniobró para evitar que Bono le arrebatara el sillón.

Según las fuentes consultadas, Guerra habló con la vicepresidenta primera del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, y le pidió que trasladara a Zapatero su deseo de ser presidente del Congreso. El curtido dirigente socialista apeló a su peso como figura histórica del PSOE, a su ya próxima retirada de la política activa, a su eficaz labor en la Comisión Constitucional del Congreso durante la pasada legislatura para pulir el Estatut y, sobre todo, a su decisivo papel entre bastidores para que un casi desconocido Zapatero fuese elegido, contra todo pronóstico, secretario general del partido en el Congreso Federal celebrado en el verano del año 2000.

En efecto, Guerra ejerció en el 35º Congreso del PSOE toda su influencia para evitar que Bono -que disputó la Secretaría General a Zapatero, Rosa Díez y Matilde Fernández- se convirtiese en el máximo dirigente socialista. Y logró su objetivo, después de mover todos los hilos para que una buena parte del sector guerrista del partido apoyase con sus votos no a su candidata natural, Matilde Fernández, sino al entonces bisoño Zapatero: éste siempre sería un mal menor frente a un Bono que, a juicio de Guerra, estaba muy alejado de la ortodoxia socialista.

Sin respuesta

De la Vega accedió a trasladar a Zapatero el deseo de Guerra de convertirse en presidente del Congreso, pero nunca recibió una respuesta. En lugar de eso, el jefe del Ejecutivo mantuvo su apuesta por Bono, que el 1 de abril del pasado año fue elegido, finalmente, presidente de la Cámara Baja. Pero unas horas antes de la votación en el hemiciclo, Guerra, consciente de su derrota y del menosprecio de Zapatero, se desahogó enviándole un recado a ambos. Cuando le preguntaron, durante una entrevista radiofónica, su opinión sobre la elección de Bono, respondió: "Había mejores candidatos".

Fue la única ocasión en que Guerra expresó, públicamente, su frustración por el nombramiento de Bono. Pero en privado no se ha mordido la lengua para criticar a Zapatero, aseguran las fuentes consultadas. Como tampoco lo han hecho la mayoría de los dirigentes marginados por el líder socialista, entre ellos Juan Fernando López Aguilar, Jesús Caldera, Jordi Sevilla, Pedro Solbes y muchos más.

Guerra, como premio de consolación, repite en esta legislatura como presidente de la Comisión Constitucional del Congreso, un cargo que no colma sus aspiraciones políticas. Sin embargo, el histórico dirigente socialista ha seguido guardando las formas: el pasado 1 de septiembre Guerra y Zapatero participaron, codo con codo, en la tradicional fiesta minera de Rodiezmo (León) lanzando encendidos discursos contra el PP y entonando La Internacional.

Hace ya mucho tiempo que Bambi fue devorado por El Killer. Tan cierto como que fueron sus propios compañeros en el PSOE y el Gobierno quienes le colgaron ambos apodos a José Luis Rodríguez Zapatero: al principio porque desconfiaban de sus blandas hechuras de líder, y más tarde al comprobar -muchos en sus propias carnes- que tras ese disfraz se oculta un político frío e impasible capaz de arrojar a las llamas del ostracismo, sin el menor titubeo, a quienes le ayudaron a alcanzar el poder. Uno de los últimos en sentir el zarpazo de su desdén ha sido el veterano Alfonso Guerra, representante de una especie política en extinción: la vieja guardia socialista.

Alfonso Guerra