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Y mientras tanto... ¿qué piensan de la crisis financiera en el Tercer Mundo?
  1. Economía

Y mientras tanto... ¿qué piensan de la crisis financiera en el Tercer Mundo?

No cabe duda. Visto desde dentro, desde el interior de la urna de cristal en la que vivimos en Occidente, el capitalismo no está pasando por

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Y mientras tanto... ¿qué piensan de la crisis financiera en el Tercer Mundo?

No cabe duda. Visto desde dentro, desde el interior de la urna de cristal en la que vivimos en Occidente, el capitalismo no está pasando por su mejor momento. El sistema económico prevalente en los países desarrollados (con los apellidos y matices que quieran dársele en cada caso), asociado desde hace al menos doscientos años a la mayor ola de creación de riqueza de la historia del planeta, ha entrado en crisis. En crisis de producción y en crisis de prestigio. Algunos críticos occidentales del capitalismo han hablado en el último año de la necesidad de “refundarlo”. Pero no es fácil refundar el capitalismo, en primer lugar porque tampoco fue “fundado” nunca por nadie. Nuestro sistema económico, tal como lo conocemos hoy, es más bien el resultado de un largo proceso de decantación. Lo que es en la actualidad un conjunto complejo de reglas, instituciones, agentes y mercados ha ido evolucionando lentamente a lo largo de la historia, hasta alcanzar en las últimas décadas -o al menos eso creíamos- un grado de eficacia sin precedentes para lograr los fines de cualquier sistema de organización económica: proporcionar crecimiento, desarrollo y bienestar de manera sostenida a un número cada vez mayor de personas.

En los últimos dos años, sin embargo, algo ha fallado y aún no sabemos muy bien qué. ¿Es ésta una simple crisis como otras de las que periódicamente nos afectan, y saldremos de ella sin tocar las reglas fundamentales del juego?, o, por el contrario ¿hay que cambiar alguna regla, o muchas, para que el juego siga funcionando? ¿o hay que jugar a otro juego completamente diferente? El debate sobre la herida de esta crisis está tan abierto como la herida misma. Y sin embargo, mientras dentro de nuestra urna nos cuestionamos si el juego sigue intacto, o si hay que redactar nuevas reglas o cambiar de tablero, hay visiones muy diferentes desde fuera de la misma. En lo que llamamos Tercer mundo (países menos desarrollados y buena parte de los antiguos países comunistas), aunque nos pueda parecer extraño, lo que mucha gente quiere es entrar de una vez por todas en nuestro juego, tener por fin las oportunidades de participar que todos aquí damos por supuestas.

Antes de seguir, vaya por delante un reconocimiento de las limitaciones de cualquier generalización como la anterior. Al simplificar demasiado lo que no es sencillo por su propia naturaleza, se pierden importantes matices de la realidad. Por supuesto que no hay un pensamiento único en el tercer mundo. Existen importantes tendencias de pensamiento, y aun de prácticas de gobierno, hostiles al capitalismo en esos países, tendencias que podríamos agrupar de manera poco precisa bajo los términos antiglobalización o antisistema. Estas tendencias ya reciben un amplio eco en Occidente y nos son a menudo presentadas como la única voz de las masas excluidas de aquellos países. Pero no vamos a hablar de ellas ahora. Las tendencias que tal vez no reciben la atención que deben entre nosotros son las que abogan, de manera teórica o práctica, por incorporar a los circuitos económicos y financieros a amplias capas de la población que hasta ahora no han tenido esa oportunidad. Y es que, aun hoy, lo que falla en la versión tercermundista del capitalismo es su exclusión de las grandes masas. En una gran parte de los países en desarrollo, el sistema se comporta como un coto privado de unos pocos que deja fuera a una mayoría. Ante ello, muchos abogan por desterrar el capitalismo.

Pero otros pretenden abrirlo para que todos puedan participar en él. Muchos y variados esfuerzos se destinan a combatir la exclusión económica y social de las grandes masas pobres del Tercer Mundo. Desde la admirable labor del recientemente fallecido Vicente Ferrer, esforzado en dar dignidad, educación y futuro sostenible y autónomo a los pobres del medio rural de la India, hasta las cada vez más vibrantes instituciones de microfinanzas, que tratan de extender servicios financieros elementales a los pequeños emprendedores que abundan en todo el tercer mundo, con especial énfasis en las mujeres. El denominador común de esos esfuerzos es el objetivo de superar la pobreza mediante la dignificación humana, pero también mediante la capacitación económica (empowerment) de quienes nunca la han tenido, creando actores económicos autónomos que se sostengan a sí mismos para siempre. Ese empowerment es algo de lo que en occidente se habla poco, porque lo damos por supuesto. El acceso a servicios financieros y la posibilidad de vender, comprar, alquilar o pignorar bienes (inmuebles, acciones, empresas, etc.) son fundamentales para la creación de empresas, de empleo yde riqueza. La actual crisis nos está dejando ver también aquí qué difícil es que la economía funcione bien sin acceso al crédito. Pues bien, el acceso al crédito y a otros servicios financieros o la propia seguridad de las transacciones han sido y son de manera permanente -y no sólo en esta crisis- un lujo inaccesible para la mayoría de los habitantes del planeta. Y es que uno y otra se basan en el reconocimiento del derecho de propiedad y en la existencia de registros fiables de la misma, cosas que faltan en la mayoría de los países poco desarrollados. En el tercer mundo aún se están librando batallas hace tiempo superadas en Occidente.

Hay muchos libros y muchas opiniones interesantes para documentarse sobre estas tendencias enfocadas en incluir a todos en la economía formal. Vienen a la mente los de Muhammad Yunus, ganador del Premio Nobel y creador del Grameen Bank y de todo el movimiento de las microfinanzas. Como quedó dicho antes, el pensamiento sobre estos temas no es único ni monolítico. Pero tal vez un buen ejemplo, originado en y para el Tercer Mundo, sea la obra del economista peruano Hernando de Soto, y en particular su libro El misterio del capital. Hernando de Soto es un personaje polémico, con grandes partidarios y grandes detractores. Entre los primeros se encuentran personalidades tan diversas como Bill Clinton y Margaret Thatcher. Los últimos le critican sobre todo por su colaboración con (el primer) Fujimori -y por otra parte con (el primer) Alan García-.

Sea como sea, el libro de de Soto es original y muy interesante, y pone la lupa sobre algo que puede ser una buena razón de que el capitalismo no acabe de triunfar fuera de Occidente: el pobre acceso al capital derivado de la falta de reconocimiento formal de los derechos de propiedad. No es propiedad lo que cada propietario proclama, sino lo que los demás reconocen como tal.

Como argumenta de Soto, capital no es igual a activos. El activo es la base real del capital. El capital es la representación simbólica del activo, pero una representación con vida económica propia, susceptible de transacciones que son la materia prima de la actividad financiera y empresarial. En el Tercer Mundo muchos pobres tienen la posesión de activos (sus viviendas irregulares, sus modestos negocios, las pequeñas parcelas detierras que cultivan) pero no tienen acceso a capital por no poder presentar ante terceros una prueba escrita y universalmente aceptada de su derecho de propiedad. Sin ella, no hay acceso a crédito, venta, alquiler, etc. Con ella, el propietario es una actor de la vida económica capitalista, y un potencial creador de riqueza. Es de perogrullo, pero sin capital no hay capitalismo.

En muchos países (Perú, Brasil, Egipto, Filipinas) se han iniciado en los últimos diez años programas de reducción de la pobreza que empiezan por reconocer la propiedad de los pobres que les dé acceso a capital, como alternativa o complemento a otros métodos basados en la redistribución, y los resultados son muy positivos. Sería curioso que la gran revolución pendiente del tercer mundo, la que venga a sacar a las masas excluidasde su pobreza fuera la misma que sacó a las de Europa de la suya: el viejo y achacoso capitalismo.

The Mystery of Capital(Why Capitalism triumphs in the West and fails everywhere else)

Hernando de Soto

Basic Books, Nueva York, 2000

*David Jiménez Blanco, ex CEO de Merill Lynch España.

No cabe duda. Visto desde dentro, desde el interior de la urna de cristal en la que vivimos en Occidente, el capitalismo no está pasando por su mejor momento. El sistema económico prevalente en los países desarrollados (con los apellidos y matices que quieran dársele en cada caso), asociado desde hace al menos doscientos años a la mayor ola de creación de riqueza de la historia del planeta, ha entrado en crisis. En crisis de producción y en crisis de prestigio. Algunos críticos occidentales del capitalismo han hablado en el último año de la necesidad de “refundarlo”. Pero no es fácil refundar el capitalismo, en primer lugar porque tampoco fue “fundado” nunca por nadie. Nuestro sistema económico, tal como lo conocemos hoy, es más bien el resultado de un largo proceso de decantación. Lo que es en la actualidad un conjunto complejo de reglas, instituciones, agentes y mercados ha ido evolucionando lentamente a lo largo de la historia, hasta alcanzar en las últimas décadas -o al menos eso creíamos- un grado de eficacia sin precedentes para lograr los fines de cualquier sistema de organización económica: proporcionar crecimiento, desarrollo y bienestar de manera sostenida a un número cada vez mayor de personas.

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