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La medalla del cabezón al que no dejaban competir, la medalla de Gómez Noya
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EL CSD LE LLEGÓ A RETIRAR LA LICENCIA Y VOLVIÓ BAJO SU RESPONSABILIDAD

La medalla del cabezón al que no dejaban competir, la medalla de Gómez Noya

Javier Gómez Noya doce años atrás no le quería dejar competir. Su perseverancia y empeño en hacerlo se impusieron al diagnóstico que le indicaba que debía dejar el deporte de elite. Ayer,

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La medalla del cabezón al que no dejaban competir, la medalla de Gómez Noya

Javier Gómez Noya doce años atrás no le quería dejar competir. Su perseverancia y empeño en hacerlo se impusieron al diagnóstico que le indicaba que debía dejar el deporte de elite. Ayer, se colgaba al cuello la medalla de plata del triatlón olímpico, plantando cara a todo el imperio británico con los hermanos Brownlee a la cabeza. Alistair pudo con él, pero el pequeño, Jonathan, reventó y pese a que terminó haciéndose con el bronce, acabó con una vía de suero y sin apenas poder ponerse en pie dos horas después del término de la prueba. Y todo por desafiar y querer pasar por encima de un gallego que no se paró ante un diagnóstico médico ni ante el poder de los ingleses.

Noya ya puede presumir de haber tocado metal en todas las competiciones en las que ha participado. Campeón del mundo sub-23, tres veces campeón de Europa, campeón del mundo en dos ocasiones y en otras tantas de la copa del mundo. Y a partir de ayer, subcampeón olímpico.

Ya tiene la medalla, pero para lograrla tuvo que recorrer medio mundo para demostrar que su corazón estaba en condiciones de competir. El CSD tardó en darle el ok, pero no le quedó más remedio. Papeles, pruebas… Noya no bajó los brazos hasta que consiguió el licencia provisional, que le sirvió para ganar el Mundial sub 23. No convocado en Atenas por la polémica médica que le envolvía, un mal año le dejó sin medalla en Pekín. Una lesión y un gel alimenticio en mal estado que tomó, le dejaron sin fuerzas en el tramo final de la competición y se tuvo que conformar con el cuarto puesto, el pero de todos, tal y como dicen los deportistas. “Creo que merezco la medalla. Llevo toda mi vida luchando, peleando por conseguir algo así. Quería el oro, pero no está mal la plata”, comenta un Noya que no quiere hablar de esos dos años en los que no le dejaron competir. “Me quedo con el trabajo de todos estos años más que con otra cosa”. Lo dice como si tal cosa, pero Noya tuvo que asumir por escrito que aceptaba todos los riesgos posibles ante cualquier contingencia que le pudiera suceder.

Más conocido en las antípodas o incluso en Inglaterra que en España, cree que su deporte se merecía algo así. “Ya es un deporte seguido, con mucha aceptación, pero siempre es bueno tener un resultado así. Yo tengo mis patrocinadores, pero espero que con la medalla contribuya a que lleguen más ayudas a este deporte”. Envuelto en polémica al afirmar que no creía en el  fútbol olímpico, se queda con la imagen que él y Alistair protagonizaron nada más pasar la meta. “Tenía que felicitarle, había sido el mejor. Le vi en el suelo, a mi lado y le tendí la mano. No nos llevamos mal pese a alguna historia que ha pasado. Cada uno defendemos lo nuestro

Cabezón y con un tesón que ha sido capaz de superar los muchos palos que le ha dado la vida deportiva, Noya se ha acordado de mucha gente que le ayudó durante toda la carrera. “Se lo dedico a mis padres, a Javier y Manuela, a mi entrenador Omar y al que fue mi técnico hasta 2008, a José Río Seco”.

Javier Gómez Noya doce años atrás no le quería dejar competir. Su perseverancia y empeño en hacerlo se impusieron al diagnóstico que le indicaba que debía dejar el deporte de elite. Ayer, se colgaba al cuello la medalla de plata del triatlón olímpico, plantando cara a todo el imperio británico con los hermanos Brownlee a la cabeza. Alistair pudo con él, pero el pequeño, Jonathan, reventó y pese a que terminó haciéndose con el bronce, acabó con una vía de suero y sin apenas poder ponerse en pie dos horas después del término de la prueba. Y todo por desafiar y querer pasar por encima de un gallego que no se paró ante un diagnóstico médico ni ante el poder de los ingleses.