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Cerler, orfebres de la nieve
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la importancia del pisado de la nieve

Cerler, orfebres de la nieve

Cuando en noviembre se mira al cielo suspirando por el frío, en los pueblos donde las estaciones de esquí son el maná, la maquinaria se afina. No es para menos

Cada copo de nieve es (casi) un euro. Por eso se mima y se cuida cada uno de ellos hasta la extenuación. La temporada es corta y el oro blanco natural escaso. Las estaciones de esquí son los nuevos cultivos de altura, agricultura de montaña. Y cuando cierran las pistas para los clientes, la vida sigue. Cuando en noviembre se mira al cielo suspirando por el frío que endurezca la tierra para acolchar los primeros copos, en los pueblos donde las estaciones de esquí son el maná, la maquinaria se afina. No es para menos. Un día de cierre es una catástrofe, una estación que no cuida sus pistas está avocada a la crítica más afilada.

Este invierno se ha hecho esperar. Y eso que se abrió con esperanza. La primera pisada en pistas siempre es la más delicada. Por su orientación, Cerler tiene cierto privilegio. Su altura facilita mucho las cosas. Pero si por algo luce su segundo entorchado como mejor estación de esquí de España, según los ‘World Ski Awards’, es por su pisado de pistas. Al frente, un mago: Amancio Arcas.

Este invierno, con el fenómeno de El Niño flotando por la cordillera, está siendo un tobogán. Gabi Mur, director de Cerler, califica la actual campaña como “complicada”. La Navidad fue demasiado cálida y luego llegó el frío, en cortos espacios de tiempo, “donde tuvimos que fabricar mucha nieve para aguantar la temporada. Febrero entró con fuerza, con varios días de nieve”, matiza con la satisfacción de ver el ansiado color blanco en toda la montaña de Cerler. ¿Y a qué obliga temporadas tan inestables? “Este año hemos tenido que mover mucha nieve de muchos sitios, de los pocos ventisqueros que se generaron y hemos tenido que mimar mucho la que fabricábamos porque la capa no era muy profunda. Cuando vino el calor o la lluvia tuvimos que extremar aún más el cuidado del trabajo de las máquinas”, responde Mur cuando echa la memoria a semanas anteriores.

Cuando a las 17.00 se cierra la estación y los ‘pister’ la han recorrido para clausurarla se abre el tiempo de los pisa pistas. Dos turnos y muchas horas por delante. Bajo la luz de luna y en tardes/noches de mil demonios; con la climatología como aliada o con el viento como enemigo. La seguridad prima dentro de máquinas de 400.000 euros, varias toneladas de peso y manejadas con precisión de cirujano. Incluso antes de que se vaya el último cliente entran a trabajar en la estación el turno de nieve artificial y otro de mantenimiento mecánico de remonte. “Siempre digo que las estaciones de esquí son fábricas de producción continua”, acota el director de Cerler.

El primer turno de máquinas pisa pistas en la estación aragonesa acaba a las 24.00. Una hora después entrará el que estará hasta las 9.00. “Se pisan todas las pistas y todos los días. Es una máxima que tenemos aquí en Cerler. Es algo que sabemos que está muy valorado. El equipo es muy bueno y estos días que nieva (estamos con Gabi Mur una tarde de febrero con nieve en el sector del Ampriu) la hemos llegado a pisar hasta tres veces, porque detrás de la máquina sigue nevando. Incluso en zonas altas hemos llegado a retrasar la apertura, porque las máquinas siguen pisando a las 10.00 de la madrugada y llevan desde la 1 de la madrugada haciéndolo”, recalca. El único freno a su trabajo es cuando el viento sopla a velocidades brutales en las cotas altas donde se pondría en juego la seguridad de los trabajadores. En Cerler hay 13 maquinistas con 10 máquinas. Cada día son 72 horas de pisado. Además, todas las mañanas, los trabajadores de mantenimiento entran un par de horas antes que llegue el primer cliente para revisar los telesillas, líneas, motores auxiliares… Y reitera, “aquí, en temporada, se trabajan las 24 horas del día”.

Luego, a las 9.00, cuando el primer cliente accede al telesilla, se abren ocho horas para gozar de una estación con el descenso más largo de España y con el pico Aneto como testigo mudo de lo que ocurre muy cerca de allí.

Cada copo de nieve es (casi) un euro. Por eso se mima y se cuida cada uno de ellos hasta la extenuación. La temporada es corta y el oro blanco natural escaso. Las estaciones de esquí son los nuevos cultivos de altura, agricultura de montaña. Y cuando cierran las pistas para los clientes, la vida sigue. Cuando en noviembre se mira al cielo suspirando por el frío que endurezca la tierra para acolchar los primeros copos, en los pueblos donde las estaciones de esquí son el maná, la maquinaria se afina. No es para menos. Un día de cierre es una catástrofe, una estación que no cuida sus pistas está avocada a la crítica más afilada.

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