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Jugar en 18 equipos en sólo nueve años: la eterna aventura del terco Dwayne Jones
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con 31 años confía en volver a la nba

Jugar en 18 equipos en sólo nueve años: la eterna aventura del terco Dwayne Jones

A sus 31 años ha recorrido medio mundo tratando de dar rienda suelta a su pasión: Filipinas, Bahréin, Líbano... Y es que la ilusión es lo último que se pierde

Foto: Dwayne Jones con la camiseta de calentamiento de los Warriors, su penúltimo equipo en la NBA.
Dwayne Jones con la camiseta de calentamiento de los Warriors, su penúltimo equipo en la NBA.

Se calcula que en el mundo hay alrededor de 80 millones de personas que juegan al baloncesto. De todos ellos, sólo 450 son los afortunados que tienen sitio, considerando un lugar y un momento determinado, en una de las 30 franquicias que forman la NBA. Por desgracia para sus intereses, éste no es el caso de Dwayne Jones (Morgantown, West Virginia, 1983). A sus 31 años no se rinde y busca una nueva oportunidad en la mejor liga de baloncesto del planeta. Desde su tímida irrupción en el profesionalismo allá por 2005, el pívot ha estado en nada menos que 18 equipos. Además de disputar minutos en cinco equipos NBA (Boston Celtics, Cleveland Cavaliers, Charlotte Hornets , Phoenix Suns y Golden State Warriors) y otros cinco en la Liga de desarrollo (Florida Flame, Austin Toros, Idaho Stampede, Iowa Energy y Texas Legends) en su currículim figuran destinos tan exóticos como: Líbano, Bahréin, Catar, Filipinas, China, Puerto Rico, Serbia o Turquía.

Este verano recibió la llamada de los Sacramento Kings para disputar la Liga de Verano de Las Vegas. Es la sexta ocasión en la que Jones trata de dar motivos a los scouts para ganarse un hipotético contrato. El bagaje con el cuadro californiano ha sido ínfimo: 12 minutos repartidos en dos partidos con dos puntos en un único tiro a canasta además de 4 rebotes, dos pérdidas de balón y 4 faltas personales. Pese a su terquedad, en una jungla con una veintena de jugadores en cada equipo y donde todos buscan salvar su culo, la empresa se antoja complicada. Más aún cuando al mirar a su alrededor ve jóvenes atléticos diez años menores que él a quienes aguarda un futuro prometedor. Sin embargo, incluso en el escenario más gris, Jones no pierde la sonrisa. “Es divertido. Siento que tengo más conversaciones y más cosas en común con los entrenadores y los ejecutivos que con el resto de jugadores”.

Alejado del calor del foco, Jones representa la otra cara del baloncesto. Un buscavidas, un obrero de un deporte donde no todos tienen la fortuna de lucir en primera línea. “Hace seis años que compré mi casa y nunca he llegado a desempaquetar todas mis pertenencias. Intento tener todas las cosas guardadas en una bolsa y estar preparado según donde vaya a ir. Si voy a ir a un lugar con un clima cálido, tengo una bolsa apropiada para ello. Si voy a ir a un sitio donde haga frío, hay otra bolsa. No te digo que estén completamente listas, pero en el caso de que tuviera que coger un avión en una o dos horas lo podría hacer sin problema”, reconoce en una entrevista con el portal Bleacher Report.

Algo así ocurrió en septiembre de 2008, cuando, durante el ‘training camp’ previo a la temporada, los Orlando Magic le dejaron en la estacada. “Recuerdo cómo me llamaron para que fuera al despacho y hablara con Stan Van Gundy (entrenador por entonces de la franquicia de Florida). Él me dijo que no contaban conmigo y que me dejarían ir”. Su condición de trotamundos, de nómada de la canasta, le dice que un día estará aquí y al siguiente, Dios dirá. “Aquel día me fui al hotel pensando que era el fin del mundo. Siempre molesta, pero con la experiencia que había tenido me lo podía imaginar. He tenido que acostumbrarme al negocio. Sé cómo funciona esto”. También jugaron con sus ilusiones los Utah Jazz quienes, el pasado verano, le cortaron dos semanas después de hacerse con sus servicios y los Warriors, con quienes sumó un minuto en pista en dos fugaces apariciones durante los playoffs de la campaña 2012/2013.

Pese a los vaivenes y el ajetreo que le han deparado su palpitante carrera profesional, es evidente que no se trata del ritmo de vida que le hubiera gustado llevar. El pívot posee una propiedad en la localidad de Wilmington (Delaware). Paradójicamente la casa se encuentra cerca de la de su padre porque, en sus propias palabras, se considera una persona “hogareña”. Allí viven su mujer, Jessica, y sus dos hijos, de cinco y tres años. También Jones, aunque no está siempre que se le reclama. Ausencias regulares que empiezan a hacer mella en la pareja. “Al principio era divertido, éramos jóvenes y no teníamos hijos a los que mantener. Ahora los niños van creciendo y no estaría de mal tener un poco de ayuda en casa”, comenta. En vista de que las cosas no salían y tras recorrer junto a su esposo infinidad de países, la joven pensaba que al cumplir la treintena el ajetreo tocaría a su fin. “Pensaba que a los 30 estaría hastiado. Siempre había puesto el límite en esa barrera. Y aquí sigue, con más de 30, haciendo lo mismo”, describe con cierta resignación.

Sin embargo, su compañera de viaje, con quien comparte los miedos, agonías y fracasos, sabe que el balón naranja es lo que realmente llena a la persona que más quiere. Y ante eso, sólo cabe una opción: digerir los acontecimientos según vienen. Cada vez que juega un partido Jones guarda la posición en el poste y trata de bregar en la pintura con la misma intensidad de siempre. Tras el duelo llama a su mujer para contarle cómo fue. Y ahí es cuando se da cuenta de que la película aún no ha terminado. “Normalmente, cuando pienso que es momento de que lo deje y vuelva a casa, juega un partido y ves que vuelve a tener ese sonido en su voz. Sabes que todavía le encanta jugar. En esos días de partido, lo puedes oír”. Da igual que sus hijos se enfaden cuando le ven salir por la puerta y que griten de alegría cuando regresa. El baloncesto, una pasión incontrolable.

Una odisea infinita

Con 16 años y 2,10 la gente le situaba, siempre que trabajara duro, en la tercera división de algún lugar del mundo. “Estaba tierno”, reconoce. Una premonición no muy halagüeña que, de una manera u otra, acabó por cumplirse. Tras graduarse en la escuela cristiana de Aston (Pennsylvania), en 2002, Jones aceptó la oferta para jugar enrolarse en la Universidad de Saint Joseph’s. En el segundo de sus tres años en el equipo, formó parte de un roster en el que destacaban Jameer Nelson, y Delonte West, un tipo que hoy día comparte la misma ambición que Jones por retornar a la NBA. Juntos cuajaron el mejor año en la historia de la institución académica. Tras finalizar la temporada regular con un notable balance de 30-2, los Hawks se ganaron a pulso entrar en el Gran Baile como primer cabeza de serie. Sin embargo, en la fase final del torneo, un triple de John Lucas III (sí el mismo que tuvo un fugaz papel en Baskonia en 2009) cercenó el sueño de alcanzar la que hubiera sido la primera Final Four en la historia de la institución.

Un año en el que para, Phil Martelli, su entrenador en el ‘college’, Jones se ganó la condición de futuro jugador NBA. Sin embargo, Martelli sitúa a su excesivo profesionalismo como el culpable de su eterna frustración. “Tienes que ser un hombre decente. No sé cómo recalcarlo lo suficiente. Ninguno de esos jugadores, ninguno de esos extranjeros, ninguno de los profesionales, ninguno de ellos quiere lidiar con problemas. Con Dwayne Jones simplemente no hay problemas”, explicaba adulando la buena disposición de la que siempre ha hecho gala este sufridor incansable.

En su último curso en la Universidad, con Nelson y Delonte elegidos por Celtics y Magic en el draft de 2004, el protagonismo del center aumentó considerablemente. Su nombre figuraba en los quintetos ideales de la Atlantic 10. Además, sus 11,3 rebotes y 3 tapones por partido le valieron para ser nombrado mejor defensor de la División. El 19 de febrero de 2005, en un encuentro ante St. Bonaventure, Jones se desquitó y logró el primer triple-doble (11 puntos, 11 rebotes y 10 tapones) de la Universidad de los Hawks desde 1986. El curso terminó y tocaba dar el salto. Andrew Bogut, Chris Paul, Andrey Bynum, Danny Granger… y así hasta 60 nombres que desfilaron en el draft de 2005 celebrado en el Madison Square Garden. Ninguno de ellos se correspondió con el nombre de nuestro protagonista, quien resignado tuvo que iniciar su carrera profesional en los Florida Flame de la NBDL como agente libre no drafteado. Comenzaba una odisea que dura hasta hoy.

Los scouts de la NBA veían en él a un jugador con buen tamaño, gran ética de trabajo y carente de ego, pero que sudaba tinta china para hacer una canasta. Realista, lo que de verdad afligió a Jones fue no ser drafteado. Con 11.2 rebotes, 2 tapones y 8.9 puntos por partido, los Minnesota Timberwolves le dieron una oportunidad a medias. Sin llegar a debutar, en enero de 2006, le incluyeron en un traspaso junto a Micahel Olowakandi y Wally Szczerbiak con destino a Boston. Tras 14 partidos en Massachusetts de nuevo le tocó ser moneda de cambio antes de recalar en los Cleveland Cavaliers: 60 partidos, 4 en la 2006/2007 y 56 en la 2007/2008, con derrota en las Finales ante los Spurs incluida. Luego vinieron esporádicas apariciones con los Charlotte Bobcats (rebautizados de nuevo como Hornets) y los Phoenix Suns. Incursiones que iba alternando con viajes relámpago alrededor del globo.

En sus cinco testimoniales presencias en partidos oficiales con franquicias NBA (91 partidos, 115 puntos y 668 minutos disputados entre regular season y playoffs) sólo repitió temporada en Cleveland, donde pudo al menos pudo vestirse en la misma taquilla durante dos cursos seguidos. Según la base de datosde Basketball Reference, en estos años se embolsó un montante de 1.880.393 dólares, de los cuales 1.400.000 corresponden a su estancia junto a LeBron James en Ohio. “Sin duda considero a Cleveland mi hogar baloncestístico. Me recuerda mucho donde crecí”, comenta en la conversación con la web estadounidense este hijo de un obrero de la construcción criado en las afueras de Philadelphia. “He visto y he hecho casi de todo. Creo que es… no lo sé. Es un viaje”. Una aventura vital que, al margen de su destino, le mantendrá ligado a una canasta, el motor y la razón de su existencia.

Se calcula que en el mundo hay alrededor de 80 millones de personas que juegan al baloncesto. De todos ellos, sólo 450 son los afortunados que tienen sitio, considerando un lugar y un momento determinado, en una de las 30 franquicias que forman la NBA. Por desgracia para sus intereses, éste no es el caso de Dwayne Jones (Morgantown, West Virginia, 1983). A sus 31 años no se rinde y busca una nueva oportunidad en la mejor liga de baloncesto del planeta. Desde su tímida irrupción en el profesionalismo allá por 2005, el pívot ha estado en nada menos que 18 equipos. Además de disputar minutos en cinco equipos NBA (Boston Celtics, Cleveland Cavaliers, Charlotte Hornets , Phoenix Suns y Golden State Warriors) y otros cinco en la Liga de desarrollo (Florida Flame, Austin Toros, Idaho Stampede, Iowa Energy y Texas Legends) en su currículim figuran destinos tan exóticos como: Líbano, Bahréin, Catar, Filipinas, China, Puerto Rico, Serbia o Turquía.

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