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Fin al viaje de Peter Matthiessen
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viajero, Ecologista y, sobre todo, escritor

Fin al viaje de Peter Matthiessen

Los impulsos nerviosos me llevan a conectar de manera inmediata y desde hace muchos años a dos escritores que suponen un hito en los vínculos entre

Foto: Peter Matthiessen en la Feria Internacional del Libro de Miami en 1991 (CC)
Peter Matthiessen en la Feria Internacional del Libro de Miami en 1991 (CC)

Los impulsos nerviosos me llevan a conectar de manera inmediata y desde hace muchos años a dos escritores que suponen un hito en los vínculos entre la naturaleza y la literatura: el poeta Gary Snyder (San Francisco, 1930) y el novelista Peter Matthiessen (New York, 1927), fallecido ayer. Podríamos definirles como escritores de lo salvaje. Ambos coinciden en una alternativa real a las costumbres sociales de nuestras comunidades civilizadas, crecer con menos. Esa es para ellos la verdadera contracultura. Tanto Snyder como Matthiessen ofrecen un retrato estremecedor del deterioro de la naturaleza virgen, en el que el hombre aparece como un ser incapaz de entender con lo que está jugando. Más aún, no se puede obviar en sus lecturas la trascendencia oriental en el examen espiritual que hacen convivir en sus creaciones con lo más anecdótico, como una trama. Ya me han entendido: el viaje exterior no es ajeno al viaje interior, que ambos han mamado de la era beat y hippie.

Tan significados con su visión del mundo y sus experiencias que tratamos de desligar una y otra vez su identidad aventurera de la de escritor, su literatura de su actitud ecologista. Una tensión ajena al libro, que existe en las librerías o en los lectores, en el mercado que trata de clasificarlo en literatura de viajes o en ensayo filosófico o en novela. Matthiessen ha dejado una obra de una ambición desmedida, de una prosa destilada y fragmentada como pocos autores han llegado a madurar. Es posible que ese sea uno de los motivos por el que es el único autor con el National Book Award de ficción y de no ficción.

Y todavía podría incluírsele en la sección de pintura, a tenor de las descripciones que suelta en el viaje marino de Far Tortuga (Seix Barral): “Amanece. En lo alto del cielo del oeste, una nube solitaria que sigue a la noche es alcanzada por el sol todavía por debajo del horizonte”. La precisión en sus paisajes le permiten capturar momentos inesperados con la naturaleza salvaje: “Hendiendo la superficie del agua, las enormes mantarrayas salen catapultadas al viento y voltean los vientres blancos bajo el sol: negro, blanco, negro, blanco. Vuelven a caer despacio al mar. En la ausencia de viento, el ruido de las caídas resuena dese el horizonte”, en exquisita versión al castellano de Javier Calvo.

El novelista Gabi Martínez, uno de sus declarados seguidores, escribía sobre País de sombras (Seix Barral) que Matthiessen viene “de un lugar donde la paciencia parece escrita con palabras tan distintas que ha invertido treinta años en completar esta obra fundamental”. “Viene de los cayos y los campos que le regalaron formidables cosechas de sustantivos y de charlar y disputar con extraños”. Treinta años escribiendo la misma novela, en la que indagaba sobre la figura de Edgar A. Watson, plantador en los manglares de Florida y forajido reconvertido en héroe, que terminó acribillado por sus vecinos en 1910. Un libro brutal, en el que deja el retrato del adorado “emprendedor”, como alguien que “trabaja por el progreso de un país sin perder nunca de vista sus intereses privados”. Ricardo Menéndez Salmón apuntó que esta novela satisface los cuatro adjetivos que D. H. Lawrence propuso para el alma americana: dura, solitaria, estoica y asesina.

“El secreto de las montañas es que existen, igual que yo, pero se limitan a existir, cosa que yo no hago. Las montañas no tienen significado, son significado; las montañas son. El sol es redondo. Yo vibro con la vida y las montañas vibran y, si soy capaz de oírlas, hay una vibración que compartimos. Entiendo todo esto, no con la cabeza sino con el corazón, sabiendo cuán absurdo es tratar de captar lo que no se puede expresar, sabiendo que otro día, cuando vuelva a leer esto, sólo quedarán las palabras”. Ni una coletilla a este fragmento luminoso de El leopardo de las nieves (Siruela).

Matthiessen es un tesoro de conocimiento, Snyder también. Snyder es más de Yosemite, Matthiessem ha bajado montañas de todo el mundo hasta ayer. Su viaje acabó.

Los impulsos nerviosos me llevan a conectar de manera inmediata y desde hace muchos años a dos escritores que suponen un hito en los vínculos entre la naturaleza y la literatura: el poeta Gary Snyder (San Francisco, 1930) y el novelista Peter Matthiessen (New York, 1927), fallecido ayer. Podríamos definirles como escritores de lo salvaje. Ambos coinciden en una alternativa real a las costumbres sociales de nuestras comunidades civilizadas, crecer con menos. Esa es para ellos la verdadera contracultura. Tanto Snyder como Matthiessen ofrecen un retrato estremecedor del deterioro de la naturaleza virgen, en el que el hombre aparece como un ser incapaz de entender con lo que está jugando. Más aún, no se puede obviar en sus lecturas la trascendencia oriental en el examen espiritual que hacen convivir en sus creaciones con lo más anecdótico, como una trama. Ya me han entendido: el viaje exterior no es ajeno al viaje interior, que ambos han mamado de la era beat y hippie.