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El Museo del Prado descubre uno de los retratos “más singulares” de Antonio Rafael Mengs
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INAUGURARÁ UNA EXPOSICIÓN SOBRE EL RETRATO DEL POLÍTICO Y MECENAS JOSÉ NICOLÁS DE AZARA

El Museo del Prado descubre uno de los retratos “más singulares” de Antonio Rafael Mengs

Hubo un tiempo en el que el político y el diplomático tenían intereses por la cultura. Un tiempo en el que se podía definir a alguien

Foto: El Museo del Prado descubre uno de los retratos “más singulares” de Antonio Rafael Mengs
El Museo del Prado descubre uno de los retratos “más singulares” de Antonio Rafael Mengs

Hubo un tiempo en el que el político y el diplomático tenían intereses por la cultura. Un tiempo en el que se podía definir a alguien como político y mecenas sin que saltaran las alarmas al pasar por el arco del cinismo. Pero de esto hace mucho, hay que remontarse al menos tres siglos. Entonces, cuando un político, diplomático y mecenas como José Nicolás de Azara (1730-1804) encargaba un retrato de su persona pedía que le acompañara un libro en su viaje a la inmortalidad de la mano de la pintura.

Demandó un gesto alejado al del estadista. Antonio Rafael Mengs (1728-1779) lo inmortaliza mientras lee. Ha sorprendido al protagonista –que viste un abrigo azul marino- en plena intimidad, en un rincón humilde, en la tranquilidad necesaria para entregarse a lo que parece ser su tarea preferida. Azara mantiene la mirada sobre el espectador, mientras señala con su dedo la página en la que ha detenido su lectura. El embajador de Roma perteneció a la generación de los ilustrados, empeñado en las reformas legislativas del reino de Carlos III y Carlos IV, que defendieran el poder monárquico reformador.

Eran otros tiempos, insistimos. Todavía está por colgar en la galería de los presidentes del Congreso de los Diputados el polémico retrato de José Bono, que insistió al pintor Bernardo Torrens en que debían aparecer unos gemelos con la bandera de España, porque en los del resto de los honorables no había ninguna referencia a ella. El artista tuvo que recortarle los brazos para que aparecieran los complementos en sus puños.

Un homenaje simbólico

Pero hace tres siglos las cosas eran distintas. De ahí que el retrato del lector, político y mecenas se incorpore el próximo miércoles a las colecciones del Museo Nacional del Prado, con la inauguración de la pequeña exposición "Mengs y Azara". El retrato de una amistad, comisariada por Gudrun Maurer, conservadora del Departamento de Pintura Española del Siglo XVIII y Goya del Prado. El museo –que adquirió el retrato en 2012, pero que no había sido expuesto hasta el momento- asegura que la pieza “contribuye a enriquecer el discurso de la pintura del siglo XVIII” y señala la pintura como una de las obras “más singulares” de Mengs. El reconocimiento, en un momento como este, a uno de los grandes mecenas que ha alimentado los fondos del patrimonio nacional no deja de tener algo simbólico.

Javier Jordán de Urríes y de la Colina, doctor por la Universidad Complutense y conservador del Real Sitio de Aranjuez, es el descendiente de Azara y ha cedido gran parte de libros, cartas y objetos para la muestra, que revelan la relación de amistad entre el mecenas y el artista. De hecho, publicó en 1780 el catálogo de obras de Mengs, donde también se incluía el ideario estético del pintor alemán, que fue traducido al francés, al alemán y al inglés.

El apoyo a Mengs se formaliza con este retrato, que se exhibirá en público por primera vez en El Prado. Fue en su estancia en Florencia donde pinta a su amigo Azara y donde remata su autorretrato, en el que se muestra como dibujante. El diplomático contaba con una biblioteca de literatura griega y latina con cerca de veinte mil ejemplares, poseía una colección importantísima de pintura (Murillo, Velázquez, Ribera, Sánchez Coello, Goya y, sobre todo, Mengs), así como otras colecciones de camafeos, monedas, y su colección de retratos griegos –cincuenta y tres esculturas-, de los que regaló el más importante a Napoleón Bonaparte (y queda hasta hoy en el Louvre) y la mayoría en El Prado.

Las correcciones patrias

Lo único con lo que no tragó Azara de su amigo Mengs fue con la soflama que este lanzó en sus escritos teóricos contra el arte español. Así que, empujado por un sentimiento de defensa nacional, realizó “una corrección estilística” que amortiguara la crítica y que no alimentara más las brasas académicas que odiaban a Mengs. A pesar de las correcciones, los escritos de Mengs publicados por Azara animaron el debate sobre la belleza, en pleno surgimiento neoclasicista. En Roma conoce a Johann Joachim Winckelmann, el arqueólogo y filósofo más influyente en el gusto de mediados del siglo XVIII, gracias a sus Reflexiones sobre la imitación del arte griego en la pintura y la escultura, cuyo mejor representante en sus inicios fue Mengs.

El pintor fue una persona incapacitada para renunciar a sus deseos y dispuesta a hacer lo que fuera por ellos. La vida de Mengs, del que conocemos sus grandes ganancias y mayores gastos, es una mezcla rara de triunfos y miserias. Puntilloso e irascible en el cumplimiento de su arte y de sus ideas, pocas señales más claras de su espíritu soberbio que la narración de sus pleitos con la Academia de Bellas Artes de San Fernando, de la que es nombrado director honorífico en 1763 y de la que dimite seis meses más tarde por discrepancias.

"Como tenemos evidentes pruebas de que las grandes ocupaciones de Mengs y su genio no le dan tiempo ni voluntad para instruir nuestra juventud, nos quedamos sin él muy tranquilos", resume por carta la dirección de la institución.

La lectura que hace Gaspar Melchor de Jovellanos en la propia Academia en defensa del pintor, dos años después de su muerte, todavía escuece. Tituló el discurso Elogio de las Bellas Artes y es, además de un recargado panegírico, un claro reflejo de la influencia y el dominio que Mengs tuvo en el gusto de la corte de Carlos III: «Veo la sombra de un profesor gigante que descuella entre los demás y los ofusca: la sombra de Mengs, el hijo de Apolo y de Minerva; del pintor filósofo, del maestro, del bienhechor y el legislador de las artes».

Serena intimidad

Para unos, legislador de las artes y para otros, simplemente, dictador. El perfil de Mengs es el de quien llegó a España demasiado convencido de la certeza de sus doctrinas. Los expertos resumen su rígido posicionamiento teórico en esta fórmula: el Mengs que pinta es esclavo del Mengs que piensa.

Una vez que conocemos a la persona que impone el cambio de gusto y arruina la deteriorada maquinaria barroca que circulaba por Italia, Francia y España, obligando a los artistas al estudio austero y apurado de las formas, el retrato de José Nicolás de Azara nos da pie para descubrir al pintor en su intimidad, en los retratos de sus amigos, en la esencia de sus formas. Aprecia la belleza de los tonos aislados, limpios y vibrantes, como muestra la reciente compra del Prado. Como pintor trabaja con tres colores primarios: amarillo, rojo y azul. Le interesa el choque entre ellos, que destaquen sobre el fondo neutro.

Sus autorretratos y retratos de amigos, como el de Azara, son siempre sobre fondos oscuros. No le interesa la veracidad. Quizá le parece que el paisaje enmaraña. Que confunde y distrae de lo esencial: el gesto, que es la gravedad y el sondeo del espíritu del que es retratado. Aborrece la exuberancia detallista de los fondos en perspectiva: “La invención debe gobernar con propiedad las partes de la composición”, escribe Mengs. Y fulmina el paisaje y lo cubre de negro. ¿El peor de todos? Leonardo, al que llama “pintor naturalista”. No es descabellado pensar en Mengs cubriendo el fondo de La Gioconda del Prado.  

Azara es uno de sus retratos más honestos, como el que conserva el Metropolitan de Nueva York sobre Winckelmann. En este tipo de piezas no marca la frontalidad completamente: casi siembre ofrece al protagonista inclinado hacia un lado para dar mayor profundidad a la obra sobre los fondos imprecisos, grises y muy oscuros. Ahí está la obsesión por la sencillez que conduce y contiene lo extraordinario. 

Hubo un tiempo en el que el político y el diplomático tenían intereses por la cultura. Un tiempo en el que se podía definir a alguien como político y mecenas sin que saltaran las alarmas al pasar por el arco del cinismo. Pero de esto hace mucho, hay que remontarse al menos tres siglos. Entonces, cuando un político, diplomático y mecenas como José Nicolás de Azara (1730-1804) encargaba un retrato de su persona pedía que le acompañara un libro en su viaje a la inmortalidad de la mano de la pintura.

Museo del Prado